La inolvidable versión cinematográfica de Wilder
La secuencia final de Sunset Boulevard (conocida en la Argentina como El ocaso de una vida) es realmente inolvidable. Norma Desmond, una diva del cine mudo que vive como una tragedia la llegada del sonoro, interpreta en una película ficticia a una Salomé esperpéntica, expresionista, que baja pomposamente las escaleras de su propia mansión. Sus manos parecen enredarse en una atmósfera densa, creada por la expectativa muda de un nutrido enjambre de periodistas y fotógrafos que se han acercado hasta allí por motivaciones bien diferentes a las que ella hubiera deseado. Ese último engaño, perpetrado por su único cómplice, un mayordomo magistralmente interpretado por Erich von Stroheim que la ama en secreto, condensa el espíritu de la película de Billy Wilder: una capcioso interrogante sobre la materia de la que estaban hechos los mitos de Hollywood, una pregunta incómoda y sobre todo notablemente precoz.
En la década del 50, el cine empezaba a conocerse a sí mismo. No era para nada frecuente el ejercicio de autorreflexión que proponía esta película atrapante y atrevida formalmente cuya historia medular arrancaba con el famoso plano del cadáver flotando en la piscina de un jardín lujoso y luego apelaba a un gigantesco flashback para ir desentrañando pacientemente el enigma que planteaba en ese inicio.
De El ocaso de una vida se recuerdan también las actuaciones extraordinarias de Gloria Swanson, muy comprometida con un papel que tenía evidentes matices autobiográficos, y William Holden, perfecto en el rol de guionista quebrado e indolente que acepta un trabajo de futuro incierto con la aspiración de escapar de la persecución de sus acreedores.
Como en un melancólico desfile de fantasmas, aparecen unas cuantas figuras de una época del cine que empezaba a disolverse: además de Erich von Stroheim, también marido de Swanson en la vida real, un trío de viejas "estatuas" (así las define el personaje de Holden en el film) que juegan una mecánica partida de naipes: Buster Keaton, H. B. Warner y Anna Q. Nilsson. Cecil B. DeMille, quien había dirigido a la Swanson en los años 30, protagoniza una cruel escena en los estudios Paramount que, se dice, recrea una triste vivencia de Lillian Gish, otra gran estrella del cine mudo.
Como fue habitual en el cine de Wilder, la música acompañó con precisión milimétrica las secuencias de mayor intensidad narrativa de El ocaso de una vida. El entretejido de diálogos muy trabajados con la banda sonora es ejemplar. El encargado de las partituras fue el alemán Franz Waxman (uno de los incondicionales de Alfred Hitchcock). Aparecen también grandes canciones de los años 40 como "Buttons and Bows", de Jay Livingston, y "Charmaine/Diane", de Erno Rapee, y una alusión nostálgica al célebre encuentro de Rodolfo Valentino con el tango. La lúgubre pieza que el criado encarnado por Erich von Stroheim interpreta en el órgano de la mansión es la "Tocata y Fuga en Re Menor", de Johann Sebastian Bach.
Una prueba del impacto que produjo esta película ya en su época fue lo que sucedió en su avant première en Hollywood: Barbara Stanwyck se arrodilló ante Gloria Swanson para felicitarla por su desempeño y Louis B. Mayer, autoridad máxima de la Metro por entonces, se acercó a Wilder con menos cariño para increparlo: "Mordiste la mano que te da de comer", se cuenta que le dijo. Wilder, un cineasta con mucha personalidad, le contestó cortito y al pie: "Fuck You".
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