Daniel Veronese: "Siento que cuando dirijo estoy escribiendo"
El talentoso director y dramaturgo estrenó dos obras en el San Martín y en el Cervantes; ya viajó a Madrid para la tercera
Estrenó dos textos la semana pasada. El jueves, Vigilia de noche, del sueco Lars Norén, en el Teatro San Martín, y el viernes, una reescritura de su obra Los corderos (1993), en el Teatro Nacional Cervantes (es un texto que hace un par de años había puesto en escena en España y en México con actores locales). El lunes, a media tarde, viajó a Madrid a montar Bajo terapia, de Matías del Federico, con intérpretes españoles, pieza que estrenará a fines de agosto en los Teatros del Canal.
Daniel Veronese dice que está cansado del teatro, que necesita vacaciones, pero el trabajo de director lo excita muchísimo y no puede apartarse de él. Encuentra en los actores esa provocación indispensable que necesita a la hora de la creación y, aunque es la tercera vez que monta Los corderos, aclara que las puestas son muy diferentes. "No me aferro a lo que hice, sino a lo nuevo que tengo -aclara-. No podría repetir. El target de los actores me va a dar un resultado distinto. No puedo pedirles algo que no venga de sus cuerpos. No tengo que meter a los intérpretes en la estructura de una pieza, sino todo lo contrario. Esta versión es muy distinta de las anteriores. Creo que ésta es la más afiatada de todas. Es como si la hubiera dirigido otro director."
En ambos textos asoma una constante que se mantiene en la producción de Daniel Veronese: las relaciones familiares exacerbadas. Los cuerpos de unos personajes que parecieran entrar en una descomposición inesperada. Cierto dolor que produce la convivencia cotidiana y no poder escapar de un entramado de relaciones muy fuerte, aunque, a la vez, muy desesperanzador.
Descubrió a Lars Norén en México, a través de una productora amiga. Le gustó Demonios, pero lo atrapó más Vigilia de noche. Sintió que estaba hecha para que él la dirigiera. Veronese montó ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, de Edward Albee, en Cataluña y en México. Este cronista le comenta que al final de la función de estreno en el San Martín escuchó a un espectador decirle a su acompañante: "Me hizo acordar a ¿Quién le teme a Virginia Woolf?".
El comentario lo sorprende.
Aunque quien esto escribe cree que no es tan así: hay un lazo muy fuerte entre ambas producciones.
-¿Qué te interesa de Vigilia de noche?
-Esa situación incómoda de tener que resolver cuestiones dolorosas, afectivas, profundas, en la noche. En un estado de embriaguez, de cansancio. Ese espacio está para otra cosa. Ellos no están lúcidos, pierden el control y eso hace que todo se produzca más rápido y más cruelmente. Siento que es una obra cruel sobre los sentimientos. Me gusta mostrar eso. No es que crea que hay que ser cruel y mostrarlo. Pero esa lucha por el amor, ese pedido de amor, de atención, a la persona equivocada y en el momento equivocado, me produce imágenes teatrales muy potentes. Son dos parejas desintegrándose. Es una pieza mucho más larga. La recorté. Norén la escribió con un gran distanciamiento, con cierta frialdad. Los actores argentinos se toman en serio estas pasiones. Nosotros somos muy itálicos. No hay forma de no sufrir en la vida.
A veces, se tiene la sensación de que en tus espectáculos asoma un costado muy machista. La mujer está muy desprotegida y el hombre adquiere un lugar casi preponderante.
-En todo caso es una exacerbación del machismo. Para mí, las mujeres son más inteligentes. Saben lo que quieren. Y eso las hace un ser superior. En Vigilia de noche los cuatro personajes son perdedores. El que pide amor como puede y se atreve a él es superior al otro, y eso aparece en la mujer. El hermano menor en esa obra pide amor de una manera tonta y es un profesional, ingeniero. No maneja su vida afectiva. No me gustaría ser machista. Cuando escribo, comprendo más a los personajes femeninos. Siempre sufren más, pero accionan. Los hombres dan vuelta sobre lo mismo y no les creo lo que dicen.
-Dejaste la dramaturgia y la dirección ocupa un lugar más fuerte en tu carrera, ¿por qué?
-Me hace brillar, me excita, me hace sentir más vivo. Puedo decir más cosas dirigiendo que escribiendo. Siento que cuando dirijo, estoy escribiendo. Es un complemento de la escritura. Si no fuese dramaturgo, dirigiría de una manera diferente. Hasta me doy el lujo de intervenir los textos y sacar el provecho que creo que cada obra necesita. Tengo una voracidad frente al trabajo que satisface la dirección: la escritura me deja como en la gatera. En un momento fui titiritero, después autor, ahora soy director. Son cosas que uno va dejando. Mi trabajo con el grupo El Periférico de Objetos está ahí. No lo uso, pero me marcó. Tuvo que ver con un momento de mi vida. Cambio de gustos, cómo no voy a cambiar de profesión.
-En estos días, leía una entrevista que te hacían y decías que Los corderos era gambariana [para referirse a cierta influencia de Griselda Gambaro]. Vigilia de noche expresa cierto realismo exacerbado: pensaba en Eduardo Pavlovsky.
-Ellos no decidieron ser mis maestros, pero lo fueron. Empecé a escribir leyéndolos. Diría que en Los corderos también hay un realismo exacerbado. Busco ese realismo. Llevo las situaciones a un lugar de distorsión, pero necesito que sean creíbles, verosímiles. Cuando trabajo con los actores, no me detengo en lo que el texto dice, sino en lo que los actores están haciendo. Me importa más lo que expresan sus cuerpos que el parlamento siguiente.
-Te provoca la actuación. Sólo te animás a actuar frente a una cámara de cine o televisión, ¿por qué?
-La actuación frente a cámara es otra cosa. Hay menos ensayos. Con Celina Murga [en La tercera orilla] me entregué y confié. Ahora trabajé con Lucía Puenzo en Cromo [serie para la TV Pública]. Y con Lucrecia Martel en Zama, de Antonio Di Benedetto. Es un modelo muy diferente al del teatro. El nivel expresivo, la concentración, la exposición son muy distintos a estar trabajando sobre un escenario para cuatrocientos pares de ojos que te miran y te fagocitan si te equivocás. Para ser un actor teatral, hay que estar un poco loco. Debe de ser por eso que quiero mucho a los actores. A mí eso no me da placer.
lanacionar