Desamparo y desilusión punk
American idiot
Libro: Billy Joe Armstrong y Michael Mayer/ letras: BJ Armstrong/ música: Green Day/ adaptación: Santiago Fernández y Natalia del Castillo/ elenco: Germán Tripel, Mariu Fernández, Francisco Eizaguirre, Sofía Val, Sofi Morandi, Leandro Bassano, Cristian Centurión, Franco Friguglietti, Julián Rubino y Tati Luna/ vestuario: Alejandra Robotti/ coreografía: Maia Roldán/ coach vocal: Katie Viqueira/ diseño de iluminación: Ariel del Mastro, Ariel Ponce/ escenografía: Del Mastro, Maxi Vecco/ dirección musical: Alejandro Devicenzi, Carlos Vallejo/ producción general: Diego Kolankowsky/ dirección: Ariel del Mastro/ teatro: Broadway (Corrientes 1155)/ Nuestra opinión: muy buena
Cuando Green Day escribió American Idiot seguramente no se imaginó que su álbum sería un musical capaz de estrenarse en la calle Corrientes de una tan lejana Buenos Aires. Eso fue en 2004 y trece años después todavía hubo un murmullo de escepticismo cuando se supo que llegaba al país esta historia de tres jóvenes norteamericanos enojados con la ciudad en la que viven, con el statu quo, con el relato de los medios tras la mayor catástrofe que su país sufrió, el atentado del 11 de septiembre de 2001. ¿No será muy "americanista"? Pues sí y no. Indudablemente, la historia ocurre en un allá con banderas de Estados Unidos, con la idea de la guerra, de enlistarse para defender la patria y del punk como sinónimo de drogas, sexo y desilusión. A priori, un panorama distante del argentino. Pero nuestro 2001 también fue bisagra y produjo fenómenos que todavía tienen repercusiones. Y, desde determinado punto de vista, el joven es siempre punk.
Johnny, Will y Tunny quieren dejar la ciudad en la que viven. Sueñan con una vida, otra, aunque no saben muy bien cuál. Los tres emprenderán un tipo de viaje distinto y se encontrarán con que la realidad es dura, golpea los sueños, pisotea las ilusiones. American Idiot es el viaje del héroe en clave de ópera rock. No abunda el texto en esta obra. Las canciones y los cuadros musicales fueron diagramados por los autores (el líder de Green Day, Billy Joe Armstrong, y Michael Mayer), primero, y por el director (Ariel del Mastro), después, con pericia para que todo contribuya al relato. No es fácil contar esta historia llena de las contradicciones propias del pensamiento joven sin caer en la explicación, en la superficialidad que muchas veces envicia al musical. En este sentido, Del Mastro demuestra que sabe mirar el musical con otros ojos, con sutilezas, sin subestimar al espectador. Como lo hizo con Despertar de primavera y Tango feroz, prueba que entiende muy bien el universo de la desazón posadolescente.
Otra de las razones por las cuales este musical funciona es por la adaptación del libro y las letras. Las canciones de Green Day, y más aún, las de American Idiot, son muy populares. La propuesta de traducirlas al castellano para el musical podía hacer mucho ruido. Pero el trabajo de Natalia del Castillo y Santiago "Tato" Fernández (ya lo hicieron con Avenida Q) es excelente. Captar el verdadero espíritu de las canciones y buscar otras metáforas para no empalagar con una traducción literal de "Wake Me Up When September Ends" o "Boulevard Of Broken Dreams" merece ser destacado. No obstante, en las funciones de la semana que viene, los fanáticos acérrimos del trío tendrán la ocasión de escuchar las versiones en inglés.
La propuesta abunda en espectacularidad, las coreografías son poderosas y la escenografía es un mosaico de leds que hablan de la ciudad, de la rutina, del tedio y se transforman en un despilfarro lisérgico, a tono con la caída del protagonista, Johnny, en lo más oscuro de las adicciones (sensible trabajo de Francisco Eizaguirre). Su historia se presenta demasiado central: opaca a las que suceden en forma paralela y por momentos les hace perder relevancia dramática. Germán Tripel aparece medido en sus vicios rockeros para dar todo de sí al personaje de Jimmy, el dealer.
La banda interpreta el espíritu de Green Day sin perder nunca de vista la función dramática que exige la obra. Los climas están cargados por una partitura arrolladora y es la guitarra la que arenga con sus riffs a hacer de la angustia un renacer, un pogo del que ningún espectador va a poder escapar.
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