La comedia en ebullición
Sin hijos, la película de Ariel Winograd que se estrena el jueves, confirma el crecimiento local de un género que debe tomarse muy en serio
La inminente llegada de Sin hijos de Ariel Winograd será la confirmación en formato grande, en la zona más industrial o mainstream -con las comillas que implican estos términos en el cine nacional-, de que algo ha cambiado en la comedia argentina. A treinta años recién cumplidos del estreno de la insoslayable Esperando la carroza, el costumbrismo y el barrio ya no tienen el predicamento que supieron tener, ya no asfixian necesariamente a los creadores de este género fundamental para el cine (y no sólo para el cine).
Winograd, ya desde su primera película de ficción, Cara de queso (2006), mostraba sus credenciales. Era alguien que evidentemente había visto la comedia estadounidense clave desde fines de siglo XX: entre muchas otras El mundo según Wayne, las películas con -y en muchos casos de- Adam Sandler, Will Ferrell, Ben Stiller. Y que tenía la osadía de intentar integrar sus enseñanzas a relatos locales, no necesariamente salvajes. Cara de queso fue vital, energética y también un poco destartalada, una película de personajes antes que de acciones -y tuvo a Sergio Denis y Silvia Pérez y una buena cantidad de diálogos certeros-, Mi primera boda (2011) fallaba en el armado, en el timing, en la puesta en escena mecánica y sin fluidez. Sin embargo, la base, la referencia a la mencionada Nueva Comedia Americana seguía ahí.
La siguiente película de Winograd, Vino para robar (2013), mezcló comedia con suspenso en modo Hollywood clásico y había una mejora, una apuesta por personajes con móviles, con deseos, criaturas de las que nos importaba su destino. Los chistes, a diferencia de Mi primera boda, estaban en función de los personajes y no en función de guiños con gran riesgo de ser vacuos. No había pereza en Vino para robar, había una película que abría el juego, que podía incluso permitirse integrar con cierta gracia las promociones turísticas y los productos comerciales que se publicitaban, algo que se repite en Sin hijos.
Aquí se trata de un padre separado que se enamora de una mujer que no sólo no quiere tener hijos sino que además tiene fobia a los niños. Un punto de partida a partir del cual Winograd no sólo consigue su mejor película –con base en las excelentes Mi novia Polly con Ben Stiller y la británica Un gran chico con Hugh Grant–, sino que además aporta un hito en la poco prolífica historia local de la comedia romántica. Sin hijos es –al fin– una de esas películas que asumen con claridad sus objetivos y trabajan para hacerse más fuertes, para sumar nobleza genérica desde una convicción que no es tan común. Sin hijos sabe de la importancia de las neurosis en la comedia romántica, de cómo la electricidad y la química entre los personajes nos hacen creer en ellos y en sus pasiones, al igual que ocurría en la mejor de las comedias de Juan Taratuto, su ópera prima No sos vos soy yo, también protagonizada por Diego Peretti. La presencia de Peretti en otras películas es apenas la primera de muchas conexiones: fue por ejemplo protagonista de otra comedia (policial) clave argentina con influencias de Hollywood, Tiempo de valientes de Damián Szifron, y de una comedia romántica como Música en espera de Hernán Goldfrid.
Pero toda Sin hijos, como las comedias de los países que poseen un cine con comedias, en el que estas persisten y hasta pueden brillar, es un nodo de conexiones. Es hora de decirlo: la nueva comedia argentina está en ebullición, y en ella está trabajando en conjunto gente que se conoce, que colabora entre sí, que se potencia, que se ayuda. La conectividad de la comedia no es solamente de Hollywood y Saturday Night Live. Hoy, en Argentina, hay cruces notorios de actores, directores, guionistas y de nombres encargados de otros rubros. Veamos.
En Sin hijos, como en toda buena comedia romántica, hay clara conciencia acerca de la importancia de los personajes secundarios. Tienen su personalidad, su humor, sus conflictos, sus líneas narrativas, sus momentos de brillo cómico. Uno de los personajes es Keko, interpretado por Martín Piroyansky. Este año Piroyansky estrenó Voley, que escribió, dirigió y protagonizó. Piroyansky vio comedias (él mismo dijo que los referentes principales de Voley eran Ben Stiller y Eric Rohmer) y supo procesar con contundencia y hasta brillo las influencias. En Voley hay chistes escatológicos en la senda de Tonto y retonto y de Mi novia Polly, hay conciencia del lenguaje, hay personajes que viven y mueren por la boca, que saben retrucar y pisarse con no poca cantidad de neurosis sexuales, románticas, cómicas. Voley tenía un final elegante, un final sin alargues ni alardes. Saber dónde terminar –un chiste, un relato, un texto– es clave, es saber de tempo, de timing.
Piroyansky, además, actuó en las cuatro comedias de Winograd, y participó en La vida de alguien, de Ezequiel Acuña, un director que, aunque con mirada más nostálgica y melancólica, siempre estuvo en el camino de la comedia, sobre todo en Excursiones. Piroyansky es también el protagonista y director de la serie web Tiempo libre, serie cómica de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UN3). Las series web de la UN3 son otro nodo fundamental de conexiones, y van y vienen hacia y desde el cine. En Tiempo libre, una comedia sobre un actor –la auto- rreferencia ficcional presente en la comedia estadounidense, por ejemplo en Funny People de Judd Apatow– Piroyansky se encuentra con otros actores, con otros cómicos, como por ejemplo Sebastián Wainraich. El stand up y su variedad temática, sus tópicos diversos, es otra influencia, otra práctica, otro punto en común con la comedia estadounidense (también lo es la importancia del humor de tradición judía). Wainraich, por su parte, será el protagonista de Una noche de amor, la próxima comedia de Hernán Guerschuny, que ya hizo una comedia romántica, El crítico, de la que podemos extraer más conexiones (ver recuadro). Piroyansky, además, es uno de los cuatro montajistas de 9 vacunas, corto de Iair Said (ver el otro recuadro). Otro de los montajistas de ese corto es Pablo Levy, que junto a su hermano Diego hicieron Novias, madrinas, 15 años y Masterplan, algo así como una comedia documental y una comedia de ficción respectivamente. En esta última actuaban Paula Grinszpan, Alan Sabbagh y, claro, Iair Said.
Sabbagh también actuó en 20.000 besos, muy recomendable comedia romántica, sobre la amistad y también cinéfila de Sebastián De Caro, que además actuaba en Mi primera boda de Winograd. Grinszpan –que dirigió el corto No sé María, que compitió en el Bafici– actúa en Tiempo libre y también en Eléctrica, otra serie Web de la UN3. Dirigida, protagonizada y escrita por Esteban Menis –el director de Incómodos (2008), comedia frágil que demostraba que el cine argentino también mirada a Wes Anderson– con las actuaciones de Liniers y también de Said (Menis, por su parte, tiene un pequeño rol en Sin hijos). Por Eléctrica, además, pasaban invitados –algunos compartidos con otra serie web como Famoso, de Martín Garabal, un nombre más a tener en cuenta en este lío y que actúo en el corto de Grinszpan–, entre otros Daniel Hendler. El uruguayo radicado en Argentina Hendler fue el protagonista de las dos películas anteriores de Winograd y de varias de las comedias agridulces de Daniel Burman, además de director de una comedia triste como Norberto apenas tarde y protagonista de las dos primeras películas de Juan Villegas y de la gran comedia romántica –entre otras cosas– de Gabriel Medina, Los paranoicos. Sábado (2001), la primera de Villegas (cuya próxima película será una comedia) comparte con el cine de Ezequiel Acuña y también con los cortos de Iair Said, la admiración y la influencia por un creador fundamental del cine argentino, el que limpió la comedia y fue clave para crear un futuro nuevo: Martín Rejtman. Claro, Rejtman está menos en Winograd –que apuesta a un cine que no se preocupa tanto por las sutilezas como por la efectividad y la comunicabilidad– que en otros creadores de la comedia argentina. Pero es difícil imaginar una extraordinaria actuación infantil como la de la niña Guadalupe Manent (Sofía en Sin hijos), vacía de énfasis, alejada no sólo del costumbrismo sino también del ternurismo, sin la refundación rejtmaniana, sin sus maneras de hacer decir. Hay más líneas que parten de Rejtman y además hay muchas más conexiones para hacer. Hay mucha gente sin mencionar que ha ayudado a esta situación de renovado esplendor, sepan disculpar los muchos no mencionados. Hay, y esto es lo importante, muchas horas de material para sostener la siguiente afirmación: ha cambiado la comedia argentina. Hay futuro, hay variedad, hay contactos. Era hora.
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