Interpol exhibió su madurez post punk en la víspera del Lollapalooza
Tras celebrar con una auspiciosa gira los 15 años de la edición de Turn on the bright lights, su exitoso álbum debut, los integrantes de Interpol ingresaron a estudios para registrar un nuevo trabajo discográfico con los recuerdos de ese periplo a flor de piel y envueltos en la frenética impronta que les significó releer aquellas primeras canciones. Sin embargo, y lejos de caer en la tentación de regresar a sus raíces, en Marauder, su sexto y más reciente disco, la banda conserva sus señas particulares vinculadas al post punk pero desde una perspectiva más madura y en la búsqueda constante de renovación. Y en eso mucho tuvo que ver la labor del renombrado productor Dave Fridmann (MGMT, Weezer, The Flaming Lips) quien revitalizó su sonido hacia un costado más crudo y rockero.
Esta versión 2019 del trío neoyorquino (que en vivo se transforma en quinteto) fue la que anoche se adueñó del escenario del teatro Vorterix, como parte de los sideshows de la nueva edición del festival Lollapalooza Argentina que arranca este viernes. La sobria puesta, basada en una iluminación que penduló entre tonos rojizos, azulados y verdosos más la solitaria presencia de una bola de espejos, fue el acompañamiento ideal para que bajos profundos, gélidos teclados y ritmos monolíticos copen la escena y envuelvan al público en esa madeja sonora atmosférica, opresiva y oscura que se mantiene vigente en el ADN del grupo. Sin embargo, y aún con los vestigios de Joy Division a cuestas, en vivo Interpol se mostró desde diversos ángulos y abriendo el juego hacia variados y bienvenidos climas.
Nuevas y festejadas composiciones como "If you really love nothing", "Complications", "The rover", "Flight of fancy" y el adelanto de "Fine mess" (que estará incluido en un homónimo EP con fecha de salida para mediados de mayo) se entremezclaron con clásicos como "Pionner to the falls", "C’mere" y "PDA", entre otros, evidenciando un viraje hacia parajes, por momentos un tanto blueseros, pero, en general, decididamente más bailables y mucho menos melancólicos como antaño. Y lo mismo denotan las letras, ahora girando en torno a cuestiones más individuales que universales y desgranando historias en primera persona en la voz de Paul Banks, un atildado frontman de pocas palabras (apenas algunos saludos y agradecimientos en un fluido castellano) pero que guió la nave con solvencia detrás de sus lentes espejados.
Elegantemente trajeados, Brad Truax (bajo) y Brandon Curtis (teclados) fueron el complemento adecuado para el desempeño percusivo del eficiente Sam Fogarino. De todos modos, la filosa guitarra de un estupendo Daniel Kessler asomó como el elemento principal y distintivo de la sonoridad penetrante de la agrupación.
A lo largo de un concierto con momentos bien diferenciados, sin dudas el de mayor impacto se dio a través de temas como "Rest my chemistry", "Evil", "All the rage back home" y "Slow hands", con la agrupación en modo on fire y el público (hubo fans chilenos, mexicanos y brasileros además de argentinos) entonando a viva voz esos estribillos de carácter heroico.
A la hora de los bises, "Lights", "The Heinrich Maneuver" y "Obstacle 1" terminaron de conquistar a una platea por demás satisfecha, que se reencontró con su banda favorita en plena etapa de transición, intentando reinsertarse en la escena sin perder su identidad ni cayendo en fórmulas repetidas y apostando por la reinvención. Una tarea para nada sencilla por cierto pero tampoco imposible.
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