Ballet. Exultante fin de temporada
El lago de los cisnes / Música de Chaikovski y coreografía de Peter Wright (con colaboración de Galina Samsova), sobre el original de Petipa-Ivanov/ Ballet del Teatro Colón/Dirección: Lidia Segni/ Escenografía y vestuario: Philip Prowse/ Orquesta Filarmónica de Buenos Aires; dirección: Hadrián Ávila Arzuza/ Teatro Colón.
Nuestra opinión:: excelente
Resulta llamativo, y estéticamente coherente, que esta excepcional versión de El lago de los cisnes se inicie con un funeral y se cierre con una suerte de responso para un príncipe muerto. Rige el andarivel de la partitura de Chaikovski y la estructura coreográfica corresponde a la que concibieron Petipa e Ivanov, pero, en el desarrollo, la imponente puesta en escena del coreógrafo Peter Wright (1926) deslumbra al espectador y lo sorprende con sus aportes. El Ballet del Teatro Colón, que dirige Lidia Segni, lo ha incorporado a su repertorio y, repositores mediante, le ha dado vida con rigor y devoción.
No es poco, tratándose de un ícono de la historia del ballet que ha desafiado la técnica y la magia de enormes étoiles , así como ha favorecido la consagración de algunas otras. Entre las últimas habrá que incluir a Carla Vincelli, quien a los 31 años se ha consolidado en ese privilegiado sitial, después de una década de lento ascenso en la compañía oficial, en roles comprometidos. Para asumir el espinoso desdoblamiento de Odette/Odile contó con el firme respaldo de Federico Fernández, su compañero de elenco.
Pero antes de que desfilen los virtuosismos danzados hay que admirar, en el coreógrafo, el manejo de una puesta digna de grandes régisseurs , incluidos los de teatro y ópera. Un primer acto exento de las consabidas pirotecnias festivas destila, en cambio, los resabios fúnebres del reciente deceso del rey, con una corte que trasunta una gravedad propia del castillo de Elsinor: una arquitectura de sólidos bloques normandos, grises, transmite una atmósfera sorprendentemente shakespeareana. Nunca vimos, antes, una ambientación de El l ago de los cisnes de este tenor. Las danzas, igualmente sobrias, permiten el lucimiento de Maximiliano Iglesias en el rol de Benno (asistente del príncipe), el mismo que, con recogimiento de duelo, cerrará la pieza.
En ese orden de lo plástico, es insoslayable la exquisitez del vestuario de Philip Prowse (también escenógrafo), tan elogiado en ocasión del estreno de esta puesta en la Ópera de Estocolmo, en 2001, con su equilibrio en las tonalidades de rojos y grises y refinados diseños.
Con sabio criterio, ni el coreógrafo ni su colaborador Prowse osaron introducir modificaciones en los intangibles actos "blancos" (segundo y cuarto), debidos a Lev Ivanov. Sí, en cambio, hay sutiles innovaciones en la gran recepción del tercero, en los que Wright incorpora tres roles de solistas, con las princesas húngara, napolitana y polaca (las "candidatas"), bien resueltas por Gabriela Alberti, Natalia Pelayo y Larisa Hominal.
En el segundo acto, prueba de fuego para la intérprete de Odette, Vincelli se adecua con talento a la sensibilidad romántica con sus attitudes, sus port-dès-bras y la armonía de sus "desmayos", y Federico Fernández le proporciona una contención viril y sin fisuras. Movilizarán el entusiasmo del público con las destrezas del espectacular acto tercero (en el que, por lo demás, no pasa inadvertido el Rothbart de Vagram Ambartsoumián): los infaltables fouetés de ella y las pirouettes à la seconde de él, ejecutados con desafiante velocidad. A eso contribuyó la vigorosa dirección instrumental del colombiano Hadrián Ávila Arzuza (aun con la flaqueza de algún solista). Antes de que la temporada concluya, nadie debería perderse esta sutil, legítima relectura de un clásico emblemático.
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