Backstage e intimidad: cuatro músicos y dos días en un micro de gira
Después de comer una ensalada envasada en una de las mesas del micro, Chano Moreno Charpentier se mete en la boca una pastilla de nicotina. "Hace tres días que no fumo", dice. "Ya no tengo ganas, ahora me dan ganas de comer estas pastillas." Sentado del otro lado de la mesa, su hermano Bambi está mirando hipnotizado en su iPhone la transmisión del sorteo de los grupos del Mundial. "Yo voy seis días sin fumar", dice. "Estoy tomando otras pastillas que lanzaron como antidepresivo, pero descubrieron que, aunque los pacientes no mejoraban, dejaban de fumar."
Es un viernes al mediodía y, mientras dejamos atrás los playones de estacionamiento vacíos, los galpones relucientes de los malls y los cercos de los countries de Pilar, alejándonos de la ciudad por la Panamericana, Diego Lichtenstein, el baterista del grupo (alias Diega), busca en su celular videos de YouTube de las olas de Hawái echado en un sillón, porque se quiere ir de vacaciones en febrero a tomar clases de surf. Mañana a la noche, Tan Biónica va a dar su show más grande de 2013 ante unas 50 mil personas frente al Monumento a la Bandera, en Rosario, y salvo Chano, que está un poco retraído, todos parecen relajados, incubando la ansiedad sin demasiada perturbación. Seby Seoane, el guitarrista, viaja callado en una mesa más atrás, mirando el sorteo en su Mac plateada, rodeado por Guarni, que en vivo toca los teclados, y Juan Manuel Romero, la última incorporación del grupo (en la segunda guitarra).
Hace unos días estrenaron "El mundo es nuestro", la canción del Mundial de Brasil que Coca- Cola les encargó que versionaran y que, además de significar otra fantasía autocumplida en la mitología del grupo, promete proyectarlos con fuerza en la región. Una tarde, en abril, estaban en la sala y Chano los llamó a todos a una de las oficinas. Cuando entraron, vieron el pizarrón garabateado con un montón de nombres: toda la gente que él creía que podían hacer posible que ellos hicieran la canción del Mundial. "En este negocio uno aprende quién maneja los deals. Y le dije a los pibes que estaría buenísimo hacer la canción del Mundial, tocar en la final, que Argentina gane y abrazarnos con los jugadores…", dice riéndose de sí mismo con cierta picardía, como si en el fondo siguiera creyéndolo. "La canción ya está."
Después de parar en una parrilla a comer, de vuelta en la ruta un par se echan a dormir la siesta en las cuchetas que hay al fondo del micro. Bambi y Seby prenden la PlayStation para jugar al fútbol con el pse 2013 y Chano se recuesta en uno de los sillones del micro y se pone a hojear una revista Living para sacar ideas para la casa que se está terminando de construir. "No es que esté enfocado en eso, es más el deseo de comparme", dice. "Ultimamente perdí seguridad. No sé qué me habrá afectado la cabeza para pensar: «Uy, esta mesa será la correcta». Tal vez es porque ahora puedo comprar cosas caras."
Después de ganar por penales, Bambi busca sus auriculares y se sienta en una de las mesas a escuchar música. "El de Jamie Cullum para mí fue uno de los mejores discos del año", dice. Y después, se pone a reflexionar sobre los siguientes pasos que debería dar la banda. "Me parece que ahora, sí o sí, tenemos que patear el tablero. Está en los planes empezar a trabajar unos demos después del verano, ver si tocamos o no en el Mundial y la idea es, a fin de año, hacer unos pocos shows en estadios más grandes."
A la noche, después de una conferencia de prensa para los medios rosarinos y de comer unas pizzas cerca del hotel, salimos a dar una vuelta y terminamos con Diega, Guarni y Juanma en McNamara, un barcito en el centro, donde Tan Biónica tocó las primeras veces que vino a la ciudad. Cuando llegamos, una banda acaba de tocar para las cuarenta personas que había y están desarmando la batería, mientras los mozos levantan las mesas para que se arme la pista. Todavía es temprano, así que después de pedir unos gin tonics, salen a fumar a la vereda. Ni bien cruzamos la puerta, una morocha alta y un poco borracha lo encara a Diega y le grita en la cara:
–¡¿Sos vos?! ¡¿Sos vos?!
–¿Si soy quién? –le responde.
–¿Sos vos o no? Sí, sos. ¿Chano se quedó durmiendo? ¿Puedo abrazarte? –le dice la chica, que debe tener 22 años y le lleva casi una cabeza. Antes de que Diega llegue a decirle que sí, se le abalanzarse encima, lo abraza, después se da vuelta y se mete en el bar.
El patovica del lugar, un rugbier rubio de cara amable, mira la escena con una sonrisa y le dice: "El día que empecé a trabajar acá, ustedes tocaban acá y me acuerdo que cortaron 65 entradas."
Al día siguiente, a la tarde, después de subirse a una lancha para llegar al escenario por el Paraná y saludar a los fans que hay en la costa, llegan a los camarines cuando ya está atardeciendo sobre el río y los alrededores del lugar están empezando a colmarse por una multitud. Detrás del escenario, las horas muertas para una banda pasan despacio, dando vueltas entre las carpas, dando notas para programas de radio, comiendo canapés, encerrándose en el container de chapa que sirve de camarín, matando la ansiedad. "¡Quiero fumar! ¡Quiero fumar", grita Chano, sentado en uno de los bancos del camarín, un rato antes de cambiarse. "¡No voy a aguantar!" Y antes de subirse al escenario, va a terminar cruzando el backstage con un cigarrillo en la mano.
A las 8 de la noche, salen del container vestidos de negro y dorado y, en la puerta del camarín, mientras ahí afuera suena "Seven Nation Army", se abrazan en ronda, escuchan las palabras de su manager, Guido Iannaccio, que los arenga como un director técnico, y después suben al escenario envueltos en una lluvia de papelitos dorados para enfrentar una marea humana que llena el parque desde la costa del Paraná hasta el Monumento a la Bandera y que sigue todavía más allá, en la gente que se ve asomada a los balcones de los edificios iluminados de la ciudad, como si esta noche Tan Biónica fuera a tocar para la ciudad entera.
Por Juan Morris
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