El esplendor de un estilo deslumbrante
Espectáculo coreográfico. Ballet de Tokio. Programa: "Consagración de la primavera", música de Igor Stravinsky; "Don Giovanni", música de Fréderic Chopin sobre un tema de Mozart, y "Bolero", música de Maurice Ravel. Todas coreografías de Maurice Béjart. Director del Ballet de Tokio: Tadasugu Sasaki. Teatro Colón.
El segundo programa que presentó el Ballet de Tokio trajo nuevamente al público argentino obras de Maurice Béjart. Alguna no vista; otra, mucho y muy conocida popularmente. Pero seguramente la más completa fue "Consagración de la primavera", que se vio al inicio.
Compuesta absolutamente por japoneses, la compañía adhiere al estilo béjartiano con una ductilidad sin par. La primera versión de esta obra es de 1913, cuando trabajaron juntos Vaslav Nijinsky, en la coreografía, e Igor Stravinsky, en la música. De la primigenia idea del célebre bailarín ruso no queda nada, aunque se sabe que su concepción adhería a actos rituales de antiguos pueblos en una época en la que todo renace.
Si bien el bosquejo coreográfico de Nijinsky se ha perdido, no ocurre así con la magistral partitura de Stravinsky, que inspiró a Béjart para su versión, estrenada en 1959. Esta obra marcó un hito en el repertorio del coreógrafo; en ella se vio mucho de lo que sería su estilo y de su idea del meollo de la obra.
Con mallas que dan idea de personas al desnudo, con efectos lumínicos que crean clima y ambientación, muestra a hombres y mujeres divididos en dos grandes grupos. Hay aires tribales y primitivos. En el primer fragmento, donde aparece el conjunto de varones, las claves son la potencia, la fuerza y la búsqueda del liderazgo. Como gladiadores de la época de las cavernas, dos hombres luchan a muerte. El que sobrevive será el guía. También, el que luego se acoplará al otro bando contrario, el de las mujeres.
La esencia femenina
Si en el inicio el impacto pasa por la energía y la fuerza del macho, en el segundo fragmento, con todo el elenco femenino, el sello es la serenidad. En suaves movimientos, ellas muestran la esencia de su sexo y su designio: los movimientos anuncian su facultad para la procreación, en una coreografía de delicados, florales diseños. Una, la elegida, la que se enfrentará y también fundirá con el líder del grupo masculino, sabe cuál es su destino y no lo espera con alegría.Más bien supone un sacrificio. En el final, con desconfianza y miedo, los grupos se reúnen. Un crescendo rítmico anticipa el acople. Con fiereza, recelo y deseo, hombre y mujer se unen, como si fuera la primera de una ancestral relación.
Los otros los siguen y, en la acumulación de vibraciones, la obra culmina con misma sensación que en la plenitud sexual. En máxima interpretación, la compañía emociona. Es precisa, elocuente y de gran técnica que, en este caso, apela más a los movimientos de la danza contemporánea. Sobresaliente fue Yukie Iwaki, la Elegida, una bailarina de personalidad y fuego que expande todo lo que el coreógrafo y su personaje quieren decir.
Del lirismo a la sensualidad
"Don Giovanni" no sigue la vida de Don Juan. Sin embargo, su seductora personalidad es el eje en el conjunto femenino, vestido como chicas en una clase de ballet que intenta acaparar la atención de un fantasmal personaje.
Según la filosofía del que da nombre a la obra, todas son apetecibles. Mujer es sinónimo de belleza, se trate de quien se trate, y a todas el gran conquistador quiso poseer. La idea se traslada a este elenco que ejecuta, con varias solistas, diferentes variaciones, como intentando seducir a un espectral director para ser seleccionadas en sus preferencias. Volátiles y dinámicas, idealizadas en una con el tutú de "La Sylphide", aquí se alían el clasicismo y el lirismo con la picardía y la gracia, atributos femeninos.
La seducción, en toda su felina encarnación, surge en "Bolero", que bailó el argentino Octavio Stanley. El hombre, sólo sobre la mesa rojo sangre, sigue el compás incesante de Ravel con cada parte de su cuerpo.
En principio, la luz muestra sus manos, como aves que siguen la melodía. Luego, se ilumina su figura entera, que se enciende desde adentro despertando la atracción. Más allá de la sensualidad, está un grito desesperado en el que se consumen carne y espíritu. La interpretación apasionada y el carisma de Stanley dio a la obra efectos deslumbrantes con auténtico magnetismo.
"Don Giovanni" no sigue la vida deDon Juan. Sin embargo, su seductora personalidad es el eje en el conjunto femenino, vestido como chicas en una clase de ballet, que intenta acaparar la atención de un fantasmal personaje.
Según la filosofía del que da nombre a la obra, todas son apetecibles. Mujer es sinónimo de belleza, se trate de quien se trate, y a todas el gran conquistador quiso poseer. La idea se traslada a este elenco que ejecuta, con varias solsitas, diferentes variaciones, como intentando seducir a un espectral director para ser seleccionadas en sus preferencias. Volátiles y dinámicas, idealizadas en una con el tutú de "La Sylphide", aquí se alían el clacisismo y el lirismo con la picardía y la gracia, atributos femeninos.
La seducción, en toda su felina encarnación, surge en "Bolero", que bailó el argentino Octavio Stanley. El hombre, solo sobre la mesa rojo sangre, sigue el compás incesante de Ravel con cada parte de su cuerpo. En principio, la luz muestra sus manos, como aves que siguen la melodía. Luego, se ilumina su figura entera, que se enciende desde adentro despertando la atracción. Más allá de la sensualidad, está un grito deseperado en el que se consumen carne y espíritu. La interpretación apasionada y el carisma de Stanley dio a la obra efectos deslumbrantes con auténtico magnetismo.