El Colón es un recuerdo muy doloroso
A Sergio Renán, hablar sobre el Teatro Colón le duele. Se nota en el tono de su voz y en el rostro que se tensa cada vez que tiene que recordar su fugaz regreso al teatro, a mediados de este año. Renán había sido director artístico y general desde 1989 hasta 1996, cuando Fernando de la Rúa asumió la jefatura de la ciudad de Buenos Aires y decidió reemplazarlo por Kive Staiff. Dos años más tarde, la gestión radical, con Darío Lopérfido como flamante secretario de Cultura, lo convocó para reincorporarse, esta vez como director de programación artística, en mayo último. Sin embargo, el regreso no fue feliz. En menos de tres meses, después de completar la programación de la temporada lírica 1999, renunció, tras una serie de roces con el director general, Luis Ovsejevich.
Está dolorido, y no lo oculta. Pero no quiere hablar sobre la actual conducción, ni demasiado sobre lo que pasó. Reconoce que no valoró en su justa medida cuáles eran sus fuerzas para enfrentarse a la desgastante tarea que provoca Colón, pero no cree que haya sido el único error. "Eso sí -reflexiona-, fue uno de los errores que habitualmente se tienen cuando el sentimiento participa de una manera tal que hace que conclusiones a las que se podría llegar con un compromiso menor en lo afectivo te impide ser todo lo lúcido que podrías ser en otros casos."
-¿El Colón lo apasiona tanto que no pudo decir que no?
-Ocurrió eso, más un sentimiento de placer frente a lo que vivía, no ya como un requerimiento acerca de mi regreso, sino a la intensidad aparente que tenía ese requerimiento, a la pasión con que era formulado. Eso me hizo sentir muy bien, me hizo disfrutar de una cierta sensación de reparación.Y también eliminó bastante mi posibilidad de analizar las cosas con más claridad.
-Su renuncia, ¿fue un acto de dignidad?
-Sí, lo que pasa es que los actos de dignidad forman parte de una especie de código casi inimaginable. Se supone que en ciertas situaciones, teniendo determinadas cosas, se soporta cualquier cosa con tal de preservarlas. Ese no es mi caso.
-Su gestión anterior había sido extensa y exitosa. ¿Regresó porque le habían quedado cosas pendientes?
-Siempre quedan. Más allá de una mirada exterior tan favorable sobre ella, siempre tuve una posibilidad de seleccionar lo que no hice, lo malo o lo que pude haber hecho mejor. Cuando veo en una película mía una toma que siento que podría haber hecho mejor me quiero matar; cuando me veo actuar me insulto soezmente y le pego patadas al televisor, pero eso es inevitable. En una gestión ciertas cosas que no has hecho las podés llegar a reparar, a mejorar. De eso se trataba.
-¿El Colón no tiene un perfil definido por la cantidad de cambios que hubo en su conducción?
-Me propuse no opinar sobre la actual gestión del Colón. Creo que, aun con los rasgos de aparente indefinición que menciona o de la multiplicidad de presencias -y por lo tanto de influencias-, de todas maneras al cabo de un ciclo va a haber una identidad precisa. Y todo lo bueno y lo malo estará a la vista. Yo no fui el mismo director en los dos primeros años que luego. Estarán haciendo su experiencia, sacando sus conclusiones.
-Cuando renunció, ¿la temporada estaba completa?
-Se hizo completamente -¿Cuando se fue del Colón había acordado con Darío Lopérfido que la programación que presentaba iba a ser respetada?
-Sí.
-¿Le dolió que no se cumpliera?
-Por supuesto...
Fantasías tentadoras
Corren tiempos de crisis para la industria cinematográfica. En el agitado mar de fondo las entidades vinculadas con el sector pidieron la renuncia del titular del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), Julio Mahárbiz. Desde el punto de vista institucional, las asociaciones integradas por la gente de cine dejaron en claro que no tienen un candidato propio para proponer como sucesor del actual director del organismo, en el caso de que Mahárbiz fuera relevado de su puesto. Sin embargo, nada impide que, en lo personal, cada quien sueñe con el funcionario ideal para ocupar el cargo. En esas conversaciones individuales, el nombre de Sergio Renán sale de la boca de más de uno.
"Es un planteo que en los últimos años se dio varias veces. En situaciones anteriores hubo entidades y grupos que se me acercaron con esa expectativa, que en absoluto forma parte de las mías", dice Renán, y se apresura a atemperar su declaración. "Quizá decir en absoluto no sea totalmente sincero -admite-.Toda posibilidad de realizar una obra con algo que amás y te importa siempre tiene su costado atractivo. Pero el dato esencial que hace que no me interese esa hipótesis es que implícitamente significa no dirigir películas mientras ocupás ese puesto. Y dirigir es lo que más me gusta."
El realizador de "La tregua" prefiere imaginar la dirección del Incaa como una alternativa de futuro. "Para el momento del retiro", fantasea. "Eso no estaría mal -sueña-, porque desde la dirección de una gestión cultural siempre se puede proyectar la propia identidad. Creo que en la Cancillería también voy a lograr esto cuando concrete el proyecto de las Casas de la Cultura, una iniciativa que apunta a difundir las manifestaciones culturales en el exterior de un modo menos burocrático que el que funciona hasta ahora."
"En la gestión cultural, si es más o menos prolongada, es casi imposible evitar que ciertos rasgos de tu identidad estén claramente proyectados en lo que hiciste -opina Renán-. Y eso también vale para el funcionario responsable de un instituto de cine. Si yo no fuera director de cine me podría gustar mucho estar al frente del Incaa. Pero en este momento tengo ganas de filmar. De todos modos, si pasara muchísimo tiempo frente a la certidumbre de no filmar, puede haber cambios en mis sentimientos y puntos de vista. Pero en este momento es más fuerte la necesidad de dirigir películas."
Renán dice que no; que actualmente la eventual dirección del Incaa no tiene nada que ver con sus aspiraciones. "Pero de todas maneras me complace saber que alguna de la gente de cine ha pensado en mí nuevamente. Es una señal de que hay poca gente que pueda hacer gestión cultural bien."
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