Joaquín Sabina y su idilio interminable con el público porteño
El reconocido cantautor español ofreció la primera de las once funciones en el Luna Park con las que está presentando Lo niego todo, su último y celebrado álbum de estudio.
Cualquiera sea el país o la ciudad en cuestión, la imagen es siempre la misma: la de miles de personas vivando y aplaudiendo a Joaquín Sabina, un artista que a lo largo de su extensa trayectoria ha conectado de una manera especial y única con ellas mediante un puñado de canciones, algunas más antiguas, otras más nuevas, pero todas dueñas de una sensibilidad particular que sabe tocar las fibras más íntimas. Después de agotar localidades en varios puntos de Latinoamérica, San Juan, Córdoba y Rosario, ahora la escena se repite en Buenos Aires. Ayer, retomó el contacto con sus seguidores porteños en la primera de las once funciones previstas en un colmado Luna Park.
“Sé que todos desean escuchar las viejas canciones pero después de mucho tiempo tengo algunas nuevas que me gustaría compartir con ustedes. Así que, si son piadosos, y prestan vuestros oídos a estos temas nuevos, les prometo que después vendrán los que todos están esperando”, aclaró desde el vamos el cantautor español a modo de guía de cómo sería el desarrollo del concierto. El pretexto es presentar en sociedad Lo niego todo, su último y celebrado álbum de estudio que oxigena una propuesta ya conocida gracias al inestimable aporte de Leiva y Benjamín Prado en la producción y en el que, desde la lírica, rechaza, en parte, la fama que le hicieron de noctámbulo empedernido, además de referirse a los temores y preocupaciones típicas que acarrea el hecho de envejecer.
En vivo el flamante material sonó fresco y vital como en “Quien más, quien menos” y “Lo niego todo” y por momentos sondeó al blues y al rock, como en la festejada “Lágrimas de mármol” (con un aire muy calamaresco) y la potente “Las noches de domingo acaban mal”, cuyo riff de guitarra tuvo el sello inconfundible de los Rolling Stones. Más allá de querer escuchar los clásicos de Sabina, el público recibió los temas nuevos coreando algún que otro estribillo.
Secundando por una impactante puesta basada en cinco pantallas led verticales, que dispararon, entre otras imágenes, la de recortes periodísticos de viejos shows alrededor del mundo donde lo tildan de “juglar”, “canalla” y demás calificativos que ahora él dice negar, el compositor oriundo de Ubeda tejió un ida y vuelta con su público a través de la música y de variados diálogos, que fueron desde sentir al Luna Park “como el salón de nuestra casa” y agradecer con emoción y reconocimiento a todos los presentes por ayudar a alcanzar las once funciones, hasta el recuerdo de diversos creadores que dejaron este mundo en estos últimos años, como Leonard Cohen, David Bowie, Prince, Gustavo Cerati, Tom Petty y Daniel Vigletti, entre otros.
Como ya es habitual, lució su inseparable bombín y desgranó su característica voz ronca y cascada, Sabina rasgueó las cuerdas de su guitarra casi siempre sentado en un banqueta y flanqueado por una pequeña mesa donde apoyaba una copa de agua. Desde allí, y como una especie de director de orquesta, manejaba los hilos de una banda compacta y a la vez versátil, que supo adaptarse a los distintos climas que proponía cada canción. Pedro Barceló desde la batería y la argentina Laura Gómez Palma (ex Man Ray) en bajo conformaron una sólida base donde se apoyaban las guitarras de Pancho Varona y Jaime Asúa Abasolo, los vientos de Josemi Sagaste, los teclados de Antonio García de Diego y los coros de la sensual Mara Barros, quien aprovechó uno de los varios momentos en que Joaquín abandonó la escena para tomar un respiro y así interpretar “Hace tiempo que no”, primer corte de su álbum debut como solista. Por su parte, y gracias a la amplia generosidad del anfitrión, el resto de los músicos también tuvieron su momento de lucimiento personal: Pancho Varona calentó el ambiente con una contagiosa versión de “La del pirata cojo”; García de Diego despertó aplausos al entonar “A la orilla de la chimenea” mientras que Asúa Abasolo aportó la cuota rockera a través de “Seis de la mañana”.
Después, como si se tratara de una catarata inagotable, y tal cual lo había prometido al comienzo, llegó el momento de los hits. “Con la frente marchita”, “Una canción para la Magdalena”, “Por el boulevard de los sueños rotos”, “Y sin embargo” y “19 días y 500 noches” provocaron el delirio de una audiencia que bailó, coreó cada tema como si fuera el último y acompañó con las luces de sus celulares desde todos los rincones del estadio. El ritmo puede ser el de una ranchera, un vals, una balada desgarrada o un furioso rock’n roll pero a sus fans poco parece importarles el acompañamiento musical: con Sabina el foco siempre está puesto en lo que se dice, en esas historias tan propias con las que todos se sienten identificados de manera plena y que sólo él sabe relatar.
“Y nos dieron las diez”, “Princesa”, “Contigo” y “Pastillas para no soñar” marcaron el cierre del primero de los once capítulos de este idilio interminable entre el “superviviente” Joaquín Sabina y sus efusivos seguidores porteños.
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