El enigma de Sandro perdura en el presente
Una miniserie televisiva, la reedición de un libro, la aparición de un nuevo álbum discográfico.¿Cuánto más hace falta para develar por completo el misterio de Sandro? Tantas búsquedas, tanta necesidad de dar testimonio de su obra, de recuperar tramos escondidos o rescatar algunos de los momentos más exitosos con envase nuevo no hace más que sostener una afirmación: Sandro es un artista al que es posible reivindicar y descubrir al mismo tiempo.
Habría que entender a Sandro, entonces, como el protagonista de una celebración permanente y, a la vez, como la imagen de un enigma que perdura. ¿Será la miniserie televisiva que está por iniciarse una aproximación definitiva desde la imagen al relato de la vida del ídolo que tantas y tantas páginas llenó en los últimos tiempos? La primera conclusión, quizás la más temeraria, es que la biografía audiovisual que está por estrenar Telefe, los libros y el reciente lanzamiento de un álbum de duetos parecen a priori descartar, de plano, la idea de que Sandro es un artista que responde a su tiempo. Hay modas, estilos e influencias de las que abrevó para construir su carrera, sobre todo en esos primeros tramos inspirados por el aliento rockero y la imagen de Elvis que seguramente estarán expresados en toda su plenitud por la impronta que Agustín Sullivan le dará a la etapa inicial de la miniserie televisiva. Asi quedó insinuado en los escasos avances que tuvimos ocasión de apreciar.
Pero detrás de esa conexión de época visible desde el vestuario y, sobre todo, desde esos frenéticos movimientos corporales que funcionaron como huella de identidad originaria, podemos imaginar que Adrián Caetano irá configurando a partir de allí una mirada de Sandro mucho más perdurable. De aquélla primera etapa marcada a fuego (y con Los de Fuego) por los covers, Sandro evoluciona hacia el perfil de un autor que va construyendo en compañía de Oscar Anderle una columna vertebral de hits. Ese puñado de títulos antológicos que se convirtieron también en títulos de varias de sus películas y que, con el tiempo, Sandro recuperó una y otra vez en recitales que más allá de algún cambio de puesta en escena siempre funcionaron como una suerte de manifiesto y afirmación de grandes éxitos imperecederos.
En su última y muy feliz etapa musical, Sandro se reencontró con aquél tiempo lejano de los covers. Pero en este caso de perfil latino. No hubo un mejor Sandro cantante que en este tramo postrero, el de las interminables series de recitales en el Gran Rex y el de las grabaciones con aliento sinfónico realizadas en Miami. A despecho de sus maltrechos pulmones, Sandro llevó a la cumbre su talento vocal, representado por un vibrato excepcional, del cual nacía, inefable, la profunda expresión romántica de un repertorio reciente de boleros clásicos y un viraje hacia ese género de gran parte de sus hits.
Con esos inmensos atributos musicales, Sandro comenzó a ser rescatado por muchos de aquellos que vergonzosamente lo condenaron al infierno durante los años 80, cuando desde cierta mirada prejuiciosa se lo reducía a calificativos como "grasa" o "mersa". Lo recuerda con lucidez Mariano del Mazo, autor de Sandro: el fuego eterno, uno de los libros que viene en estos días a recuperar la historia íntima y cotidiana de un artista empecinado en reconocerse como ídolo sin pagar el altísimo precio, como tantos, de la renuncia a su verdadera identidad. En tiempos de tanta renuncia voluntaria a la vida privada en el altar de las redes sociales, el gesto protector de Sandro hacia su mundo personalísimo, guardado detrás de los muros de la mítica casa del sur del conurbano, funciona hoy como una verdadera declaración de principios.
Al igual que Del Mazo, que actualizó un texto originalmente publicado en 2009, Graciela Guiñazú compiló sus arduas y pacientes búsquedas de muchos años en Sandro de América, lanzada en 2017 como la "única biografía autorizada" del ídolo. Tal vez el mayor acierto de Guiñazú haya pasado por su voluntad de contar la vida de Sandro como un proceso transformador. Más que verbos conjugados en tiempo pasado, lo que se propone es hablar de Sandro desde la vigencia del mito. Del Mazo, con otra mirada, no está muy lejos. Con esta perspectiva, lo que se diga del artista nunca será definitivo. Siempre surgirá la posibilidad de decir algo más y de instalarlo con perseverancia en el presente, por más que hayan pasado ya ocho años de su fallecimiento en Mendoza.
Y si algo faltaba para consolidar esa sensación de presente eterno, allí está la "novedad" de un álbum de duetos que se suma a una moda en crecimiento, la de traer de vuelta al mundo de los vivos a ídolos musicales físicamente desaparecidos. Ya circulan ensayos y bocetos de recitales muy cercanos que unirán los hologramas de figuras legendarias de distinta extracción musical (María Callas, Roy Orbison) con orquestas en vivo en giras que recorrerán el mundo entero.
Lo del "nuevo" álbum de Sandro corresponde por ahora al terreno de las grabaciones. No se trata de cintas ocultas o perdidas que alguien descubrió por azar, sino del aprovechamiento de las posibilidades tecnológicas para unir la voz de Sandro con la de varios artistas locales y extranjeros que lo admiran de verdad, desde Carlos Vives e Il Volo hasta Abel Pintos y Soledad Pastorutti. Otra muestra cabal de una realidad que parece indiscutible. Nadie quiere hablar de Sandro desde el pasado o desde el mero ejercicio de la nostalgia. La televisión, los libros y las grabaciones comparten la intención de pensar a Sandro desde el presente. Como si quedara todavía mucho por descubrir y todos esperaran que el mismísimo Sandro, con su propia voz, se asome para decir todo lo que todavía no sabemos de él.
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