Con un homenaje a la coreógrafa Noemí Lapzeson, se inauguró ayer el 10º Festival de Danza Contemporánea
En la noche primaveral de octubre, una larga cola de gente entusiasta inunda la vereda de la avenida Triunvirato y los vecinos de Villa Urquiza se preguntan qué se está celebrando allí, en el Centro Cultural 25 de Mayo, donde ayer se puso en marcha el 10° Festival Buenos Aires Danza Contemporánea.
Durante nueve días, hasta el miércoles 17, se sucederán alrededor de 150 eventos, entre performances, clases y encuentros a desplegarse en escenarios céntricos o (como en la inauguración) en salas barriales. Presente en la apertura, el ministro de Cultura porteño Enrique Avogadro , sin micrófono y sin discurso, exaltó en charlas con los asistentes la intervención deProdanza, organismo oficial que promueve esta actividad.
En la inauguración del ya clásico evento, que dirige Roxana Grinstein, bailarines y maestros, jóvenes y veteranos, aficionados y profesionales, artistas y docentes presenciaron el espectáculo principal del programa de anoche, que pautó el carácter de homenaje de la velada cifrado en la pieza Querida Noemí: recuerdo a Noemí Lapzeson, la gran maestra argentina e internacional que murió en Suiza en enero de este año, concebido por su discípula, Romina Pedroli.
Al final de esa rica performance (que incluyó proyecciones y música en vivo) se sirvió un cóctel en el hall principal de Centro Cultural, mientras que en el primer piso, en "la redonda", parte de los espectadores siguieron las alternativas de la pieza De la continuidad de la forma, creación de Emanuel Ludueña para cinco bailarines, con música de Bach, Voguel, Pintos y Lara, que se había dado a conocer hace ya un año. La peculiar sala, con la calidez de sus columnas y sus molduras, enmarcó una serie de acciones de variadas dinámicas, a veces con predominancia de "piso" y de carreras que aprovecharon la amplitud espacial, hasta establecer enlaces de los cuerpos, con alguna apelación a la técnica de contact.
Las marcas de una gran creadora
El rasgo dominante de la apertura del festival –decíamos– fue el homenaje a Noemí Lapzeson; su figura y su herencia artística imprimieron la velada tanto por su refinamiento estético como por sus implicancias emocionales. Romina Pedroli, otra argentina que en algún momento también emigró a Suiza tras los pasos de la excepcional coreógrafa (que para entonces había adoptado la nacionalidad y acumulaba años de reconocimientos en Ginebra), tradujo en su propio cuerpo el legado de su maestra. Pedroli es, entre los artistas locales, la intérprete que acaso más definidamente absorbió –y continúa haciéndolo– los lineamientos estéticos "de culto" que Lapzeson desarrolló en su vasta producción y sus clases, así como en cada gesto de su deslumbrante paso por el mundo del arte.
Querida Noemí se desarrolló en dos partes, primero en el foyer del teatro, donde la bailarina interpretó el unipersonal "Pasos", y continuó en el escenario de la sala principal. "Pasos" es una pieza que Lapzeson compuso especialmente para su discípula y que ambas dieron a conocer en Buenos Aires en la visita que la coreógrafa realizó en 2010. En ese solo la ejecutante despliega a lo largo de quince minutos las incontables posibilidades expresivas de un cuerpo "instalado", sin desplazamiento, con preponderancia del torso, en una apoteosis minimalista de la espalda, hombros, omóplatos y cabeza (que a veces se oculta), hasta elevar y movilizar las extremidades. Esta búsqueda en áreas insospechadas del movimiento, que la artista suizo-argentina concibió con virtuosismo, se transfiere a Pedroli en una admirable mímesis recreadora.
La segunda parte de Querida Noemí reúne materiales de diversos órdenes, principalmente fílmicos, en los que se recuperan las enseñanzas de Lapzeson, su bello rostro en primer plano, sus entrevistas en francés, sus disquisiciones y confesiones acerca del rol de la danza en su vida: "Trato de ‘des-danzar’ la danza", dice en un momento dado, en una frase que sintetiza buena parte de su incansable búsqueda del ascetismo expresivo: el cuerpo desnudo, como en su célebre pieza But there is another Shore, you know? (1981, rebautizada Traces), en la que una bolsa elevada va desgranando arena sobre el cuerpo de una bailarina inerte, sin ropa, y de la que se recuperaron fragmentos, en pendant con la revisión (filmada) de la propia Pedroli, en contacto vivo con la naturaleza.
Con la puesta en escena y realización audiovisual de Daniel Böhm, Romina Pedroli reinterpreta en los films las obras de su maestra, así como otras posteriores, tales como Eidos (que tuvo acompañamiento musical en vivo) y Un instant. En la primera, Romina baila en vivo y en penumbras, mientras su propia figura filmada (y agigantada) alterna giros y desplazamientos con ella misma.
La selección de fotos de distintas épocas y circunstancias de la trayectoria de Lapzeson, incluidas en la performance, completaron un carácter especial a la apertura del festival de este año, en tanto reconocimiento a una figura del pasado reciente que guió y seguirá iluminando los pasos de numerosos artistas de la danza; muchos de ellos podrían estar sumándose al tributo con un manifiesto implícito: No te olvidamos, Noemí, y continuaremos la búsqueda y la renovación. Es un sentimiento comunitario que, año a año y de distintas maneras, se renueva en este indispensable evento de la danza.
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