La impredecible dimensión de un cambio de época
El martes por la noche, tras la conferencia de prensa de Actrices Argentinas en la que Thelma Fardin hizo pública la denuncia por violación que había radicado en Nicaragua contra Juan Darthés , la pregunta más repetida en la Redacción -y seguramente de la mayoría de los lugares de trabajo- fue: "¿Y ahora qué va a pasar?".
Esa pregunta tiene, varios días después, una respuesta aún muy tentativa. Las palabras de Fardin (y de Calu Rivero antes que ella) se hicieron eco en los testimonios de personas públicas y en muchas otras mujeres y hombres que encontraron en ellas el valor para contar, personalmente o a través de las redes, sus historias de abuso , acoso y violencia .
¿Y ahora qué va a pasar? La primera respuesta a esa pregunta es, sin dudas, esperanzadora: si bien no sabemos qué dimensión tomará lo que muchos han dado en llamar el "#MeToo argentino", estamos en condiciones de afirmar que, al menos, sí pasarán cosas. El cambio no es solo deseable, sino que parece inevitable, dado el progresivo clima social de "cambio de época", la aparición de denuncias en otros ámbitos con inmediato poder de acción, como la política, y el apoyo -aún en la etapa de las enunciaciones- de las diferentes industrias que componen lo que aquí llamamos "el espectáculo".
Es difícil evitar la tentación de trazar paralelismos entre encarnaciones nacionales de fenómenos globales como lo es la lucha por la igualdad de género. Especialmente en industrias como el mundo del entretenimiento, donde la falta de representación en la pantalla está en directa relación con el desequilibrio de poder presente fuera de ella, y ambos en permanente tensión con el enorme poder de las historias para perpetuar inequidades y estereotipos o, por el contrario, presentarnos como posible un mundo mucho más igualitario que el que ocupamos.
Abonan la pertinencia de esta comparación estudios como los de la Iniciativa Annenberg por la Inclusión -un think tank de la Universidad de California del Sur, institución de estrecha relación con la industria hollywoodense-, donde se prueba con datos fehacientes cómo la falta de inclusión de mujeres y minorías en lugares de decisión (ocho de las cien películas más taquilleras de los EE.UU. en 2017 fueron dirigidas por mujeres; el porcentaje de ejecutivas con el poder de aprobar esos proyectos es actualmente del 23,6%) está en directa relación no solo con el tipo de historias que se cuentan y quiénes las protagonizan, sino además con las condiciones de trabajo en esos sets de filmación y la posibilidad de acceder a una carrera en la industria, que a su vez cambiará o mantendrá ese estado de situación.
Estas cifras, reflejadas en la industria más poderosa del mundo, adquieren otra dimensión a la hora de extrapolar un diagnóstico de la representación de género en cine y TV en nuestro país, donde recién comienzan a realizarse encuestas e investigaciones en universidades y asociaciones profesionales, como la presentada esta semana por Sagai. Sin emprender un (por cierto muy deseable) trabajo de campo, puede afirmarse que salvo excepciones -entre las que se puede nombrar a Cris Morena y a Liliana Parodi, gerenta de producción de América- no hay demasiados nombres femeninos en la lista de las personas con el poder suficiente para afectar el cambio que reconocen como necesario las cámaras del sector. Más allá de cómo terminen probando las diferencias entre lo que está ocurriendo en nuestro país con el movimiento sísmico acaecido en Hollywood desde que Jodi Kantor y Megan Twohey publicaron su primera nota en The New York Times, debe tenerse en cuenta que solo han pasado catorce meses.
En ese breve lapso, la industria norteamericana se vio obligada, tanto por la Justicia como por la opinión pública, indignada ante el relato de las víctimas (y la propia necesidad de los estudios de asegurar su propia supervivencia), a dejar "de mirar para otro lado" -por tomar las palabras del comunicado de ayer de la Cámara Argentina de la Industria Cinematográfica- y poner en práctica medidas concretas para garantizar la integridad de sus trabajadores y alterar la composición de sus estructuras de poder para reflejar la diversidad de la sociedad. Es momento de comenzar a pensar , ¿y ahora qué?
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