El futuro al estilo Simpsons
El creador de "Los Simpsons", Matt Groening, tendrá aún más pantalla en Telefé. Desde el jueves 6 de abril, a las 23, también "Futurama" llegará a la pantalla a jugarse por un rating tan generoso como el de la familia amarilla de Springfield.
La jugada no es menor. Para ese jueves, Telefé ya tendrá en el aire a sus pesos más pesados (Susana Giménez y Marcelo Tinelli). Y a juzgar por las planillas del rating, Groening es símbolo de buena audiencia. "Los Simpsons", al menos, se llevan un promedio de 14 puntos semanales para nada despreciables.
Pero más allá de las cuentas y las posiciones en la planilla, lo cierto es que ésta es la primera vez que "Futurama" aparece en la pantalla de la TV abierta. Y, con suerte, llegará en forma más ordenada que al cable. Es que el año último, cuando la serie sw estrenó por Fox, los domingos, a las 20, hubo varios capítulos repetidos. De todos modos, este año hay revancha y ya se ven los episodios de la segunda temporada, en la misma señal.
El futuro ya llegó
Después de diez años de dedicarles el pulso a "Los Simpsons", Groening decidió avanzar en el tiempo. Justamente, "Futurama" sigue fiel al estilo ácido que caracteriza a su creador, pero en lugar de quedarse en el apacible pueblito norteamericano, esta nueva historia transcurre en Nueva York, y nada menos que en el año 3000.
Es cierto que sus personajes siguen siendo tan amarillos como sus hermanos mayores. Pero en el 3000 ya no está Bart. Aquí el personaje central es Fry, un sufrido repartidor de pizzas que termina mal el milenio. Muy mal.
Y no es para menos. En la pizzería donde trabaja no le permiten recibir propinas. Pero eso no es nada: además, su novia acaba de dejarlo y, para colmo, le roban la bicicleta que utiliza para hacer su trabajo.
Con ese telón de fondo, en la noche del 31 de diciembre de 1999, Fry se dispone a llevar una pizza a un laboratorio criogénico (mantiene personas congeladas, listas para ser revividas en el futuro). El destino no sopla a su favor. Así que su día termina tan mal como lo hizo. Conclusión: cae por accidente en una de esas cabinas criogénicas. Y despierta exactamente mil años después.
El futuro también le sirve a Groening para burlarse de la política, de los seres humanos y de sus comportamientos más primarios. Es más: en la imaginación de Groening, el futuro no es mejor que el presente. El caos del tránsito permanece intacto y la publicidad inunda todas las paredes habidas y por haber. Y por si fuera poco, al pobre Fry las autoridades lo obligan a hacer lo que tiene que hacer. O sea, repartidor.
En ese mundo ácido que se inventó Groening hay algunos nuevos ingredientes. Como la máquina suicida en la que la gente puede optar por una muerte lenta y cruenta u otra rápida y sin dolor por sólo 25 centavos. O los museos que a esta altura del tiempo y el mundo apenas exhiben cabezas de las personajes más famosos del pasado: Leonard Nimoy, Barbra Streisand, el mismísimo Groening y hasta el ex presidente norteamericano Richard Nixon.
En este nuevo contexto, Fry no tiene más suerte. Pero al menos encuentra dos amigos: Leela, una extraterrestre cíclope que renuncia a cumplir tareas represivas, y Bender, un robot con tendencias alcohólicas y depresivas. Y una vieja nave para escapar. Pero no de su destino sino del gobierno que acaba de declararlos rebeldes y desertores.
Este puntapié inicial le sirve a Groening para dibujar todo un mundo con sarcasmos, ironías y esa cuota de ternura que siempre se permite el dibujante para que no todo parezca tan negro. Ni siquiera en el mundo animado.
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