Jonás, en un sótano boliviano
"Jonás y la ballena rosada" (Bolivia-México/1995, color). Producción hablada en español presentada por IFA Argentina. Basada sobre la novela de José Wolfango Montes Vanucci. Intérpretes: Dino García, María Rence Prudencio, Julieta Egurrola, Guillermo Gil, Claudia Lobo, Milton Cortez, Juan Carlos Valdivia. Fotografía: Henner Hofmann. Música: José Stephens. Dirección: Juan Carlos Valdivia. Duración: 93 minutos. Nuestra opinión: buena.
Aquí no hay profetas bíblicos ni míticas ballenas ni arrepentimientos ejemplares ni una Nínive pecadora y perversa. Estamos en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, corren los caóticos días de 1984 y lo que desatiende el Jonás en cuestión, un muchacho de clase acomodada, no es la voz de Dios sino la evidencia que lo rodea: la de una sociedad que se resquebraja moralmente mientras avanza el caos económico y político y el narcotráfico se vuelve dueño y señor de la situación.
Jonás remolonea entre el tedio, la satisfacción de sus gustos y el mínimo compromiso de dar clases en una escuela donde se comporta casi como un compinche de sus alumnos. Y cuando el suegro, poderoso empresario de pompas fúnebres, empieza a acorralarlo para comprometerlo con su proyecto casi literalmente faraónico, busca refugio en el sótano del caserón familiar, donde instala un estudio fotográfico y donde atisbará, en la oferta amorosa de la bella cuñada, una forma de redención, de liberación.
Mirada irónica
El director Juan Carlos Valdivia adopta la mirada irónica y el dibujo desmesurado para poner al descubierto la situación de una sociedad -y en especial de una clase- enferma de ceguera, de soberbia y de contradicción en medio de una realidad sobresaltada por transformaciones cuyo horizonte no se alcanza a ver.
La desmesura está en el paisaje y en las conductas de los hombres; tanto en el desierto y la inundación como en el proyecto que lleva adelante el patriarca de la familia: erigir una descomunal pirámide egipcia para descanso eterno de sus cuerpos momificados.
El trazo exagerado y burlón también asoma en el retrato de los poderosos -el amo despótico de sueños pomposos, la frívola esposa y la suegra temible, que ejercen el dominio cada una a su modo, siempre sumergidas en baños de espuma, la caras y los cuerpos embadurnados de cremas y máscaras.
Es un carnaval bufonesco que Valdivia observa con ojos maliciosos quizá porque quiere subrayar el delirio de ese mundo que intenta perpetuarse mientras afuera es el narcotráfico el que dicta las nuevas reglas; quizá también para que se haga más notorio el contraste con el quieto refugio subterráneo en el que Jonás y su amante vislumbrarán alguna luz más cierta.
Esta suerte de realismo mágico venido de la literatura suele fracturarse bastante cuando busca su equivalencia en las imágenes. Juan Carlos Valdivia logra apreciable equilibrio para darle a su film unidad formal dentro de ese riesgoso tono desbordado.
Consigue además que entre tanta caricatura los dos personajes principales -Jonás y Julia- se vean como criaturas de carne y hueso y que el vínculo que los une transmita calor y cierta emoción.
Para alcanzar esos logros -que el público de Bolivia reconoció convirtiendo al film en uno de los más grandes éxitos alcanzados por el cine de ese país- Valdivia tiene la sólida colaboración de un elenco impecable y, sobre todo los aportes de una ambientación que prestó su imaginación para responder al clima del relato y de una fotografía -obra de Henner Hoffmann- que sabe sacar provecho de esos ambientes y de los escenarios naturales.
lanacionar