Mil palabras. La reina del culebrón
Por Esteban Peicovich
Un día español, en el que lamentaba serme imposible entrevistar a Cervantes, decidí ir a buscar la pluma castellana que lo sigue en venta mundial: Corín Tellado (a no alarmarse, que en nuestra Feria del Libro siempre vende más Doña Petrona C. de Gandulfo que Borges). Y aterricé en Oviedo. Me esperó su secretario, y si bien no una limousina, sí una máquina "a lo bestia", como califican allí lo mayúsculo. No lo era la mujer small size que, desde un balcón de su palacio de periferia, me hacía así con la mano y a grito pelado silenciaba a sus perros. No sería Cervantes, pero vaya escriba que tenía ante mí. 5000 títulos propios (triple sic). Unos folletines patológicos en los que durante 60 años rizó el rizo del sistema amatorio, enrolló de mil maneras la bisagra ella/él y, con discurso buena/mala leche, trepó a los 400 millones de ejemplares de venta. No ahora: en el mundo preglobal. Corín tiene hoy 81 años y la conocí a sus 63. Que lo primero en decirle fuese: "¡Qué guapa eres, Corín!" no es gansada ni cursilería. Se trata de un piropo amplificado que por motivos técnicos exige el oficio de entrevistar. Pero falló:
–Voy con los tiempos. Me mantengo. No te pases, argentino.
Sobre esta asturiana, de 1,56 metros de altura, se asienta el boom literario Corín Tellado. Reina Midas de las letras. Máquina de batir (hasta sacarles jugo) las emociones más fugaces de la especie y sacerdotisa rosa con fórmula narrativa inspirada en el engrudo. "Pones agua en harina, revuelves, y esto te sale." Así le salió a ella. Con sólo surfear por el abecedario, pues a las minas del idioma nunca bajó. Y a la gramática la miró de costado. O se la saltó. Lo que (aquí sí) la acerca a Cervantes, quien escribía sin puntos ni comas, trabajo que dejaba a su editor.
–Mi estilo es mi estilo. Con él gané la batalla del mundo literario y no me empeño en mejorarlo. Estoy harta de ver escritores enanos que se sienten genios y no ven ni un duro. Escribo como quiero. Cambio los verbos cuando me da la gana. Qué me importa. La gente habla cambiando los verbos.
Con esta firmeza reúne Corín al amor y la fortuna. Su celestina Olivetti (ahora PC) desuella, corta en rodajas y sumerge en caldo a los amantes. Luego introduce un fogoso precipitante: el otro, el antagonista. Revuelve evitando que se espesen, y ya está. Pareja tipo en desdicha tipo, a la que enlaza con chicle tipo y arrastra hasta la puerta de una dicha o desespero tipo. Todo a temperatura de 15 folios por hora. Al día siguiente, tanto temblor será recogido, foliado y, en semana más, irá a fosforescentes portadas de besos, listo para su distribución y consumo. Poco después, una muchacha se suicidará en Honduras, otra suspirará en Budapest o en México D.F. La reina del culebrón escrito lleva 40 años alentando la máxima cardiopatía mundial sin que nunca en sus libros alguien matara o muriera por amor. No es romántica. Tristán, Romeo o Werther le parecen tres imbéciles. Mario Vargas Llosa, Cabrera Infante y otros colegas la elogiaron "por ser única". El cubano la etiquetó "Corín, la pornógrafa inocente". No importa. Ella no para.
Esta foto, por estar ella, vale por muchos millones de palabras, no sólo por mil. Las que utilizó en sus novelas artefactos que me explica así: "Una novela normal son 100 folios. Una corta, como la última, Me quiero divorciar ", unos 50. Me lleva 3 horas. Creo que a mi complejo de pequeñaja lo compensé con otro de grandeza. Decidí borrar mi pequeñez con mi grandeza espiritual. O sea que fui un poco aberrante. Ahora sólo me preocupa la humanidad. Sé que he nacido para morir. Es de una enanez mental tremenda que la gente diga porque cuando me muera... Oye, cuando te mueras, te has morido . ¡Y anda! ¡Punto! Pues sabes Esteban, lo único que yo sé es que he venido a este mundo, pues, para qué, no sé… ¿Me lo entiendes?" Pues sí, Corin, sí…
lanacionar