Crepúsculo porteño con Sami Abadi y sus encantadores violines
El músico presenta sus particulares composiciones, los sábados, en Notorius, con entrada libre y gratuita
Casi veinte años atrás, a finales de los noventa, Sami Abadi musicalizaba las noches en Oval, un reducto para seguidores de los entonces novedosos sonidos de fusión electrónica. La experiencia duró apenas diez meses, pero marcó una época en el under de Buenos Aires. Junto a Abadi solían recalar músicos como Diego Vainer, Daniel Gorostegui Delhom y Jorge Haro, entre otros; pero el violinista era una figura especial, algo así como un tácito maestro de ceremonias. Y cada vez que frotaba las cuerdas de su violín, casi en simultáneo octavadas por procesadores, en el lugar flotaba cierta magia.
Por estos días, Sami Abadi es protagonista de un ciclo en el club de jazz Notorious, todos los sábados de este mes, a las 18.30, y con entrada gratuita, reconforta que sus performances sigan siendo bellas como veinte años antes, como si ocupara una burbuja fuera del tiempo.
El sábado último, en su primera función, solo en el escenario y rodeado de cables y pedaleras, Abadi azuzaba su violín como Mickey Mouse su varita en Fantasía, con los movimientos de un brujo que permanece en pie, guadañando las ortigas del pasado. Tal vez su música no es presa del tiempo porque la electrónica fue sólo una contingencia en su carrera. De formación clásica, Sami armaba pequeños motivos que se reproducían en loops hasta armar una nube sonora, una constelación de armónicos, como átomos de violín, que cambiaba de rumbo con cada intervención suya en el instrumento.
Del ritmo de entonces
La ausencia total de ritmo, un imponderable en los días de Oval, quizá también contribuyó a volver su música algo atemporal, casi diáfana, si no fuera por los repentinos ataques de arco que dejaban un broche (o revelaban la matriz) clasicista.
Del ambient en la primera sección, Abadi pasó a interpretar una sola pieza que se prolongó a lo largo de veinte minutos, una suerte de fuga compuesta de breves melodías modales que el músico (dijo en una breve introducción) conserva en la memoria de la infancia, en casa de sus abuelos sirios. Esos modos orientales de las melodías le dieron a la fuga un tono algo exótico, si bien de todas maneras fue la forma clásica la que prevaleció.
"Mi sonido es mucho más clásico por necesidades estéticas -explicó tras el show-. Quise dejar atrás el procesamiento intenso y el aspecto compositivo se volvió más integral. Porque a lo textural, que siempre me atrajo, agregué melodías y una profundización del trabajo modal."
Sobre la época de Oval, Abadi recuerda: "El lugar fundó la idea de una música electrónica que el público hasta entonces no conocía. Incluso diría que el concepto estaba más acertadamente instalado que en la actualidad, porque se entendía la existencia de una música electrónica artística y no necesariamente bailable, como se supone hoy, de manera equivocada."
Hay algo más, un factor extra musical, que invoca la sensación de estar en una cápsula atemporal durante la performance de Sami Abadi. El horario atípico, cuando recién cae la noche, en este junio invernal, con la posibilidad de que cualquiera pase, sin el compromiso de abonar una entrada, genera una atmósfera relajada que cuaja perfectamente con la propuesta musical. En ese ámbito es posible dejarse llevar y revivir los noventa de un modo distinto, y también, novedoso.