Entrelíneas. La violencia está en nosotros
Cuando la incredulidad y el estupor se acallaron, y llegó el turno de intentar explicar lo inexplicable, la realidad de este mundo globalizado mostró, casi como acto reflejo de reacción frente a una tragedia que nadie podía imaginar, que un mismo argumento podía escucharse en las latitudes más distantes: no son pocos los que piensan en algo parecido a una relación de causa y efecto entre ciertos estímulos propios de la cultura audiovisual y la terrible matanza de Arkansas.
La fotografía que reproduce La Nación en la página 3 de su edición de anteayer, que recorrió el mundo a través de la agencia noticiosa Associated Press, debe de haber sido el mejor argumento para sostener semejante tesis.
Un video casero familiar muestra cómo uno de los menores homicidas, Andrew Golden, era un precoz y consumado aficionado a las armas mucho antes de matar con sólo 11 años , y en compañía de su primo Mitchell Johnson, de 13, a cuatro niñas y una maestra en una escuela de la ciudad de Jonesboro.
La imagen habla por sí sola: cinco años antes del crimen, con apenas 6 años, Andrew empuña una pistola que parece desmesuradamente grande en su menudo brazo. El niño, al disparar, luce un gesto atento, concentrado y seguramente tomado de poses similares que todos hemos visto mil veces en series o películas norteamericanas.
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Pero a poco de bucear en las profundidades de este tremendo episodio, surge a las claras que ninguna explicación lineal o unicausal puede dar cuenta de la totalidad de un fenómeno convertido en situación límite y que, por lo demás, no ocurrió en el espacio en apariencia más expuesto al poder de la TV (la gran ciudad llena de amenazas y de tentaciones) y sí en un bucólico paraje rural norteamericano.
La referencia geográfica no es ociosa:Arkansas es uno de los territorios de los Estados Unidos más permeable a la National Rifle Association, una poderosa e influyente entidad que defiende el derecho de los ciudadanos comunes a portar armas para reforzar su seguridad personal.
A esto se suma otro factor en el que juegan aspectos individuales y sociales:según el siempre confiable The New York Times, Andrew Golden estaba siendo sometido, a sus 13 años, a un tratamiento contra una precoz drogadependencia, conducta que en muchos otros casos va de la mano con situaciones vinculadas con el alcohol, los abusos y los maltratos familiares, escenarios propicios para cualquier situación desbordada, de cruentas consecuencias. Así las cosas, ¿Puede tomarse en cuenta el factor mediático como la única explicación posible del múltiple crimen de Arkansas? La respuesta parece surgir con claridad de las palabras del especialista norteamericano en violencia juvenil Vicent Schiraldi, recogidas el jueves último por el corresponsal de La Nación en los EE. UU., Jorge Elías: "Lo ocurrido en Jonesboro es tan trágico que desafía toda descripción y que supone sólo una cosa: una aberración".
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Por encima de la explicación única y especial que pueda tenga un episodio tan triste como el del martes último, la violencia escolar es un hecho indiscutible. Como lo muestran las reacciones frente a la tragedia, esta realidad no conoce fronteras e hizo que Jonesboro y Buenos Aires no estuvieran tan lejos como en la frialdad de un mapa.
Es cierto que aquí todavía estamos lejos de la realidad norteamericana, donde los niños juegan a ser pistoleros con armas de verdad y los detectores de metales se han convertido en moneda corriente dentro de las escuelas medias.
Pero no es menos cierto que la memoria periodística registra en los últimos tiempos, dentro del ámbito escolar, una serie de hechos resonantes. Al dar cuenta de ellos el jueves último, La Nación consultó al sociólogo y especialista en educación Emilio Tenti Fanfani. La respuesta recorrió los mismos temas señalados hasta aquí en estas líneas: "Los delitos actuales se generan en las condiciones materiales de vida que generan miseria y degradación moral". Pero de inmediato agregó: "También tienen una raíz cinematográfica o televisiva".
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El magnetismo que ejerce la TV es más poderoso en los chicos que en cualquier otra edad y la tentación que surge entre ellos de convertirse en émulos de Batman o de cualquier tipo de personaje con pocas pulgas y puntería certera es algo muy fuerte, conocido y hasta probado, pero no nuevo.
Varias investigaciones, algunas de las cuales se reprodujeron en estas páginas, comprobaron que la preferencia de los chicos se dirige cada vez más en consumir programas pensados y concebidos para adultos. Para los padres, esto es una suerte de boomerang:de tanto utilizar a la TV como una suerte de niñera sustituta, crearon en los chicos hábitos que ahora les cuesta muchísimo controlar.
Que hoy los chicos elijan a la hora de instalarse frente al televisor propuestas como "Gasoleros", "Verano del 98" y "VideoMatch" o los dramas cotidianos reflejados desprejuiciadamente por Mauro Viale o por los talk shows vespertinos ("Mi papá sale con un travesti" sería un ejemplo extremo)es toda una invitación a dejarlos crecer apresuradamente y a reproducir conductas que abren más de un interrogante peligroso.
Hace un par de años, una investigación especial publicada en esta sección mostró cómo, en los EE. UU., se abrió un gigantesco debate en torno de una propuesta de Bill Clinton hoy convertida en realidad:los televisores nuevos salen a la venta con un dispositivo especial (conocido como "Chip V") que permite a los padres bloquear a priori los programas que consideren perjudiciales para sus hijos.
Mientras tanto, un posible ensayo de respuesta a un problema que requiere atender muchos flancos al mismo tiempo proviene de la isla de Santa Helena, en el Atlántico Sur, donde hasta hace poco la televisión era un objeto desconocido.
Una nota de la agencia Reuter da cuenta de que un equipo de psicólogos, después de introducir el medio en la inhóspita geografía de esa isla, llegó a la conclusión de que ninguno de los niños de ese lugar cometió acción violenta alguna, a pesar del novedoso impacto de los estímulos audiovisuales.
La información agrega que, en Santa Helena, "un excelente hogar, las buenas escuelas y una comunidad preocupada por el bienestar de los ciudadanos neutralizan cualquier programa perjudicial que ellos pudiesen ver.
Los resultados de esta investigación parecen dar certidumbre a las palabras del francés Francois Mariet, autor del libro "Déjenlos ver la televisión". El experto se pregunta: "¿Por qué la televisión constituye una monocultura para tantos niños en nuestra sociedad? ¿Por qué los padres, la escuela, las diversas organizaciones, han abandonado la infancia a la televisión? ¿A qué culpables intentamos proteger culpando ante todo a la televisión?
Estos interrogantes vuelven una y otra vez, mientras todavía persiste en el aire el humo de los insensatos disparos que destruyeron la paz de un pacífico rincón rural de Estados Unidos y golpearon, con su eco, al resto del mundo.
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