Deslucido programa en el Coliseo
Artistas cubanos, españoles, israelíes, brasileños, ucranianos y un argentino protagonizaron, con altibajos, la VIII Gala Internacional de Ballet de Buenos Aires
Ciro Tamayo y Melissa de Oliveira fueron los encargados de abrir la velada: malagueño él, paulista ella, ambos de la misma edad (24 años), aunque a él se lo ve más maduro: muy afecto al salto, se entrega al vuelo asombrosamente décontracté. Fue un dúo all’antica, con gusto a Bournonville, que a Melissa le deparó el mal trago de un resbalón (¿responsabilidad del tapete?). Esta pareja, originaria del Sodre de Montevideo, habría de resarcirse, en la segunda parte, con el Pas d’esclave de El Corsario, plato infaltable en un programa como este: la Gala Internacional de Buenos Aires, que así cumple su octava edición.
¿Cuánto de lo que se vio este año se aproxima a logros y/o excelencias de ediciones anteriores? Poco, a decir verdad. Pareció un emprendimiento como "de transición" o menos ambicioso, en el que hasta la disponibilidad técnico-lumínica del Coliseo se mostró deslucida. Una edición, sin embargo, en la que se buscaron alternativas o pequeñas transgresiones a los fastos de espectáculos más altisonantes. Y este rasgo distintivo despuntó en la insólita incorporación de números acrobáticos, mechados entre los distintos pasos de una suite de clásicos y contemporáneos.
Estas incursiones resultaron más interesantes que algún número de danza prescindible (como Spring Waters, un pas de deux de Assaf Messerer que roza el kitsch). De los dos intermezzi acrobáticos, despertó más entusiasmo Unite, un duetto de Amir Guetta y Hemda Ben Zvi, sorprendente dupla israelí –pareja en la vida, también– formada en la técnica circense hand to hand, con recursos de leaping y artes marciales, como la capoeira. Ofrecieron fragmentos del show Zoog que tiene que ver con la pareja, y que parecería insinuar que la vida en común… es toda una prueba acrobática.
Curioso: los números más aplaudidos recalaron en los solos. Uno fue el Ave María que bailó sobriamente Craig Dionne (acaso lo más contemporáneo de la noche), el mismo que su autor, el israelí Igal Perry había coreografiado para José María Carreño (del ABT). Otro, el doliente Lacrimosa concebido sobre el Réquiem de Mozart, acerca del cual su intérprete, el argentino Luciano Perotto, contó en un video anticipatorio que el coreógrafo, Edward Stierle, lo plantó antes de morir a los 21 años. Y lo más breve y más aclamado de la noche: el Gopak (de la suite Taras Bulba), derivado del entrenamiento militar cosaco, que Ciro Tamayo desplegó con esa espectacularidad estimulante que producen los saltos en tournant casi imposibles logrados con una fluidez exenta de esfuerzo.
La cubana Adiarys Almeida (35 años, formada con Alicia Alonso y luego instalada en los Estados Unidos) bailó con su compatriota Taras Domitro (32) el arduo dúo del Cisne Blanco, a pesar de que ella se especializa en el rol opuesto, el de Odile, el Cisne Negro. La mejor escuela cubana palpita en ella, en especial, con un admirable control del timing del adagio.
Por una vez, otro de los clásicos que no faltan a la cita resultó decepcionante como cierre de la vacilante velada: el pas de deux final de Don Quijote, por la ucraniana Kateryna Shalkina y Oscar Chacón, ejecutado con una técnica apenas aceptable y un atteggiamento poco convincente en los roles: este Basilio tiene porte de príncipe guerrero, mientras que Kitri, antes que aldeana, luce como una dama de corte.
Por suerte, un poco antes, los propios Shalkina y Chacón, dos ex de las huestes que Maurice Béjart dejó en Lausanne, habían consumado dos buenos momentos de la soirée: un duet de Béjart, precisamente, musicalizado por Jacques Brel, y un fragmento del ballet Cantata, del gran Mauro Bigonzetti, una de las invenciones más intensas de este programa con altibajos, de esos que, una y otra vez, proclaman la vigencia de la "gala", un género que –con aciertos y rutinas– sigue convocando incondicionalmente al balletómano.