Una Cenicienta en Viena
Ficha técnica: La Cenicienta, ballet en 2 actos / Coreografía: Renato Zanella/ Música: Johann Strauss II/ Escenografía: Juan Carlos Grecco/ Vestuario: Aníbal Lápiz/ Ballet del Teatro Colón/ Dirección: Lidia Segni/ Orquesta filarmónica de Buenos Aires/ Director: Emmanuel Siffert/ Teatro Colón/ Próxima función: hoy, a las 20.30.
Nuestra opinión: excelente
Luce como un ballet enmarcado: el prólogo muestra el exterior de la Ópera de Viena, siluetas de público actual y hasta un auto, anacronismos deliberados muy frecuentes en las régies de ópera. El propio autor del ballet, Johann Strauss II, anda rondando el teatro, como espíritu propiciatorio que reivindicará a una humilde modista del mundo de la moda vienesa: en eso se ha convertido L a Cenicienta en esta versión. Strauss es Alejandro Parente (señorial en sus ascensos en la Nube, que aquí reemplaza al Zapallo); la costurerita se llama Greta (Nadia Muzyca, muy medida en su rol de ingenua) y su partenaire, Gustav (Federico Fernández, sobrio y preciso en los solos y en los dúos). Así se perfila esta original y compleja Cenicienta , según concepción del coreógrafo italiano Renato Zanella, que se ha incorporado al repertorio del Ballet del Colón que dirige Lidia Segni.
La madrastra es, aquí, Mme. Léontine (una desopilante caricatura grotesca de Igor Gopkalo), regente del atelier de modas; sus hijas, las hermanastras de Greta, fueron asumidas con encomiable gracia y destreza en la composición corporal por Paula Cassano y Daiana Ruiz.
Como se ve, la pieza da lugar a no pocas caracterizaciones (habrá muchas más), algo invalorable para una compañía numerosa como la del Colón, que de esta manera da oportunidad de intervención -y de lucimiento a casi todos sus integrantes. Es uno de los méritos de esta invención de Zanella, quien, a lo largo de buena parte del desarrollo de su Cenicienta , colma la amplia superficie escénica del primer coliseo con bloques corales de gran complejidad en su combinatoria espacial. Esto evidencia la extraordinaria capacidad del coreógrafo en materia de puesta en escena, ejercitada también en el terreno de la ópera a través de varias régies.
En su creación reina un clima festivo de opereta, sea por lo exultante de la partitura (un poco abrumadora en su profusión de valses, pero ejecutada con brillo inusual por la Filarmónica, bajo la acertada batuta del maestro suizo Emmanuel Siffert), o bien por el carácter ligero de la acción, impregnada de ironía. En este sentido, la pieza evoca el estilo de El murciélago , todo un hit straussiano.
Otro personaje que cobra vuelo propio es el de la sofisticada prima ballerina Cerini, que luce una aparatosa indumentaria de star y encarga un vestido en la maison : toda una creación, entre el refinamiento y el ridículo, asumida con talento por Carla Vincelli (se vuelve seria en su dúo con Edgardo Trabalón, eficiente partenaire). La fiesta de Año Nuevo pone a prueba el desempeño grupal del Ballet del Colón, con una secuencia de vasta exhibición, incluido el admirable vestuario de Aníbal Lápiz, en consonancia cromática con la escenografía de Juan Carlos Grecco, en un despliegue digno de los fastos del Imperio Austrohúngaro.
El segundo acto propone escenas más íntimas, como el (soñado) dúo Muzyca-Fernández, en un depurado lenguaje neoclásico, con abundantes portés expresados en un código de romanticismo juvenil. El final depara un estallido de imaginería visual, a propósito de un desfile de "fanta-moda": joyas, climas de las estaciones del año (como el muy aplaudido "Invierno" de Vagram Ambartsoumian, con su excepcional dominio del movimiento) y novias, muchas novias enfundadas en fantásticos modelos que, de modo brillante, cerraron un espectáculo infrecuente en cuanto a producción y, al mismo tiempo, de una fascinación irresistible.
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