El arte y el consumo se cruzan en el Salón Dorado
Perfect Lives, ópera para televisión con música y libreto de Robert Ashley / Dirección musical: Miguel Galperin / Puesta en escena: Lolo y Lauti. con: Mike Amigorena (voz), Alejandro Franov (piano), Aldo Benítez (samples), Juan Renau y Jair Jesús Toledo (performers) / Vestuario: Maximiliano Patko / Escenografía: Julieta Ascar / Producción: Clara Caputo / Festival Nueva Ópera / Salón dorado del Teatro Colón / Nuestra opinión: muy buena
¿Para qué leer la Biblia si existe Perfect Lives?", dicen que dijo John Cage, el exagerado batallador de las creaciones casuales. Exagerado y provocador, sí, aunque en ésta habría que ponerle paños fríos a esa fama. Robert Ashley (1930-2014), máximo exponente de un híbrido electrónico entre narración, teatro, música y performance, que para simplificarlo alguien (quizás él mismo) llamó ópera, concibió Perfect Lives como la historia de un robo conceptual en una ciudad chica del midwest, con la intención de ser contada como una larga emisión televisiva entre gallos y medianoche, con cortes comerciales y todo. En 1980 Ashley grabó una versión definitiva de la obra, rodeado de tipos para quienes su llamado era el equivalente al Booker Prize para un escritor. La artista conceptual Jill Kroesen hizo coros; el polifacético David van Tieghem agregó voces y, desde luego, percusión; el saxofonista Peter Gordon produjo, y "Blue" Gene Tyranny, de manera crucial, realizó la sinfonía minimalista de piano, a tono con las mil hojas de su histórica "A Letter from Home" (1976), hecha en gran parte bajo el influjo de Ashley.
La frutilla del postre es el propio autor, que narra episodios dignos de Thomas Pynchon (perros que hablan, Max Ernst en una nave espacial) al ritmo maníaco de 72 beats por minuto, tempo crucial que identifica a la llamada "comic opera sobre la reencarnación".
La importancia de Perfect Lives es tal que su cruce entre lo cotidiano, el arte, la sociedad de consumo y los grandes relatos no sólo permeó al teatro musical, sino también a grupos pop como The Magnetic Fields o el dúo electrónico Matmos. En 1983, antes de retomar la temática en su tetralogía Now Eleanor's Idea, Ashley filmó la ópera con un pastiche de imágenes, irrumpiendo con la afectación de un Noël Coward preservado en criogénesis para un serial de Dennis Potter. Cierto salvoconducto permite que esta fantástica copia, editada en VHS y luego DVD por el sello Lovely Music, pueda incluso verse fragmentada en YouTube. ¿Qué vuelve, en consecuencia, pertinente a esta recreación, elegida como broche de oro del primer Festival Nueva Ópera Buenos Aires?
En principio, cada nuevo emprendimiento del CETC es encomiable. Aparte del buen criterio en la selección, el organismo dirigido por Miguel Galperin dio muestras de no escatimar recursos para las representaciones, de intentar acercarlas a todo el público e inventiva para adaptar cualquier limitación (presupuestaria, estructural) en nuevas oportunidades creativas.
Con dirección musical de Galperin, la adaptación tomó tres de los siete episodios y los reconfiguró en la sátira de un circuito cerrado bancario dentro (de todos los lugares imaginables) del Salón Dorado del Teatro Colón. Con la audiencia a ambos lados del salón rectangular, equidistante del centro de acción montado en un piano de cola; ocho monitores de televisión transmitiendo en simultáneo y el elenco disfrazado como agentes de una empresa de seguridad, esta versión "entre bambalinas" consiguió situar al espectador dentro de la experiencia tecnológica, un detalle no menor para el particular teatro de Robert Ashley.
Con un neutro y al mismo tiempo infatigable Mike Amigorena como el oficial narrador, haciendo gala de una impecable pronunciación en inglés americano, "The Park", la primera sección, se desenvolvió en una narración vertiginosa. Amigorena describía imágenes en un imparable flujo de conciencia, traducidas en los monitores, eventualmente -en intencional accidente-, con los emoticones que "ahorran" términos en teléfonos celulares. En la segunda sección, "Supermarket", la voz en off de Marcela Feudale vendía productos que se multiplicaban en las pantallas. "Backyard", el final, mostró a Amigorena, el pianista Alejandro Franov y Aldo Benítez (samples) sentados al piano, tomados por una cámara frontal e iluminados por una luz giratoria de sirena en la cola del instrumento. En tanto, la pantalla central reproducía imágenes de fondo, dando la impresión de que el trío deambulaba por diversos operativos, al estilo del cine de los años cuarenta y cincuenta.
Como añadido, los intérpretes improvisaban gestos, emulando toques de comedia afines al temprano cine de Wes Anderson. Con ingenio y amor por el material, el Salón Dorado se convirtió en un delirante espejo de aquel midwest imaginario donde se emplazó la obra. A Ashley le hubiera gustado.
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