Entre el ballet clásico y la expresión contemporánea
En el Teatro Coliseo se presentaron figuras de diversas compañías internacionales en solos o parejas; brilló especialmente Herrumbre, con Lucio Vidal
Elijamos, pero no al azar: ella se llama Adyaris Almeida, bailarina freelancing cubana de poco más de veinte años, y baila con el cuasi neoyorquino Joseph Gatti, quien, a los 31, sí pertenece a un cuerpo estable, el Orlando Ballet. Ocurre que toda gala reúne un buen lote de parejas (más algún solo), a veces armadas arbitrariamente, pero en tren de revisar lo que fue esta VI Gala Internacional de Ballet de Buenos Aires en el Coliseo, arrancamos con ésta porque destila esa química propia de lo que podría denominarse "pareja assoluta", esto es, en el arte y en la vida. Y, además, porque apenas comenzada la función sedujeron con una incisiva ejecución de un dúo de Carmen según Alberto Alonso, compatriota de ella.
No habían sido ellos, sin embargo, los encargados de abrir el programa, sino dos solistas del Ballet del Teatro Colón, Gabriela Alberti y Alejandro Parente, en un gesto de anfitriones para con los invitados extranjeros; se atrevieron con un pas de deux del proverbial Lago de los cisnes, correcto, aunque un tanto hierático. Pero se desquitaron en la segunda parte -ya más seguros- con el piazzolleano solo de contrabajo de Quicho Díaz, coreografiado con versatilidad (si bien todavía con zapatillas de punta) por Julio López.
La de Alberti y Parente fue la única pareja íntegramente vernácula, pero también comparecieron otras dos figuras argentinas en duetto con extranjeros: Julieta Paul, del Ballet del Teatro Argentino de La Plata, bailó un pas de deux de Giselle (admirable) con el canadiense Matthew Golding (31), principal dancer del Royal Ballet inglés, proclive a lo atlético. La otra fue Carolina Basualdo, del Ballet del Sur (de Bahía Blanca, digna continuadora, en ese elenco, de la inolvidable Dora Méndez, que fuera pareja del gran Vasil Tupin en giras); a Carolina le tocó acompañar al fuori serie Lil Buck, en una delirante versión de la secular Muerte del cisne (Saint-Saëns).
Clara muestra del arte negro urbano, Buck es un fenómeno insólito; viene de la street dance y se mueve según esa técnica, la cual, mezclada con lo académico y Saint-Saëns resultó un tanto absurda, pero con su Brostjour arrancó merecidas ovaciones del público, con la ayuda del nuevo equipamiento lumínico del Coliseo, a full. No sorprendieron, en cambio, los Momix (Rebecca Joy Rasmussen y Steven Ezra Marshall), acaso por la asiduidad de sus reencarnaciones en estas Galas, pero deleitaron con el manejo de un infernal aparato tubular-circulatorio y con un dúo de difícil ejecución, salpicado con yoga.
El coreógrafo holandés David Middendorp, con su "proyecto" Another Kind of Blue, parece que impactó a los televidentes ingleses afectos a las competiciones, pero lo suyo es un ejercicio efectista de performing visual (con algo de Bob Wilson) más una dosis de tecnología que, pretendidamente ingeniosa, no tarda en aburrir. Esto forma parte del francamente desparejo balance que arroja esta VI edición de las Galas que organiza Ars. En el mismo platillo de la decepción habría que poner al cierre de la velada, un presunto pas de trois de El corsario con la cubana Almeyda, su compañero Gatti y Golding (¿Konrad?), un número colmado de pirouettes y fouetés armados para el público que, por supuesto, celebra las destrezas.
Así, la Gala esta vez rengueó en los títulos del rubro clásico (que suelen ser los platos fuertes) con hits infaltables que no contaron con intérpretes de excepción. En cambio hay que celebrar que el puntaje suculento vaya para una cabal muestra de danza contemporánea, con la presencia del argentino -casi naturalizado español, hoy en el Staatsbalett berlinés- Lucio Vidal, con un dúo de una obra notable que Nacho Duato creó para la Compañía Nacional de Danza de España. Herrumbre (inspirada en el atentado de la estación de Atocha) deslumbra no solo por Vidal sino por su ex colega en aquella compañía: la japonesa Kaioko Everhart; ella (que alguna vez creó una Carmen salvaje), de sugerente expresión asiática, y él, de porte apolíneo pero con un sesgo heavy: una complementariedad perfecta.
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