El sonido histórico de Mozart
Las bodas de fígaro / Autor: Wolfgang Amadeus Mozart / Libreto: Lorenzo Da Ponte / Elenco: Juan Salvador Trupia y Rodríguez (Figaro), María Goso (Susanna), Fernando Grassi (Conde de Almaviva), Oriana Favaro (Condesa), Cecilia Pastawski (Cherubino), Walter Schwartz (Bartolo, Antonio), María Cecilia Pérez San Martín (Marcellina), Norberto Lara (Don Basilio, Don Curzio); Julieta Fernández Alfaro (Barbarina) / Dirección musical: Hernán Schvartzman / Dirección escénica y vestuario: María Jaunarena / Escenografía e iluminación: Gonzalo Córdova / Producción: Juventus Lyrica / Sala: Teatro Avenida / Próxima función: mañana, a las 20 / Nuestra opinión: buena
Montar Mozart siempre es un desafío aunque a primera vista no lo parezca: por su escritura musical en la que todo queda expuesto y por un género complejo en variedad de planos y matices, a lo que se suma la extensión y la popularidad de la obra. El cúmulo de versiones de referencia ponen una vara demasiado alta en lo auditivo y visual. De modo que el reto de emprender una ópera mozartiana supone una gran empresa y el solo esfuerzo de su producción ya implica un mérito. Ese es el valor de Juventus Lyrica en su reciente Bodas de Fígaro, al programar un compositor al que regresa luego de una afortunada Flauta mágica, también con régie de la talentosa María Jaunarena.
Siguiendo con las consideraciones contextuales, la semipuesta en la que predominaron los vacíos (aun cuando sobre el vacío son infinitas las ilusiones a proyectar) no plasmó una propuesta conceptual de elementos simbólicos o imaginarios tal como pareció sugerirse al comienzo. Se apostó exclusivamente a los cantantes y la coreografía.
La marcación, más allá de la forma coreográfica, podría haber profundizado más en la psicología de los personajes. La segunda parte (3° y 4° actos) mejoró respecto del timing y las situaciones de comedia, aunque faltó desarrollo o tal vez convicción también en los planos serios de la obra, esto es, los conflictos político-sociales y los conflictos individuales, esas capas de mensajes que contiene la obra. En la pareja noble, por ejemplo, si el Conde es una parodia, los sentimientos de la Condesa (a la que a pesar de la belleza de la voz le faltó madurez para transmitir sufrimiento) pierden el equilibrio dramático que da sostén a su personaje, o si éste se comporta con los mismos modales de Fígaro (netamente buffo) se diluye el allure aristocrático y con él la disputa que da sentido a la trama. No en vano dijo Napoleón que la Revolución Francesa no había comenzado con la toma de la Bastilla, sino con el Fígaro de Beaumarchais. Esas tensiones deben despuntar no sólo por la demanda del texto -una commedia per musica con matices sociales-, sino por la riqueza de la música.
En el plano musical, entonces, es meritoria la inquietud de indagar en "el sonido histórico" de Mozart -ejecutando instrumentos construidos a la manera de su tiempo, optando por el clave para acompañar el recitativosecco, la afinación más baja, los tempos más lentos-, siempre y cuando esa exploración sonora resulte un plus para la música. Al público del siglo XVIII, la desafinación en la orquesta probablemente le desagradaba menos. En la actualidad, en cambio, los ataques imprecisos, la falta de claridad, la desafinación, resultan menos tolerables. Luego, la indicación de algunas licencias que se entendieron como intento expresivo (en el dúo con Marcellina, cuando Susanna dilata la frase "la dama d'onore", por ejemplo), el experimento resultó extravagante para el estilo. En cuanto a los tempos, es peligroso exagerar con la lentitud porque se corre el riesgo de perder atmósfera y continuidad entre el recitativo y el número musical chiuso (aria, dúo, ensemble, etc.), así como el peligro de desintegrar el texto y la línea de canto en una expresión silábica. Irreprochable el rendimiento individual de los cantantes que, todos con buenas voces y solvencia, denotaron esmero para llevar la historia a cabo. El público premió los desempeños y el esfuerzo descomunal que implica toda producción lírica, un esfuerzo que para Juventus vale la pena por la búsqueda en sí. Tal como lo expresa Ana D'Anna, su directora artística en el manifiesto de la institución: "Si ése es el camino elegido -la búsqueda del hecho artístico-, entonces es imposible fracasar".
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