En Buenos Aires como en Broadway
"Los miserables", de Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg. Traducción: Mariano Detry. Intérpretes: Carlos Vittori, Juan Rodo, Federico Di Lorenzo, Sebastián Holz, Gerónimo Rauch, Ezequiel Rocha, Favier Rodríguez, Diego Hodara, Rodolfo Valss, Rubén Roberts, Zenón Recalde, Diego Bros, Cristian Bruno, Walter Canella, Carlos Girini, Pablo Toyos, Mónica Núñez Cortez, Elena Roger, Laura Silva, Belen Mackinlay, Cristina Girona, Ivanna Rossi, Débora Kepel, Lorena Warynczuk, Alejandra Desiderio, Liliana Parafioritti, Pili Artaza. Diseño escenográfico: John Napier Diseño de vestuario: Andreane Neofitou. Diseño de sonido: Andrew Bruce y Terry Jardine. Diseño de Luces: David Hersey. Dirección musical: Alberto Favero. Dirección residente: Mariano Detry. Dirección general. Ken Caswell. Duración: 200
El telón al fin se levanta. La escena se cubre de sombrías neblinas y los acordes sonoros anticipan uno de los tantos dramas que afectan a los hombres en todos los tiempos: la injusticia social.
Jean Valjean, el prisionero 24602, condenado por haber robado un pedazo de pan, es puesto en libertad. Así se inicia el musical "Los miserables", basado sobre la novela de Victor Hugo, escrita en 1862.
Los hechos sociales que plantea la obra (1815-1832) son contemporáneos al autor y se relacionan con el tumultuoso período posterior a la Revolución Francesa. Pero, Victor Hugo escapa de la mera denuncia social para exponer los postulados estilísticos que había dado a conocer en el prefacio de "Cronwell" (1827) y que dio origen al movimiento romántico que se distinguió a mediados del siglo XIX.
La belleza -manifestaba Hugo- puede escapar de los cánones estéticos de la época y esconderse detrás de un rostro feo (Quasimodo, de "Nuestra señora de París"); del mismo modo que, dentro de los espíritus más simples puede germinar la semilla de la grandeza.
Y hacia este precepto se encamina "Los miserables". Valjean, redimido de sus pecados, congraciado con la sociedad y protector de los desvalidos, no puede escapar del empecinado acoso del inspector Javert, un oficial para quien la ley está por encima de todo, incluso por sobre el honor y sobre Dios.
Esta persecución es el hilo que une todas las acciones, matizado con la historia de Fantine, una humilde obrera que cae en la prostitución como única forma de poder sostener a su hija enferma, y con revueltas estudiantiles. Es el matiz melodramático, obligado en este tipo de propuesta, para permitir que el protagonista asuma, en el lecho de muerte de la pobre mujer, responsabilidades que escapan a su obligación, pero que revelan su nobleza.
Luchas, revoluciones, hambre y desempleo van dando vuelta las hojas del almanaque hasta llegar a 1832, época en que las piezas de la Justicia empiezan a caer con equidad sobre los personajes y los buenos alcanzan su reconocimiento.
Esta es, en líneas generales, la base del musical, porque el resto se construye con los recursos propios del género: la música, el despliegue escenotécnico, las luces, el vestuario, el sonido y la composición de imágenes de fuerte contenido sonoro y visual.
Una máquina perfecta
Sobre el escenario del Opera se instaló exactamente el mismo diseño escénico que brilla tanto en Broadway como en Londres. Es una réplica exacta del original inglés que el productor británico Cameron Mackintosh se empeña en mantener en sus representaciones internacionales.
Sobre un gran disco giratorio, excelente recurso para sintetizar los espacios, suceden todas las acciones. Apenas apuntes de utilería y mobiliario sirven para ilustrar los diferentes ámbitos. La grandilocuencia está representa por dos enormes barricadas (cinco toneladas de peso cada una) que ingresan por los laterales. Este elemento es de un fuerte impacto visual. Pero, lo realmente creativo queda expuesto cuando se reproducen las alcantarillas de París exclusivamente con recursos lumínicos, y el suicidio de Javert tirándose al río, imagen resuelta con el disco giratorio y un efecto lumínico que reproduce un gran remolino.
Con el vestuario, adecuado a las exigencias del texto, se completa de esta manera el aspecto visual del espectáculo y comienza el ingrediente sonoro que se inicia con la música.
Quizá lo más complejo para un compositor es trabajar un lineamiento general y particular al mismo tiempo. Schönberg demostró ser un maestro en la materia. Además de pergeñar un breve tema para cada personaje principal, buscó el instrumento musical que más se ajustara a cada situación: cuerdas en el momento más intimista; flautas, maderas, para la letanía y la melancolía; bronces para los cantos épicos.
Además, cada escena encuentra la canción que mejor la representa en sus aspectos dramáticos: la plegaria de Valjean ("La oración") contiene un alto grado de emoción mística, del mismo modo que resulta conmovedora la muerte de Eponine, un personaje que se sacrifica en silencio por amor ("La lluvia al caer"), o las canciones de los estudiantes ("Rojo y negro" y "Ya se escucha el cantar"), que inflaman los jóvenes corazones con los conceptos de justicia y libertad, o el grito de esperanza que se desprende de "Un día más".
Previendo un pentagrama donde se lucen todos los matices: pianissimo, andante con brío, moderato, no faltan los compases para el humor ("Dueño del lugar"), con una composición que remite a la música de cabaret.
Muchos temas y melodías que llegan auditivamente con mucha nitidez, aclaración que viene a cuento porque también se extiende a la impecable disposición de los micrófonos inalámbricos que, por el control de calidad, pasaron totalmente inadvertidos, logrando un equilibrado y preciso balance entre la voz y la orquesta.
Realmente, un espectáculo que no muestra deficiencias y cuyo grado de perfección refleja una modalidad de trabajo que da evidentes resultados, aunque esto limite la creatividad del director, que debe ajustarse a las pautas establecidas por Mackintosh.
Y aquí se entra en un señor tema, que son los parámetros de producción con que se manejan estas propuestas extranjeras, respaldadas por la inversión de algunos millones, que tratan de encontrar un espacio en el mercado teatral porteño.
Dentro de los 37 países donde se representa la obra, Buenos Aires es la única ciudad latinoamericana en donde se verá "Los miserables".
Una noche de grandes revelaciones
"Los miserables", como puesta en escena, es idéntica a las versiones que se están ofreciendo en diferentes partes del mundo. Lo único original son los artistas que en esta oportunidad son argentinos. Y en esta materia, fue lo más sorprendente de la noche.
Que pudiera exponerse sobre el escenario del Opera tanto talento desconocido en todo _todo_ un elenco es un llamado de atención que debe escucharse.
La producción del espectáculo exige que los artistas sean de bajo perfil y, gracias a esta iniciativa, el público, más allá de Juan Rodo (inspector Javert), de méritos ya reconocidos en "Drácula" y "La Bella y la Bestia", puede sorprenderse gratamente con la voz de Carlos Vittori, un tapado de la lírica, quien logró con Jean Valjean grandes momentos de emoción. Nivel interpretativo que también demuestra Pili Artaza, increíble y potente voz que se traduce con matices dramáticos, de gran envergadura. Algo similar a lo que demuestra Elena Roger, como Fantine.
Más fogueado en estas lides, Rodolfo Valss junto con Liliana Parafioritti componen los momentos humorísticos y saben que es la gran oportunidad para sacarle el jugo a sus personajes, logro que alcanzan con éxito.
Un detalle aparte merecen Catalina Joaquín, Vera Mesturini, Florencia Otero Ramos, cantantes infantiles que se alternan, por su seguridad actoral y vocal para enfrentar a la platea. Del mismo modo que los niños cantantes Brian Salter, Leonel de Simone y Agustín Crocci, que tienen un papel de mayor responsabilidad (Gavroche), pero al que le ponen el cuerpo y la voz con total soltura.
Otro mérito para Alberto Favero, al frente de la orquesta, que es un protagonista más del musical, y para Mariano Detry, en su condición de traductor, que hizo posible que el texto de las canciones llegara fluido a los oídos porteños sin sentir que se estaban distorsionando las palabras del castellano para ajustarse a la melodía.
Una noche de grandes revelaciones que demuestra, una vez más, que la ciudad sigue alimentando un gran semillero de artistas para beneficio de los demás.
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