Cine. La crudeza de las imágenes
Este muchacho sencillo que es como cualquier otro del ambiente obrero de Bristol, que usa las manos para moldear el yeso o para probar suerte en el billar y que en los ratos libres tiene la casi excluyente diversión del fútbol es un tipo que se hace querer. Como su lejano pariente -aquel desocupado tarambana devenido stripper en "Todo o nada", trae la espontaneidad y la frescura de Robert Carlyle y se gana fácil la estima del que está del lado de acá de la pantalla.
Tendido tal lazo de afecto, el director Michael Winterbottom tenía todo servido para dejar a la platea sumida en un mar de lágrimas cuando la historia de semejante personaje llegara a su momento más dramático: la evidencia de que padece esclerosis múltiple. Pero ni "Amo la vida" es "Love story" ni hay nada más lejos del joven realizador inglés que la apelación lacrimógena.
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Todo lo contrario: hay quienes todavía le reprochan que haya querido ilustrar en otro de sus films el fatalismo pesimista de Thomas Hardy con una imagen de "Jude" -la de los chicos muertos- cuya dureza parece próxima a la crueldad.
El cine de Winterbottom es así de implacable; cuando habla del infortunio, no es para hacer festivales emotivos a la manera de esos talk shows de TV que convierten cualquier drama en un comadreo superficial, sino para ponernos de frente a ciertos hechos de la realidad tal como los ve, sin maquillaje, francamente. Es decir que, por penosos que sean, también incluyen algún costado de humor, aunque sea tragicómico. Por eso, aunque golpeen duro, conmueven por su reconocible humanidad.
Además de su voluntad de retratar a la gente común y la vida cotidiana, Winterbottom comparte con otros grandes realizadores ingleses contemporáneos -Ken Loach, por ejemplo, o Mike Leigh-, una honestidad no carente de fiereza.
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Algún tiempo después de "Amo la vida" y de "Jude", Michael Winterbottom comenzó a trabajar en un film sobre el sitio de Sarajevo a partir de "Natasha´s Story", una novela escrita por el periodista Michael Nicholson. Es la historia de un corresponsal inglés que deja a un lado su convicción no intervencionista para conducir a una huérfana lejos del frente. "Bienvenido a Sarajevo" -tal el título del film que ojalá veamos pronto- fue aplaudido en 1997 en Cannes y reconocido como otra muestra de la áspera rudeza del realizador. No se proponía -lo ha aclarado- un análisis político o histórico, sino algo más inmediato: sacudir al espectador, provocar su reacción. Por eso tampoco esta vez ahorró imágenes violentas.
Que, por supuesto, nada deben de tener que ver con esa otra violencia exacerbada y bastante perversa que se escuda en la inverosimilitud y de la que el cine de acción ha hecho uso y abuso hasta el punto de habernos anestesiado.
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La dureza de las imágenes es también un asunto de honestidad. Que lo diga Spielberg, que acaba de hacer su aporte al tema con las desgarradoras escenas de batalla de "Rescatando al soldado Ryan". Aunque ésa es otra cuestión y exige un capítulo aparte.
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