Televisión. La vidriera de la democracia
Por Adriana Schettini
Los televidentes, los políticos y la TV pisarán un territorio complejo, el de las elecciones de 1999. La tele tendrá una vez más la oportunidad de demostrar si está a la altura del destino que le corresponde en el final del milenio. Ni más ni menos que el de ser la gran vidriera de la vida política democrática. El espectador tendrá la posibilidad de ejercitarse en la fascinante gimnasia de ser al mismo tiempo ciudadano responsable y televidente sagaz. Los candidatos tendrán que definir su actitud respecto del escaparate catódico que les ofrece una tribuna abierta durante las veinticuatro horas. En síntesis, una preciada oportunidad de transitar los caminos de la libertad con la ayuda de los avances tecnológicos. La mesa está servida.
De los protagonistas de la historia -responsables de la TV, políticos y televidentes- dependerá que la ocasión resulte un banquete para el crecimiento democrático o apenas un empacho de bajos instintos librados a su suerte en la despiadada carrera hacia el poder.
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De los productores de TV dependerá que los políticos encuentren en la pantalla un territorio para expresar ideas o una ciénaga de vanidades y agresiones. De los gerentes de programación dependerá que la pantalla sea un espacio de debate o apenas una pasarela donde los candidatos exhiban las destrezas de cirujanos plásticos, asesores de imagen, peluqueros y diseñadores. De los periodistas dependerá que las entrevistas con los candidatos sean para los electores una fuente de información confiable o apenas un enfrentamiento verbal entre dos egos hambrientos de popularidad, uno de estirpe política y otro de raza televisiva.
Los políticos tendrán en sus manos la decisión de respetar a los televidentes-electores hablándoles en serio, como a seres adultos. Pero, en la feria catódica, nadie le niega a los candidatos la oportunidad de menospreciar al ciudadano en su inteligencia. No faltan quienes pregonen que en la TV poco importa lo que se dice; que en la pantalla sólo cuenta la presencia; que para vender -ya se trate de un yoghurt descremado o de un candidato a presidente- lo que hace falta es aparecer, siempre, en todos los canales y bajo cualquier condición. Pero, es probable que si los políticos asumen como propias esas prédicas, el televidente no tarde en sospechar que quien tanto lo desprecia como espectador de TV mal podrá valorarlo como ciudadano a la hora de ocupar el gobierno. Y en ese sentido, los pecados de la tele no son excusa porque sabido es que por vulgar y chabacana que ella quiera ser, el candidato no está obligado a correr carreras de embolsados, dar recetas de cocina o contar chistes. De cara al año que comenzará pasado mañana hay una realidad que ni los productores televisivos ni los políticos deberán perder de vista:la última palabra, en democracia, la tienen los televidentes y los ciudadanos, dueños del control remoto y del sufragio. Los canales dependen del rating y los gobernantes, de los votos.
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El desafío está planteado:la TV argentina podrá ser en 1999 una escuela para la democracia o un motivo de vergüenza colectiva. En "Sistemas sociales y filosofía", Mario Bunge lo plantea en estos términos:"Los nuevos medios de comunicación, en particular la televisión (...) permiten manipular a distancia actitudes y emociones. En particular, la radio y la TV se usan para fabricar simpatías y antipatías comerciales, políticas y religiosas, y para refinar o embotar la sensibilidad. El negociante, el político y el predicador que pueden comprar espacios televisivos venden mercancías, o compran votos o conciencias de a millones y sin moverse de sus despachos. Desde luego, esos mismos medios masivos de difusión también se usan ocasionalmente para difundir noticias verídicas, despertar la curiosidad científica o la inquietud política, suscitar emociones nobles, o promover causas justas".
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