Sello distintivo. La tristeza de Claudio Abbado
Una mirada puesta en las versiones del genial director de orquesta, fallecido anteayer, en Bolonia, a los 80 años
Es evidente que, como intérprete, Claudio Abbado, de ninguna manera, era un optimista. La prosa melancólica y a veces sombría de muchas obras, se pega al relato que despliega con sus orquestas, más cómodamente que cuando debe expresar la alegría compulsiva de composiciones intencionadamente humorísticas. Esta tendencia marca la diferencia y la distancia psicológica con su antecesor Herbert von Karajan y su sucesor Simon Rattle, en la Filarmónica berlinesa.
Sobran los ejemplos para graficar esta irrespetuosa afirmación: Mahler, Bruckner, Prokofiev, Ravel, Tchaikovsky, Wagner.(Y no hablemos del Requiem , de Verdi, en una de cuyas últimas ejecuciones se vio llorar a Abbado). Pero un caso paradigmático puede ser la Sinfonía 40, en sol menor , de Mozart. Por lo general, en las innumerables versiones de esta obra (de la que ningún director quiso privarse) el tenso primer tema, expeditivo y aparentemente saludable y arrollador, monopoliza la atención del oyente.
Es notable la diferencia con el planteo de Abbado, en la grabación para Archiv Produktion, obtenida en 2009 de la ejecución en Bologna con la Orquesta Mozart, ya bien insinuado en su anterior versión de 1980, para la DGG, con la London Symphony.
Toda su interpretación está teñida de una tristeza orgánica que, por cierto, nada tiene que ver con el sentimentalismo. A la inquietud del primer movimiento, sucede el intimismo del andante, un sereno minué y los densos contrastes del final. Es una versión expresivamente inolvidable porque el profundo sentimiento de aflicción se instala en quien escucha y reemplaza cualquier otro recuerdo de esta obra.
En una de las entrevistas que logró con Abbado -en el marco de un festival europeo en que actuó con la Europa Chamber Orquesta- este comentarista le preguntó qué "mandaba" en su interpretación. Abbado, hombre de pocas palabras, contestó: "La lectura". Insistente, el periodista repreguntó: "Pero usted dirige de memoria". La respuesta fue: "Es cierto; pero cuando dirijo, leo de memoria. Para la música, primero hay que saber leer, porque la música está escrita. Esto lo aprendí de Toscanini".
Las necrológicas tienen la particularidad de dar por cerrados todos los mensajes como si todavía no se aceptara que hay vida tras la muerte. Pero todos saben que este no es precisamente el caso de Abbado. Por sus discos, claro.
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