La tecnología, al rescate del espectador
La desquiciante manipulación horaria a la que nos referíamos siete días atrás desde esta columna crece en efervescencia. El pico de la temporada alta de los relojes televisivos alterados todavía no llegó. Aún faltan algunos días para que aparezcan ciertas instancias definitorias en el prime time de los canales abiertos. Sólo a partir de ese momento podríamos comenzar a sentir algún alivio. El verano es una estación paradójica en materia televisiva: allí las temperaturas tienden a enfriarse.
Para reforzar lo que señalábamos hace una semana hay que decir que la fiebre horaria se extendió últimamente a lugares impensados. De la mano del "Fútbol para todos", Canal 7 abandonó la saludable costumbre de la puntualidad, un atributo que se exhibía con orgullo en pantalla antes del comienzo de cada programa a través de placas institucionales. Ahora, entre la necesidad de emitir todos los partidos en horarios diferentes y los caprichos implícitos del fútbol nuestro de cada día (en el que los entretiempos son cada vez más prolongados, sin que las autoridades castiguen tal anomalía), las transmisiones se prolongan más allá de lo previsto. Aunque en algún caso con la deliberada intención de sacar ciertas ventajas. Durante varios domingos, el último encuentro de la jornada (que nunca comenzó antes de las 21.30) tuvo como protagonistas a River o Boca, arietes de un evidente y jamás declarado propósito de retacearle audiencia a Susana Giménez, dueña de un horario en el que hasta ayer nomás Fútbol de primera sacaba ventaja gracias a su privilegiada condición.
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Una verdad de perogrullo se desprende de este cuadro: es el rating lo que determina tantos movimientos y cambios forzados en los horarios y las grillas de programación. La mezquindad, el culto a la inmediatez, el desinterés por cumplir reglas de juego básicas y la falta de perspectivas estratégicas conforman en términos televisivos una tormenta perfecta de sorprendentes paralelos con lo que suele ocurrir en el terreno político.
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Sin embargo, a través de resquicios inesperados comienzan a abrirse brechas desde las cuales empiezan a surgir respuestas y alternativas muy propias de los tiempos que nos toca atravesar. Instancias que se corresponden con la naturaleza propia de los fenómenos mediáticos y su inexorable transformación.
Cada vez son más los televidentes que resuelven ver algunos ciclos considerados "de culto" (podríamos incluir a Tratame bien dentro de esta categoría) en el momento en que se les antoje a través de la computadora personal, por medio de un DVD o con la ayuda de los grabadores digitales (Cablevisión acaba de agregar ese servicio, hasta aquí exclusivo de DirecTV). Por ahora el fenómeno es incipiente, pero marca una tendencia hacia el futuro tan clara como la que muestran los fanáticos de las series que no quieren esperar hasta el estreno local de alguna nueva temporada. Obsesivos y empecinados, quieren verla en sus hogares, si fuese posible, a la misma hora en que cada capítulo llega a los televidentes norteamericanos.
Como lo han señalado algunos comentarios de lectores llegados a esta columna, es posible que comportamientos así terminen modificando para siempre en algún momento no muy lejano todo lo que hoy entendemos por mediciones de rating y evaluaciones de audiencia. Estas convenciones siguen vigentes, pero no hay razones de peso para creer que seguirán inalterables para siempre. En manos del televidente no está sólo el control remoto: empiezan a surgir nuevas herramientas para que puedan defenderse de tanta aviesa manipulación.
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