Con la conciencia tranquila
"Sombras de la China", recital de Joan Manuel Serrat. Músicos: Josep Mas "Kitflus" (piano y dirección musical), Alberto Duarte (percusión, flauta y saxo), Jorge Bonell (guitarra), Victoriano Merlo (bajo y contrabajo), Antonio Toledo (guitarra) y Roger Blavia (batería y percusión). Teatro Gran Rex. Nuevas funciones hoy y mañana, a las 21.
Nuestra opinión: bueno.
"Al final sombras somos", dice Serrat, y es posible que esa premonitoria frase signara una parte del concierto. La gente y su entusiasmo no lograron doblegar la atmósfera densa de las nuevas canciones, pero sí refirmar la inclaudicable vocación de trovador del catalán, que volvió a establecer esa comunión inquebrantable con su público.
Hay una carga política en los recitales de Serrat que está presente, aunque en esta oportunidad hayan sido pocas las referencias a la actualidad. Quizá porque no tiene que afirmar nada, porque hace tiempo es clara su posición.
El cantautor catalán eligió esta vez plantarse en los temas de su último disco ("Sombras de la China") para llevar adelante un recital que dejó satisfechos a sus devotos seguidores. Todo un reto, teniendo en cuenta el nivel desparejo de algunas canciones, confrontadas con sus anteriores materiales. Pesa en su caso el recuerdo de un material que se muestra como insuperable. ¿Cómo hacerle sombra -china o de cualquier índole- a una canción como "Mediterráneo", que no faltó en esta nueva cita? El Nano está ubicado desde hace tiempo en una suerte de altar y allí muchos van a rendirle tributo por la coherencia ideológica y la lucidez poética. Ahora sigue escribiendo y componiendo, sigue editorializando sobre la vida, desde su oficio y talento, desde una mirada cristalina que se posa en los mismos temas que lo movilizan desde el comienzo. Con eso le sobra para extraer de su imaginario algunas canciones deliciosas con las que abrió el concierto.
El tema que le da título al nuevo disco o la rumba "Los macarras de la moral", una saga posible del clásico "Algo personal", o la hermosa balada "Más que a nadie", con clima de canzonetta, mostraron a un Serrat maduro, interpretando y gesticulando cada palabra, acompañado por sombras que se proyectaban en el fondo del escenario.
Sigue siendo contundente su relato cantado. Sigue Serrat sin rehusarse a ese minucioso tratamiento de la palabra, al uso de los silencios y a su capacidad para rodearse de un clima intimista, sin someterse a los éxitos y apostando a lo nuevo, que se salpica con los colchones de los teclados, los timbres de la percusión, la acertada ejecución del flautista, el peso del contrabajo y de los dos guitarristas.
Por momentos, los arreglos resultan reiterativos y ese tono bajo que se elevaba sobre la música perdió su fuerza. Aunque la actual banda de Serrat supera en sutilezas y cambios de ritmos a otras anteriores.
Ellos se suman tanto a las nuevas creaciones (como la subyugante "Secreta mujer", con letra de Eduardo Galeano, donde las chicas aúllan en el estribillo "Arránqueme señora las ropas, desnúdeme") como a la melancólica "Balada de otoño".
Seducción y complicidad
Serrat no aplica la seducción, sino la complicidad. Con ella se mueve tranquilo, más allá de los pedidos de la gente y juega con los principios de los temas más conocidos esperando a ver si la gente los reconoce. Así, con el trato de un viejo amigo, se dirige a su público y cuenta cada historia.
Cuando empiezan a sonar los compases de "Penélope" la gente la reconoce y empieza a musitar la letra como un respetuoso coro. Parece que el tiempo no hubiera pasado cuando su voz se deleita, ensaya una pasos chaplinescos y lo persigue una vieja sombra de los años de su juventud. Es la misma sombra que lo acompaña en sus clásicos y la misma que se desvanece cuando canta "Fe de vida" o "Una vieja canción".
El voltaje tanto en el escenario como en el público cambia cuando llegan "Cantares" (con una introducción similar a "Rezo por vos" de García-Spinetta), "Bienaventurados" o "Fiesta", un clásico para los cierres. Después sale para uno de los bises y se despacha con un "Complaciendo sus pedidos, vamos a hacer una que nadie nos ha pedido", y arranca en catalán con "La canción del ladrón".
La gente no lo deja ir y vuelve con "Esos locos bajitos" y "Disculpe señor". El rito concluye con un bis definitivo. Sólo con voz y guitarra interpreta "Aquellas pequeñas cosas" para distraer a sus sombras del presente. Con esa ironía que lo mantiene alerta, esa necesidad de cambiar las cosas que convoca en sus viejas canciones, Serrat volvió a engañar al paso del tiempo. O por lo menos lo sigue intentando. Mientras, sobrevive, canta y la gente se lo agradece.
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