Rock. El culto a lo desagradable
Hace siglos que el culto por lo desagradable forma parte del arte. Y desde siempre, se dio el enfrentamiento entre los cultores y los detractores de esa mirada. Dos extremos, y, desde ellos, nada peor que insinuar esa frase hecha (demasiado hecha) de que en algún punto coinciden. Porque lo feo, lo repugnante, lo deforme, también tienen algo para decir; la incomodidad es aceptarlo como parte del mundo. Un mundo conformado por los hombres con sus maravillas y sus miserias, sus búsquedas leales y sus mentiras. El rock no está exento de esta regla: está hecho por hombres y, como fiel producto de su época, sufre y disfruta lo mismo que la sociedad que lo genera y lo sostiene, incluido el aparato productor que lo hace un elemento de alto consumo.
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El tema no es nuevo, y hasta pasó con los Beatles cuando se decía que el cierre de Sargeant Pepper era un mensaje diabólico. Si bien para muchos (incluidos los Beatles) era un juego, para otros se convirtió en algo muy serio. Desde entonces, las manifestaciones diabólicas abundaron. Y todo se fue perfeccionando. De Black Sabbath a Kiss, de Kiss a Marilyn Manson, cambiaron las fórmulas, pero no la polvareda que levantan y que tan buenos resultados da.
Y el de Marilyn Manson es todo un tema. Desde la elección del nombre, que combina a la mujer de los sueños con el asesino serial, hasta la "actitud" de la criatura que lo creó, Brian Warner, este personaje misógino que hace de la repugnancia un atractivo, es uno de los mayores temblores que sufrió el previsible territorio del rock and roll. Es que una imagen tan provocativa desde la estética y enfermizamente ruidosa desde la música no puede más que despertar reacciones fuertes, ya sea de aceptación o rechazo. Pero ¿qué es lo que se acepta? Es difícil acertar, pero tal vez sea la irreverencia, o la libertad de elección, que parece apuntar a lo peor. Y ¿qué se rechaza? Posiblemente, esa misma libertad, o el deforme gusto musical, o el decidido mal gusto de la imagen. Como sea, "Antichrist Superstar" fue una tormenta que sacudió el stablisment del rock y, para colmo, resultó un gran negocio.
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Parece que el secreto está en la deformidad. Como si en ella se descubriese una verdad nueva, o el lado oculto de una situación que a cada momento desconcierta. Marilyn Manson es, para la opinión pública, lo que hace unos años era Kiss; el triunfo del mal sobre un escenario, nada más que hoy adaptado a su tiempo y con más medios para diseminarse por el mundo. Como si todo ese circo fuese verdad. Como si el patetismo fuese ineludible. Porque la misma gente que se horroriza al ver a Manson disfrazado, consumió en directo (y en cada rincón del mundo) la incómoda confesión de Clinton.
La cuestión es que Manson es persona no grata en la mitad de los Estados Unidos. Y mientras todos parecen dispuestos a rechazarlo por su aspecto y sus provocativas declaraciones, da a conocer un álbum que se opone al lugar que ocupa actualmente: "Mechanical Animals" es una muestra concentrada de un pop/rock glamoroso, inundado de sutilezas. Vale decir: los que esperaban espasmos atronadores, quedarán desencantados. Quienes esperaban poder continuar con el rechazo automático a su "dudosa" música, reconocerán que debajo de tanta pintura, de tanto maquillaje, había música. Y de la buena, al mejor estilo David Bowie de épocas tan ricas como las de "Ziggy Stardust" y "Outside". ¿Cómo se entiende? Marilyn Manson dice que ahora tomó por un camino espiritual aunque no cambia su afirmación de que todo es una gran mentira. El juego sigue. Ahora, la discriminación (que seguramente continuará), tendrá que acudir sólo a su aspecto. Porque por más feo que sea el envase, la música contiene otra cosa.
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