Divertida parodia con humor negro
"Frankestein, el monstruito", adaptación libre de la novela de Mary Shelley, de Eduardo Pavelic. Música original de César Mont. Diseño y realización de vestuario: Cecilia Prado, Fabiana Echeverría, Miriam Dewey, Luciana Parodi y Laura Méndez. Coreografía: Paola Nicodemi. Intérpretes: Armando Saire, Gabriel Tortarolo, Mariano Márquez y María Sol Gilgorri. Puesta en escena y dirección: Eduardo Pavelic. Sala Alberdi, Sarmiento 1551, 6° piso, sábados y domingos a las 18. Entrada a la gorra. Nuestra opinión: excelente.
Están todos los ingredientes del suspenso: la escenografía sugiere un viejo castillo con recovecos oscuros, telarañas, pasadizos, cocodrilos, candelabros, ruidos misteriosos, y un personaje de apariencia siniestra, Igor, mezcla de ayudante y mayordomo. Se escucha la presencia exterior de una tormenta, con truenos y relámpagos.
Pero también es inmediata y refrescante la instalación del tono paródico, el humor negro en su mejor estilo, apoyado especialmente en los diálogos imperdibles de Igor con su contraparte, el distraído, ingenuo y bastante torpe doctor Frankenstein, nieto del creador del discutido monstruo.
Mientras Igor intenta la "visita guiada" al castillo, rezonga porque los cocodrilos salpican el baño y nadie come su exquisita salsa de cucarachas, el científico revisa notas, se tropieza, escapa a duras penas de algunos accidentes y finalmente se duerme sobre la mesa.
La segunda parte de la historia es la animación de una especie de la criatura, con el deleite del científico y su ayudante, que parten en una gira de conferencias. Una vecinita, que lo descubre y considera un muñeco, juega con él. Siempre dentro del humor y la sátira, se teje una serie de incidentes y aventuras en los que el "monstruito" aprende a relacionarse y afloran sensaciones y sentimientos. Pero al mismo tiempo comprende su diferencia y su marginalidad, de la que tomará también consciencia el científico a su regreso.
Muy bien resuelto, el espectáculo cierra con una nota de reflexión y de esperanza, sin abandonar su clima de humor. Con muy buenas actuaciones de Gabriel Tortarolo y Armando Saire, y un correcto desempeño de los otros actores, el espectáculo entretiene, divierte, emociona, y logra auténtica empatía del público -como parece ser su objetivo- con "Franky" , ese ser patético que quiere ser reconocido, que reclama sus derechos, que no sabe lo que es y lo que no es.
Hay muchos aciertos: el clima logrado por la escenografía y el vestuario, el manejo del espacio y los tiempos, la convocatoria de imágenes en lugares fuera del escenario mediante el gesto y el diálogo, el uso de la palabra y su medida, para contar y para divertir, la acción y el juego corporal para crear gags de humor continuado que provocan auténtica hilaridad en los niños de la platea.
Se trata de una muy buena puesta y dirección, que ha aprovechado al máximo las posibilidades de los actores y el libreto. Y de un buen libro.
Es una de esas obras que, cuando los actores saludan y el público aplaude emocionado, quedan repicando en la mente y los sentimientos, con las cosas dichas o sugeridas de paso, hilos sueltos para seguir desenrollando, y, sobre todo, preguntas para contestarse. Y para eso uno descubre que el autor, de alguna manera, para que el público no se vaya indiferente y olvide, fue capaz de instalar, dentro del humor negro, una buena dosis de compasión y ternura.