Dino Saluzzi, lejos del canon, muy cerca de Mozart
Variaciones sobre obras de mozart / Músicos: Dino Saluzzi (bandoneón, arreglos y dirección), Félix Saluzzi (clarinete y saxo), José María Saluzzi (guitarra), Matías Saluzzi (bajo) y Jorge Savelón (batería) / Sala: C.C. Konex, en el marco del 2° Festival Konex de Música Clásica / Nuestra opinión: Muy bueno.
El 2° Festival Konex de Música Clásica, que comenzó el último sábado, propuso al menos dos cruces o encuentros de la música académica con la popular. Uno fue el concierto programado para ayer del conjunto Escalandrum; el otro fue el que el domingo ofreció el bandoneonista Dino Saluzzi con su grupo. En ambos casos, el repertorio es una cita obligada con Mozart, ya que esta edición del festival está dedicada al compositor de Salzburgo, en el 260° aniversario de su nacimiento.
Los que asistieron a la cita (y fueron muchos), a pesar de la lluvia y la llegada del frío, seguramente se llevaron una sorpresa con la versión de Mozart que entregó Saluzzi.
Lo más interesante fue que resultó una selección de tres piezas muy diferentes entre sí, y gracias a las versiones de Saluzzi, en cada una quedó reflejado su carácter.
Sin duda, antes de subir al escenario el bandoneonista habrá tenido que tomar unas cuantas decisiones. En primer lugar, cómo hacer para que su grupo se adueñara de piezas que, en general, se escuchan en los recitales de pianistas y organistas. Cómo hacer para que cada partitura quedara repartida en cuatro, y a veces cinco, instrumentos, sin que perdiera su expresión camarística y se transformara en una mera orquestación o ampliación.
Saluzzi optó por convertir a los cuatro instrumentos melódicos armónicos (clarinete, bajo, guitarra y bandoneón) en uno, como si se tratara de piezas de un conjunto de cámara, de un grupo de cuerda, donde el trabajo colectivo levanta los cimientos, apuntala y decora (todo al mismo tiempo) la construcción de una obra.
Para la primera pieza, la Sonata 135 (KV547a), Saluzzi debió resignar los tempi indicados (allegro, primero; allegretto, después) para que no se tornara una maraña de notas entre cuatro instrumentos. De ese modo, con un pulso más lento y valseado, subrayó las melodías y le ofreció a la pieza una tímbrica muy especial, esa que caracteriza a su grupo, y jamás perdió la vivacidad que Mozart le imprimió al tema. Incluso con una especie de humorada cuando llevó, ya como quinteto, con el baterista en el escenario, el allegretto a una especie de swing de los años dorados del jazz, con el ritmo característico y la melodía coronada en las notas del clarinete. Ese modo de trabajo se repitió en el resto de las obras. La variación quedó en un segundo plano, lo importante fue la manera tan sutil, intensa e inteligente como el grupo se adueñó de los temas. El Adagio en Si menor (540) llevó un redoble de tambor pianíssimo que se hamacó en el andar de una murga. Pero el detalle no creció ni se comió a la pieza, fue verdaderamente sutil.
Para la Fuga 401, después de la interpretación del grupo, Saluzzi repitió solo, con su bandoneón, fragmentos del contrapunto, con una variación que la transformó de manera magistral en un tango.
Desde las versiones transnochadas que Waldo de los Ríos hizo de clásicos universales, fueron muchos los intentos de mixturas y crossovers académico-populares, pero pocos con este nivel de seriedad y sutileza. No hubo excentricidad, ni demagogia; no hubo intenciones de hacer un "Mozart va al" jazz, al folklore o al tango.
Más allá del gusto del oyente y de los criterios de cómo se "debe" tocar esta música, Saluzzi hizo una muy interesante reflexión. Sus versiones estuvieron lejos del "canon" interpretativo, pero, probablemente, cerca de Mozart.
Para la segunda parte interpretó obras más habituales de su repertorio que, sin duda, fueron elegidas por guardar cierta sintonía con el programa mozarteano de la primera parte. Sólo el bis, "La arribeña", de Atahualpa Yupanqui, se corrió levemente de la premisa de esa noche. Pero sin desentonar, fue un cálido cierre para un muy buen concierto.
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