Intimismo y caos sonoro, la síntesis del post-rock
Mogwai. Músicos: Stuart Braithwaite (guitarra, bajo y voz), Dominic Aitchison (bajo y guitarra), Barry Burns (teclados, guitarra y bajo), Alex Mackay (guitarra y teclados) y Cat Myers (batería). Sala: Teatro Gran Rex. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: muy bueno
La escena fue la misma al comienzo y al final de la noche. Parado en el lateral derecho del escenario del Gran Rex, Stuart Braithwaite alzó su copa de vino tinto y saludó al público con economía de palabras ("Buenas noches, somos Mogwai, de Escocia", al principio; "Muchas gracias", a la hora del cierre). Entre uno y otro momento, lo que se sucedió fue una hora y media de post-rock mayormente instrumental, en la que las melodías fueron las encargadas de tejer atmósferas de introspección y catarsis, en un ida y vuelta constante de la fragilidad microscópica a la explosión sonora.
Sin recursos escénicos y con una pared de amplificadores valvulares como único decorado, los primeros minutos de "Friends of the Night" sentaron la base para lo que ocurrió en los noventa minutos posteriores: una progresión mínima de notas prístinas disparadas desde las guitarras de Braithwaite y Alex Mackay que fueron creciendo en intensidad, a tono con los golpes de la batería de Cat Myers. De a poco, todo creció para volverse una nube de ruido, para luego disolverse lentamente y volver a su lugar de origen. Ya en "Crossing the Road Material", Mogwai apostó por el motorik, el ritmo monótono y repetitivo del kraut rock, en donde la alteración de los sentidos se produce no por la incorporación de nuevos matices, sino por la reiteración de un mismo patrón.
Como muestra de la nueva paleta de colores de su último disco de estudio, Every Country's Sun, en "Party in the Dark", Braithwaite dio un paso al frente para ponerle voz a lo más cercano al pop que puede hallarse en el universo de esta banda. "Take Me Somewhere Nice", en cambio, fue melancolía y ensueño, canción en la que el cantante y guitarrista parece preguntarse a sí mismo cómo reaccionar ante un miedo inminente ("¿Qué harías si vieras naves espaciales sobre Glasgow? ¿Les tendrías miedo?"). Pero como las emociones son cambiantes en el universo de la banda escocesa, ya a la altura de la canción "Coolverine" los decibeles volvieron a pedir presencia, con un sonido tan intenso que se hacía sentir en el cuerpo.
Después de la evocación de espectros fantasmales a través de una voz procesada con vocoder en "Killing All the Flies", la reiteración de una secuencia de acordes de piano en cámara lenta llevó a "I'm Jim Morrison, I'm Dead", del intimismo al caos sonoro. Ese desenlace condicionó a "Rano Pano" y "New Paths to Helicon, Pt 1", convertidas en auténticas cataratas de ruido, con el tecladista Barry Burns y el bajista Dominic Aitchison turnándose en el rol de tercera guitarra. Y aunque "Don't Believe the Fife" prometía tranquilidad en slow motion, la coda de "Remurdered" sumó una nueva dosis de superposición de acoples que redobló su carga en "Old Poisons".
Casi sin solución de continuidad entre el cierre del primer tramo y el comienzo de los bises, Mogwai volvió a la carga con "Every Country's Sun", o cómo evocar una epopeya esperanzadora a partir de paredes de guitarras a volumen once. Y antes de la partida, una última descarga eléctrica: "We're No Here" fue una masterclass en miniatura del noise, tocada a tiempo stoner, que culminó con Braithwaite, Burns y Mackay arrodillados sobre sus pedaleras para timonear cinco minutos de acoples y efectos procesados.
De a uno por vez, los músicos abandonaron el escenario del Gran Rex mientras sus amplificadores se retroalimentaban a cada instante con mayor intensidad. Un escueto gracias y hasta luego fue la única despedida esbozada por la banda: al igual que en su discografía, sobre el escenario Mogwai dejó que fuese el ruido el que hablase por ellos, incluso hasta para decir adiós.
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