Damon Albarn: "La gente ya no mira a los ojos"
El músico británico, que actúa mañana en Buenos Aires, habla del pop, de la música africana y de la vida en las ciudades de hoy
Pasaron trece años desde la última vez que LA NACION entrevistó a Damon Albarn. Toda una eternidad para el reloj que marca el ritmo de este artista hiperproductivo. Albarn parecía encontrarse ante una encrucijada, en busca de nuevos horizontes y a punto de dar su primer paso al costado de Blur con su mediático proyecto animado Gorillaz. Desde entonces, este músico coronado durante los agitados años de reinado del brit pop desarmó su banda de toda la vida; explotó comercialmente el perfil virtual y viral de Gorillaz; les abrió las puertas de la industria musical occidental a cientos de artistas africanos a través de un sello, una disquería propia y un festival itinerante; armó una banda con uno de sus ídolos de la infancia, el bajista de The Clash Paul Simonon; revitalizó la carrera de una leyenda del soul como Bobby Womack; rearmó Blur y salió de gira una vez más con sus amigos de la adolescencia; escribió óperas y extravagantes musicales; se amigó con Noel Gallagher, su némesis en épocas del combate dialéctico y amarillista de Blur vs. Oasis y, este año, finalmente editó su primer álbum solista, Everyday Robots, que mañana y pasado presentará en el teatro Gran Rex. Un brumoso y melancólico retrato personal en la era de la alienación.
Trece años después, un Albarn completamente diferente vuelve a atender el teléfono para dar su visión del mundo y de la música actual, mientras ultima los detalles de un "musical para toda la familia" en su estudio de Londres y a horas nomás de tomar el vuelo que lo deposite por tercera vez en el país.
Desde aquella mirada ácida y colorida de Modern Life is Rubbish (el segundo álbum de Blur que marcó el inicio de la era del brit pop en 1993) hasta este diario personal hecho disco que resulta Everyday Robots, Albarn se ha impuesto por peso propio no sólo como uno de los músicos más importantes e hiperproductivos de su generación, sino también como uno de los observadores más agudos de la sociedad británica de fines del siglo XX y principios del XXI.
–Compusiste muchas canciones sobre la gente que vive en Londres. ¿Qué cosas cambiaron desde aquellos años 90 en los que hablabas de "coca-colonización"? ¿Cómo ves a Londres hoy?
–Creo que la gente, esencialmente, sigue siendo la misma, pero lo que ha cambiado es el modo en que interactúa con la ciudad. Esto es válido para cualquier ciudad grande. La gente ya no mira más a los ojos, sino que constantemente mira hacia abajo en estos días, sea para leer los mensajes o lo que fuere. No se levanta la vista muy a menudo en la ciudad, todos parecen estar pendientes de sus teléfonos. En las calles, en los aviones, en el subterráneo, en el supermercado... todos miran hacia abajo.
-Everyday Robots deja constancia de cierta alienación humana y habla de una rutina robótica que domina en la actualidad a las personas...
–Sí, se puede decir que Everyday Robots habla de cómo nos convertimos en máquinas mientras vivimos y también de la trampa que impone la tecnología sobre las personas [N. del R.: "Todos los días somos robots en nuestros teléfonos", canta en el tema que da título y abre su más reciente álbum].
–La última vez que charlamos, decías que Gorillaz era una "enojada reacción contra la música pop" de ese momento. Después de todas las experiencias, musicales y personales, de los últimos años, ¿te sigue interesando el pop?
–Lo de Gorillaz más que una reacción enojada creo que fue una intrigada y excitada reacción contra lo que sucedía en la música pop. Pero por supuesto que sigo interesado en eso. Tengo mis opiniones, algunas bastante fuertes sobre el tema, pero la verdad es que es difícil de analizar qué significa determinada música en el mismo momento en que está sonando. Lo mismo corresponde para cuando hay una revolución o cuando caen las bombas en Oriente... ¿es algo positivo o negativo? No lo sé, hay como un área gris, en la que uno lo único que puede decir es que es muy triste. Todo lo que uno pueda analizar sobre algo que está ocurriendo en este momento es básico. En cuanto a lo que me sigue interesando de la música pop, creo que es eso que hace que algo se convierta en masivo, cierta coloración que, cuando uno la escucha, logra algún tipo de emoción. Siempre ha sido así.
–Keith Richards escribió un libro infantil y vos estás trabajando en un musical para niños... ¿Qué está pasando con los rockeros?
–¡Ja!, bueno, no me tenés que ver como un músico de rock cuando hago este tipo de cosas. Quiero decir, de chico participé de muchísimos musicales. Hice Oliver!, que es un musical de Lionel Bart, o cosas como Guys & Dolls y Oh! What a Lovely War, que cuando era niño tuvieron un efecto muy significativo para mí. Tuve una formación importante en este tipo de música cuando estaba en la escuela. De hecho, de algún modo, mi interés en el rock, no en el pop, tuvo mucho que ver con eso, con el music hall inglés, la canción francesa y todo eso. En un sentido no me veo a mí mismo como un artista de linaje rockero. Hay algo que viene de antes, que estuvo presente en mí bastante antes de mi juventud.
La tierra prometida
Albarn es un melómano obsesivo que cumplió el sueño de la disquería propia sólo para poder revolver las bateas sin culpa y descubrir así nuevos sonidos que nutran su pasión. De allí el ecléctico camino creativo que construyó a su alrededor, que, según él, parte del music hall y la música folk inglesa, atraviesa a The Beatles y llega a lo que, esta última década mediante, bien podría entenderse como su tierra prometida: África.
"Todas esas influencias están en mis canciones. La música folk, el music hall, el jazz, Coltrane, The Beatles, The Who, la música africana. En Blur, probablemente, yo era el más Beatles de todos, mientras que para Graham [Coxon, el alma guitarrera de la banda] la mayor influencia era The Who. Y los dos amábamos a The Jam. Creo que siempre nos relacionaron con The Beatles, pero mi forma de pensar estaba más vinculada con Ray Davies [The Kinks]. En esos años trataba de pensar como una combinación de los dos."
–¿Recordás la primera vez que escuchaste música punk? ¿Qué impacto te causó?
–Creo tener conciencia de que la primera vez que supe de algo relativo al punk fue en la escuela primaria. Eran cosas de mayores y para serte honesto debo decir que me sentí un poco asustado. Era un niño curioso, tendría siete u ocho años, estaba interesado en saber de qué se trataba, pero también me asustaba. ¡Johnny Rotten me aterrorizaba! Para mí, tenía una imagen terrorífica.
–Al mismo tiempo, y al igual que muchos otros músicos ingleses, siempre te definiste como un gran fan de The Clash. ¿Qué creés que significó la banda para vos y para tu generación?
–Creo que ellos tenían cierto sentido del drama social inglés, como también lo tuvo el punk, que era totalmente cautivante. En sus canciones, había una presencia de la temática social y de masas de ese momento que lograron transformarse en la banda de sonido de esos días. Si miro hacia atrás, lo que yo buscaba en la música era eso, tener un correlato entre los hechos y la experiencia diaria de vida. Todavía hoy es eso lo que busco en la música todos los días.
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