Al menos hasta 2003, el escritor chileno Alejandro Jodorowsky se arrogaba para sí mismo y su familia la práctica de la psicomagia, una técnica que a través de actos simbólicos o metafóricos proporciona una supuesta sanación espiritual. Según dijo Jodorowsky, "cualquier persona que se declare psicomago o proponga consejos de psicomagia es un mentiroso". No se sabe si la denuncia le cabe a Cuentos Borgeanos o a Psicomágico, su cuarto disco. Solo queda claro que la banda de Abril Sosa no va a ceder en su manía de referir literatura en su música y que lo hará bajo las recetas de autoayuda que hicieron un hit de Felicidades (2006), el álbum predecesor.
Sosa sabe que ese hábito de namedropper literato también le valió acusaciones de pedantería y, por ejemplo, una lista de razones para odiarlo (en Facebook). Por otro lado, en la misma red social acumuló unos 4 mil fans. Y suena a decisión consciente no cambiar nada. Al leer el booklet de Psicomágico, salta a la vista que su exploración poética incurre en una acotada selección de palabras: amor, corazón, dolor, soledad, mar, nombre, luz, oscuridad. Ese diccionario, en apariencia trillado, está conjugado con la intención de reflexionar sobre "los grandes temas". En plan existencialista, Abril sugiere más de lo que dice. Hablará de "ahí" sin decir dónde o de "así" sin decir cómo. Pero todos esos textos con licencias de imprecisión, en las canciones, logran evadir la vaguedad.
Con la firma de todos los integrantes de la banda (se completa con el bajista Agustín Rocino, el guitarrista Diego López y el baterista Lucas Hernández), el proceso de composición entregó alrededor de sesenta temas a los que Pablo Romero, en un método santaolallesco de producción, redujo a once. "No te quedes ahí despertando el ayer, despertar es seguir, animarse a caer", es lo primero que canta Sosa en la vigorizante apertura "Estás vivo". El tono optimista se mantendrá en el resto del disco, que rebasa de estribillos brillosos como el de "Resistir", el primer corte, una marcha de firmeza ante la adversidad dedicada a Ernesto Sabato.
Pero el disco no se agota en referencias literarias, también las hay de las musicales, que se manifiestan en un porte británico: se escuchan pasajes del último Coldplay en "Mirar al sol" y del U2 más radial en "Pequeña luz". La despojada "Un día eterno" se resuelve con poco más que la voz y una guitarra acústica. Mientras que en "La dulce espera" y "1999" suben los bpm y merodean un rock bailable, sin entrar del todo en ese terreno.
A primera vista, el avance de Psicomágico es la modulación de todas esas señas que confundían a la banda. "Hable con él" es un ventarrón guitarrero punkpop cantado a voz desgarrada, pero no suena a emo. Ahora hay lugar para otras sutilezas sonoras, como "Un día eterno" o "Cajones vacíos", que se arma sobre cuerdas y sonidos pulsantes guardando el riff para el estribillo. Sin embargo, igual que en Felicidades, de las canciones se desprende la sensación de estar frente a un grupo en un modesto pico creativo, y esta vez es producto de la profundización de una decisión más que de un cambio de rumbo.