El corsario
Paloma Herrera encontró, en el Ballet del Colón, un sostén a la altura de su prestigio
Coreografía: Petipa y otros, revisión de Anna-Marie Holmes / Música: Adam-Drigo-Delibes / Escenografía: C. Prego / Iluminación: Roberto Oswald / Vestuario: Aníbal Lapiz / Con: Ballet del Colón / Dirección: Lidia Segni / Invitados: Paloma Herrera y Guillaume Cote / Con: Filarmónica de Bs. As. / Dirección: H. A. Arzuza / Sala: T. Colón / Próxima función: hoy, a las 20.30.
Nuestra opinión: muy bueno
Una actualización de El corsario , distinta de la que se conoció doce años atrás, acaba de ingresar en el repertorio del Ballet del Colón. Despunta con una nave pirata, de impactante efecto visual, que surca el oleaje. Este ballet también podría titularse La bella esclava , o algo así, porque el rol femenino tiene peso propio. Si bien se originó en el poema de Lord Byron, The Corsaire (1814), la idealización que el poeta hizo de los corsarios se ha ido diluyendo. En las incontables versiones que se sucedieron casi desde que Adolphe Adam musicalizó un irrecuperable ballet d'action de Joseph Mazilier estrenado en París en 1856, la figura dramática que creció en atractivo es la de la esclava Medora, bella y grácil, sólo corporizable por étoiles con una técnica y un porte a la altura de los de Paloma Herrera.
En ese rol, la excepcional intérprete argentina se reencontró con el público de sus lares y protagonizó, con el respaldo de Guillaume Côté, como el pirata Conrad, y el ballet de la casa, que dirige Lidia Segni, este hit tradicional, tantas veces modificado: el propio Petipa -cuyo esquema es el que predomina en la concepción- probó cinco revisiones a fines del siglo XIX. La que ahora estrenó el elenco porteño es la que la canadiense Anna-Marie Holmes montó para el ABT de Nueva York, y que presumiblemente se apoya en la del ruso Konstantin Serguéiev, de 1973.
En la enredada peripecia de Medora, que es rescatada temerariamente por Conrad, Paloma, ya de entrada, enhebra una secuencia de finísimos filigranas, en contraste con Marcelo Antelo, el Pashá, en otra de sus graciosas caracterizaciones. Pero la esclava que compra el Pashá es Gulnara, que se expresa a través de los admirables piqués-déboulés iniciales de Silvina Perillo, el punto más versátil del elenco local. Otros desempeños destacables son los de Federico Fernández (Lankedem) y el del formidable Juan Pablo Ledo como Alí, en el Pas de trois del segundo acto, pasaje emblemático del repertorio académico, que, convertido en Pas de deux como módulo autónomo, se ha instituido en un clásico de las Galas.
Paloma y Côté alcanzan uno de sus momentos más logrados en el dúo romántico del segundo acto, no tan espectacular, pero más profundo en lenguaje e intenciones. Con su trama delirante y exótica, El corsario abunda en pasajes de gran desafío técnico, que deleitan tanto a especialistas cuanto a no iniciados. Entre fugas, raptos, imposturas, rescates urdidos por el pirata del título (sin olvidar el bizarro sueño del Pashá que, musical y dancísticamente, parece de otra pieza), más los arrebatos amorosos de Medora y Conrad, estas aventuras de cuño romántico desembocan en otra espectacular travesía marítima hacia la libertad. El balance deja la certeza de que Paloma Herrera ha encontrado, en el elenco local, un sostén a la altura de su prestigio.