Televisión. El ruido molesto de las latas vacías
Por Adriana Schettini
La frase hizo crujir el televisor: "Cuando las palabras no nacen del silencio, suenan como un ruido de latas vacías". Ese elogio del silencio salió de boca de una monja, María Teresa de Carvalho Varela, el domingo último, en "El perro verde", el ciclo que conduce Jesús Quintero por Canal Azul.
Nacida en Africa y dedicada a los más pobres de los pobres, conforme el ejemplo de la Madre Teresa de Calcuta, la religiosa ha organizado veinte comedores infantiles en la provincia de Córdoba, donde comparte la suerte de aquellos a los que la economía de mercado empuja fuera de los márgenes del mapa. El entrevistador le pregunta por el silencio en el convento y ella lo reivindica como la necesaria antesala de la palabra que merezca el nombre de tal. No dejaba de ser extraño:la idea del silencio como sala de partos del discurso con peso propio, manifestada por TV.
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Sabido es que en la bolsa de la pantalla chica, las palabras surgidas de la reflexión cotizan en baja. Yen tal sentido, no dejaba de tener su encanto esa religiosa explicando en la tele que si no son gestadas en el útero del silencio, las palabras son apenas ruidos más o menos molestos. Exactamente eso es lo que sobra en la pantalla chica: sonidos escupidos con total liviandad, ruidos disfrazados de vocablos, dichos que de puro modestos ni siquiera aspiran a comunicar algo, frases huecas agitándose en la nada, diálogos rebajados a la categoría de un cruce de obviedades.
Paradojas de la planilla de programación, bastaba con sintonizar "Versus" el mismo domingo por la noche, en Telefé, y escuchar a Silvia Süller chapoteando en el pantano de sus propios gemidos y sinsentidos, para comprender a qué se refiere María Teresa de Carvalho Varela cuando habla del ruido de latas vacías.
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Es evidente que, salvo raras excepciones, la TV no se lleva con esa costumbre de engendrar los dichos en el silencio antes de lanzarlos al aire. La lógica televisiva parece mucho más cercana a la práctica de personajes como Süller. Ni más ni menos que el ejercicio de emitir sonidos por el puro gusto de escuchar el eco de las propias palabras dichas frente a un micrófono. "Da la impresión de que el silencio es tabú en la televisión, de que allí reina el horror vacui", sostiene Phillipe Viallon en su libro "El análisis del discurso de la televisión".
El autor se pregunta de dónde viene ese pánico a la ausencia de sonido en la pantalla chica y responde que ese miedo no es ajeno al mito de la técnica. "Una ausencia de sonido podría significar una debilidad, una muestra de insuficiencia técnica. ¡Inconcebible!", explica.
"Entonces se habla, se hace ruido para no perder el contacto, olvidando que el silencio del emisor no significa detener la comunicación _sigue diciendo Viallon_. Por el contrario, el receptor puede aprovechar ese tiempo para desarrollar una actividad intelectual o psicológica muy fuerte, necesaria en esta estructura de comunicación donde la interacción no es posible, en la que debe trabajar de manera autónoma." Y es justamente esa posibilidad de aprovechar las fecundas pausas de silencio la que Quintero ofrece a los espectadores. La misma oportunidad que les niega la TV de la verborragia, la que necesita convertirse en una fábrica de barullo por miedo a caer por la pendiente de su propia nada.
Es lamentable:al mismo tiempo que satura a los espectadores con el ruido de las latas vacías, la televisión se condena a sí misma a un destino de vuelo bajo, mucho más bajo que aquel al que podría aspirar si pasara las palabras por el tamiz del silencio antes de lanzarlas como dardos contra el público.
Algún día la TV deberá preguntarse a sí misma cuál es el rédito de condenarse a ser apenas un electrodoméstico de funcionamiento ruidoso, un zumbido de fondo que acompaña el devenir de la vida hogareña.
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