La batalla cinéfila de cada día
El nuevo film de Paolo Sorrentino, centrado en dos añejos directores interpretados por Michael Caine y Harvey Kaitel, dividió las aguas como pocos
CANNES.- El festival tuvo ayer una de esas jornadas para sumar a su antología con una apasionada batalla cinéfila entre quienes ovacionaron y aquellos que abuchearon a Youth, la esperada nueva película del italiano Paolo Sorrentino tras ganar hace dos años el premio Oscar con La grande bellezza.
¿Qué es Youth? Una película hablada en inglés con intérpretes de renombre, como había ocurrido con This Must Be The Place, encabezada por Sean Penn. Ya no está ese músico en decadencia ni tampoco el Jep Gambardella de Toni Servillo al frente del elenco, aunque esta vez son Michael Caine y Harvey Keitel quienes, de alguna manera, toman la posta en esta suerte de continuación todavía más extrema, ampulosa y recargada de La grande bellezza.
Acompañados por figuras como Rachel Weisz, Paul Dano y Jane Fonda, Caine y Keitel dan vida a dos directores (uno de orquesta, el otro de cine), pero mientras el Fred de Caine ya está retirado (hasta que recibe una propuesta de dirigir un concierto delante de la reina de Inglaterra), su amigo Mick (Keitel) está en plena preparación de su "obra maestra", acompañado por un equipo de jóvenes guionistas.
Esta vez no aparecen las faraónicas fiestas romanas de La grande bellezza, pero eso no quiere decir que en el lujoso resort y spa ubicado en los paradisíacos Alpes suizos donde transcurre buena parte del film (hay también algún viaje aislado a Venecia) no haya lugar para los excesos, la ampulosidad, el patetismo, los caprichos, las arbitrariedades y la autoindulgencia tan típicas del cine de Sorrentino: desde una suerte de Diego Maradona obeso y con tanque de oxígeno hasta una versión de Adolf Hitler que desayuna solo ante la curiosa y desesperada mirada del resto de los huéspedes.
Por supuesto, también hay muchos números musicales (desde actuaciones en vivo de Paloma Faith hasta el concierto final, pasando por pasajes con Caine dirigiendo una "orquesta" con ruidos de la naturaleza y cantos de los animales), estilizados videoclips y escenas publicitarias, y esculturales mujeres casi siempre desnudas para otra mirada no exenta de misoginia y machismo (aunque también con cierta emoción y nostalgia a la hora de explorar las sensaciones propias de la vejez) por parte del director italiano, al que el siempre fiel Festival de Cannes, que nunca dejó de seleccionar sus películas, ha convertido en uno de los autores más amado (saludado como el nuevo Federico Fellini) y odiado (por sus imposturas) del cine mundial.
En diálogo con la prensa, Caine -de 82 años- se rió de sí mismo: "Todos los cinéfilos veneran mi carrera, me recuerdan que vine hace medio siglo a Cannes con Alfie, con la que ganamos un premio, pero para las nuevas generaciones soy sólo el mayordomo de Batman. Así es la vida".
Para el director de El amigo de la familia e Il divo, "el único tema que realmente le interesa a la gente es el paso del tiempo y cuánto nos queda de vida. Es una cuestión que me fascina. Me gusta especialmente la idea de un director anciano en la película, porque cuando yo sea viejo podré hacer un film sobre la juventud que perpetúe mi vida. El arte nos da libertad y la libertad nos transmite juventud. Creo que he hecho un film muy optimista, diseñado para atenuar algunos de nuestros miedos. Si se puede mirar el futuro, se mantiene una forma de juventud".
La otra película que se presentó ayer en competencia también tiene una última parte hablada en inglés (una tendencia que se repitió en varios de los films de este año). Es que Mountains May Return, del chino Jia Zhang-ke, está dividida en tres historias: una ambientada en el pasado (1999), otra en el presente y la restante en el futuro que transcurre en la Australia de 2025.
El realizador de Platform, The World, Naturaleza muerta y Un toque de violencia construye un desolador melodrama familiar en el que expone el enriquecimiento de un sector de la población con la llegada del capitalismo y la globalización, pero también la creciente diferencia de clases y la pérdida de la identidad y -en el caso de los más jóvenes que emigran- incluso de la propia lengua. Más allá de que el epílogo en inglés no resulta demasiado inspirado, Jia Zhang-ke ratifica que su mirada es la más lúcida, cuestionadora e inteligente del cine chino actual.
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