Papelones. Desventuras dentales para ponerse colorado
Tener la boca abierta en el momento menos indicado puede ser fatal
Cuentan algunos memoriosos que en los años 70, cuando partía el avión a Madrid en el que regresarían Juan Domingo Perón y su comitiva a Buenos Aires, gran parte de sus miembros se mostraron intranquilos debido a que uno de ellos, a la sazón dentista y representante del partido, buscaba desesperado entre los asientos su dentadura postiza, que misteriosamente había saltado y ejecutado indescriptibles volteretas. Lo cierto es que la mayoría de los adultos, por una o numerosas razones, prefieren esperar un poco más la visita al profesional que come con nuestra boca. Mientras tanto, se multiplican las historias.
El argentino Alberto Ossorio, de paso por Sucre, la ciudad boliviana que alberga unas 200.000 personas en el corazón del Altiplano, cuenta: "Un diente se me estaba aflojando, y por falta de tiempo decidí postergar la ida al consultorio. El tema me preocupaba, hasta llegué a soñar que se me caía. Una noche fui al restaurante al que iba siempre y, mientras comía unos tallarines a la boloñesa, sentí con horror que mi diente, creo que el 22, no sólo se aflojaba del todo, sino que ya era tarde y me lo había tragado".
También en la soledad rural nacen historias, como la del productor Benjamín García, de 9 de Julio. El hombre, de 75 años, iba como todos los días de la ciudad al campo en su camioneta blanca un poco embarrada, y al mediodía volvía al pueblo. Al llegar al cruce, una maestra con guardapolvo hacía dedo. Entonces Benjamín García frenó y la maestra subió. "Yo me olvidé de que habían puesto en el camino unas lomas de burro vaya a saber por qué, y en una de esas la camioneta dio un pequeño salto y... la dentadura se me salió, pasó por el triángulo del volante y fue a parar justo debajo del acelerador. Creo que la maestra no me vio. Y así, disimuladamente, fuimos despacito y la dejé en el centro. Entre que yo no hablaba e iba a paso de mula, la maestra no sé qué impresión se habrá llevado de este viejo", sonríe García, ahora más tranquilo, como si hablara de otra persona.
En la clase o en el show
En tanto, el comerciante porteño Marcos Segovia, que distribuye y comercializa repuestos para fotocopiadoras, también tuvo su avatar dental: "Cuando partí del hotel de Villa Gesell, lo hice con tanto apuro que olvidé en la mesa de luz uno de mis dientes. Es un postizo que lo tenía puesto hace poco y cada tanto me lo sacaba para dormir. En el hotel me conocen desde hace más de 10 años, ya que paso allí todas las vacaciones, así que cuando llegué a casa, en Buenos Aires, llamé por teléfono. Me atendió el dueño, un español simpático. Le pedí que si lo encontraban, me lo guardaran. Al año siguiente volví y, apenas entré en la recepción, el hombre me saludó mientras señalaba en dirección a los casilleros con las llaves. En uno de ellos observé con emoción mi diente, atado con un hilo a un cartoncito con mi apellido escrito en lápiz".
Incluso en plena época tecnológica, los postizos e implantes suelen producir sorpresas, tanto individuales como compartidas por una audiencia congregada por otros motivos. De eso está seguro el profesor de idiomas Javier Cossoli. "Estaba comentando un párrafo de Macbeth a mis 240 alumnos cuando mi dentadura inferior postiza voló como una de las proezas de Harry Potter. El auditorio, como yo, estaba asombrado y mudo. Era el centro de todas las miradas, tenía que hacer algo rápidamente. Empecé a sentir mucha vergüenza y de repente se me ocurrió algo. Dije, balbuceando: Estoy tentado, no puedo más, gracias . Y los alumnos, extrañados, se fueron acercando a la salida.
Frente al espejo, la desesperación que Agustín Beltrán experimentó al ver que su diente frontal se había caído transformó en un infierno las tres horas previas a su show musical. Animador, guitarrista y empresario, Beltrán entró en la cocina de su casa y, al observar el cabo plástico de una cuchara de acero inoxidable brasileña, aminoró su preocupación, sobre todo relacionada con la estética. Según sus palabras: "Tomé la cuchara por el mango, la corté con una tenaza y después fui afinando el mango hasta que quedó de la misma forma y volumen que mi diente suelto. Así, en 15 minutos tallé con mi cortaplumas el mango plástico y blanco, y al ver que encajaba en el orificio del caído lo coloqué con la ayuda de un pegamento. Horas después fui a hacer el show y todo salió bien. A los dos días fui a ver al dentista y, al observar mi arreglo, se rió bastante".
Lo malo no es tener que ir al consultorio odontológico, sino volver.
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