Gibson concibió un film de horror
NUEVA YORK.- Hay un profético pasaje de "Los Simpson" en el cual la estrella invitada, Mel Gibson, dirige y actúa en una remake de "Caballero sin espada" y pide la ayuda de Homero Simpson, que representa la opinión del público (o la falta de buen gusto del mismo). Homero convence a Gibson para que cambie el final de la película y reemplace la popular diatriba de James Stewart con una secuencia, una cortina de fuego que deja la entrada del Congreso sembrada de cadáveres. El público huye del teatro, disgustado. Pensé en Homero más de una vez, con involuntaria irreverencia condicionada por muchos años de devoción a "Los Simpson", cuando Gibson presentó su nueva película, "La Pasión de Cristo", a un público cuidadosamente seleccionado para la presentación en todo el país, aplicando cortes de último momento en la copia que sería definitiva y luego saliendo al aire para promover y defender su película.
Dada la historia de la Crucifixión, Gibson no necesitó cambiar el final.
"La Pasión de Cristo" está tan implacablemente focalizada en la violencia de las horas finales de Cristo que la película parece ser menos sobre el amor que sobre la ira y logra más alterar el espíritu que elevarlo. Gibson ha creado un espectáculo aterrorizador y doloroso que también, en el final, es deprimente. Es desalentador ver una película realizada con evidente y abundante convicción religiosa y que, al mismo tiempo, carezca completamente de gracia.
Gibson partió fundamentalmente del tono y el espíritu de anteriores películas norteamericanas sobre Jesús que tendían a ser aceptables homilías de escuelas dominicales (aunque a menudo demasiado largas) diseñadas para tranquilizar a la audiencia más que para aterrorizarla o exaltarla.
Su versión de los Evangelios es horrendamente violenta; la hora final de "La Pasión de Cristo" esencialmente consiste en un hombre que es golpeado, torturado y asesinado con prolongados detalles visuales. Una vez llevado bajo custodia, Jesús (Jim Caviezel),es esposado y pateado y luego azotado sistemáticamente primero con duras cañas y luego con látigos de cuero con filosas piedras y vidrios rotos en las puntas.
Apetito por la sangre
Cuando la corona de espinas es colocada en su cabeza y la cruz cargada sobre sus hombros, ya está completamente irreconocible, una masa de carne sanguinolenta y despellejada, que apenas puede pararse, gimiendo y aullando de dolor.
La respuesta deseada de la audiencia ante este espectáculo no es de repulsión sino algo que tiene que ver con el temor y el pavor manifestado por María (Maia Morgenstern), María Magdalena (Monica Bellucci) y unos pocos romanos y gente de Jerusalén sensibles cuando se obligaron a mirar.
Si uno lo piensa, el disgusto y el temor no están tan lejos entre sí, y en la visión de Gibson uno es el camino hacia el otro.
Al frotar nuestras caras ante la horripilante realidad de la muerte de Jesús y al fijar nuestros ojos en cada golpe y cada herida de su cuerpo, este film desea convertir en literal un hecho que los Evangelios a menudo tratan con circunspección y que se tiende a presentar como algo más bien abstracto. Miren, parece insistir la película, cuando decimos que murió por nuestros pecados, esto es lo que queremos significar.
Un espectador, particularmente el que acepta el sentido religioso de la historia, queda así atrapado en una paradoja sadomasoquista al igual que los discípulos de Cristo, para los que Jesús, en un "flashback" que aparece hacia el final, promete sacrificar su vida. La respuesta humana normal es desear que esa carnicería finalice, un impulso que parece faltar en los soldados romanos y en los santurrones fariseos. Pero sin su insondable crueldad, la historia no llegaría a su necesario final. Detener la ejecución frustraría los planes divinos e impediría el don de la redención.
De cualquier manera, éste es el comentario de una película, no un sermón dominical. La paradoja de desear que algo horrible termine aún cuando se quiera que continúe, tiene mucho que ver tanto con la película como con la teología.
Y Gibson, ya sea inocentemente o por ingenio, ha explotado el apetito popular por el terror y la sangre, por lo que tanto él como sus partidarios ven como un gran final.
Los medios, sin embargo, no son diferentes de los usados por virtuosos del cine de impacto como Quentin Tarantino y Gaspar Noé, que sometió a Bellucci a una cruel indignidad en "Irreversible". Gibson es un productor más imperturbable y formalmente menos atrevido, pero no desconoce la violencia.
Desde el primer momento que comenzó a hablar públicamente de su proyecto, Gibson enfatizó su deseo de realizar su "Pasión" lo más realista posible. Con ese fin, el diálogo es en arameo y en un dialecto latino cuyo efecto se ve afectado por la terrible dicción que malogra a tantos films bíblicos. La ausencia de estrellas de cine conocidas (con la excepción de Bellucci) también agrega un elemento de verosimilitud. Pero el estilo y el tono de "La Pasión" están lejos de lo que comúnmente significa realismo.
¿Es o no antisemita?
La primera parte que tiene lugar en medio de la noche (filmada por el extraordinario camarógrafo Caleb Deschanel), se siente como una película de terror. Mientras Jesús reza en el jardín de Getsemaní, la cámara gira suavemente a su alrededor como alguien que acecha y la partitura musical de John Debney trepa en tonos altos con amenazantes sonidos bajos y efectos corales que impresionan. Un afeminado Satán (luego nos enteramos que lo realiza una mujer llamada Rosalinda Celentano) se desliza furtivo como en una pesadilla y Judas es amenazado por niños-demonios con dientes afilados y ojos lechosos.
Cuando amanece, el estilo cambia de una película de horror al de otra de violencia. En toda ella, Gibson se apoya en lo sublime de la música de Debney con exigencia y permite, en cambio, efectos visuales y auditivos poco sutiles. El ruidoso y enfático relato (junto a las lenguas muertas) hacen que la actuación quede de lado. Aunque es difícil no quedar impresionado por la resistencia de Caviezel.
La única complejidad psicológica en este cuadro de bondad y maldad pertenece a Poncio Pilatos y a su mujer, Claudia, interpretados por dos muy buenos actores, Hristo Naumov y Claudia Gerini, que espero se vuelvan familiares al público norteamericano.
¿Es "La Pasión de Cristo" antisemita? Pensé que nunca me lo preguntaría. Para mí, no parece transitar explícitamente en la iconografía del histórico odio judío, pero espectadores más sensibles pueden no estar de acuerdo. Los fariseos, en sus ropas típicas y con sus barbas, están sin dudas presentados como un grupo siniestro e inhumano y la multitud que dirigen está llena de aullidos y de un desagradable odio. Pero no parece exceder lo que se puede encontrar en las fuentes.
Que Gibson no intenta trascender las divisiones históricas puede ser lamentable, pero condenar la obra por su supuesta intolerancia es no entender su problemática.
Lo que hace que el film sea tan macabro y desagradable es la poca habilidad de Gibson en pensar más allá de la lógica narrativa convencional para una película.
"La Pasión de Cristo", sin tener en cuenta las creencias del espectador, nunca brinda un claro sentido de la razón de ser de semejante derramamiento de sangre, y ése es el error artístico más serio de Gibson. Los Evangelios, al menos en algunas interpretaciones, terminan con el perdón, pero un final tal parece no estar al alcance de la capacidad imaginativa de Gibson. Lo más probable es que el director sospeche que su público prefiere el terror, la furia y la sangre. Quizá, después de todo, Homero Simpson tenía razón.