Danza de riesgo para el paroxismo
Espectáculo coreográfico. "Hondo", música de Diego Frenkel y Sebastián Schachtel, coreografía e interpretación de Gustavo Lesgart e Inés Sanguinetti. Escenografía y vestuario de Alberto Negrín. Iluminación de Gonzalo Córdova. Viernes, sábados y domingos, a las 21. Sala Contemporánea. Centro Cultural Recoleta. Junín 1930. Nuestra opinión: bueno.
En una suerte de caja que multiplica la misma foto de un fragmento del cuerpo femenino desnudo, un hombre (Gustavo Lesgart) se lanza, en un paulatino crescendo de desesperación, a exteriorizar su soledad. Es un grito en movimiento; se asfixia entre paredes, techo y piso que lo abruman, así como sus sentimientos buscan la salida de un oscuro laberinto. Sin embargo, cuando aparece ella (Inés Sanguinetti) insertándose sin permiso en su intimidad, la sensación es de mayor ahogo. Se establece una lucha sin tregua en la que cada cual invade y avasalla al otro. En principio, como un pulpo con ferocidad de dragón, el hombre gana.
Sin respiro, los combatientes pelean por su mínimo territorio y, en términos más profundos, por defender con uñas y dientes su interioridad. En la tregua, gracias a la notable estructura escenográfica de AlbertoNegrín, ambos "caminan" por las paredes, hasta quedar suspendidos en el aire, pegados a los muros como moscas imperturbables. Acechan los desplazamientos del otro; son cazadores y presas de caza, nunca víctimas.
Los dos se incorporan a los huecos del rival; la presencia de ambos llena todo con brutal energía. En un juego sádico, alternativamente toman el poder. Hay una fuerte carga de deseo y de rechazo. Oscilan entre los polos del odio y del deseo. En la lucha a muerte está la vida; son emociones en carne viva que dejan el alma expuesta en una danza exasperante. Destruir lo que obsesiona, al miedo como a lo amado; detestar lo que provoca dependencia; depender de lo que se extraña, son las claves.
Zonas restringidas
Lesgart y Sanguinetti trabajaron en una pieza que extralimita técnica y forma para expresar hondo, tal como reza el título, el mensaje. Nada más misterioso que el viaje interior ni más perturbador que reconocer la otra cara de la moneda. Así, la independencia absoluta resulta un mito, porque la contrapartida es la necesidad del prójimo. Aunque al final el hombre logra su cometido y se desprende de ella, símbolo del contacto con el exterior, con lo que desea, sueña y teme, paradójicamente, su desesperación crece y se acentúa el dolor.
Más allá de la intensa carga de las ideas, es el camino interpretativo lo que hace mayor impacto. No tanto en la emocionalidad, ya que aquí no hay matices para la reflexión. La cuestión es el shock que los bailarines provocan con su danza de riesgo, movimientos y sensaciones que estimulan al paroxismo, siempre a través de lo físico.
Seguramente, buscan la reacción inmediata ante las imágenes que muestran. Aquí, el peligro es factor de inspiración y atracción. Como intérpretes, se lanzan a lo desmesurado y, por ende, propician mayor adrenalina en el espectador. Algo así como "La guerra de los Roses" o "¿Quién le teme a Virginia Wolf?" en danza, sin pensar en argumentos, sino en los sentimientos en su visión más sanguínea; con cuerpos preparados para la batalla que desatará sobre escena. Kamikazes, pugilistas, acróbatas, clavadistas, en estos bailarines no hay términos medios. Es una obra interesante que apela a novedosos recursos, tanto en la técnica como en el decorado, que despierta sensaciones desacostumbradas.
Extenúa. Eso de uso pero no abuso es aplicable aquí en tanto Lesgart y Sanguinetti no se limiten, valga al redundancia, en buscar solamente en lo ilimitado.
Las funciones, constantemente a full, inauguraron una nueva sala y cabe preguntar si se pensó en la mínima comodidad del público: llanos tablones por los que camina todo el mundo para acceder a sus sitios (las entradas sin numerar); así de sucios también sirven como asiento, en tanto que el respaldo son las piernas del que está atrás. Apretujados y pidiendo disculpas a cada instante porque inconscientemente "se patea" al de adelante, los espectadores no saben que aquí las reglas son como en la popular de una cancha de fútbol o las de masivos recitales al aire libre, donde cabe el arréglese y sálvese como pueda . A los bombos y platillos de una inauguración debe agregarse, fundamentalmente, el respeto hacia quienes la sala va dirigida.