El hombre del piano... y el dueño del "show"
Lang Lang / Programa: Chaikovski / Las estaciones; Bach / Concierto italiano en Fa mayor, BWV 971; Chopin: Scherzi N°1, Op.20, N°2, Op.31, N°3, Op.39 y N°4, Op.54 / Abono verde del Teatro Colón
Nuestra opinión: Muy buena
Dueño de la escena, reiterando el formato de los conciertos y plasmando el mismo objetivo de cimentar su celebridad sobre la base de una personalidad sólida y sin grietas de ningún tipo, Lang Lang entra al escenario con una soltura y una suficiencia totales. Camina sonriente por delante del piano mirando hacia todos los rincones, desde la platea hasta el paraíso, y dispensa saludos cálidos, prolijamente estudiados y reiterados en cada uno de sus conciertos, y el público le tributa una salutación estentórea, potente, una oleada de inmensa sonoridad que se acalla, milagrosamente, cuando se sienta frente al instrumento. Y lo que vendrá será impactante, grandioso, abrumador. Lang Lang no tiene ninguna duda y sabe exactamente qué debe hacer para conformar a sus admiradores. Lo que hará será demoledor. Paseará sus dedos por el teclado a la velocidad de la luz sin la más mínima hesitación y agregará los consabidos componentes teatrales del show que implican exhibir una gestualidad llamativa, asumir poses de artista en estado de turbación, perder la mirada en el infinito mientras sobre el teclado despliega pasajes de gran dificultad y hacer que sus brazos, manos y dedos queden suspendidos por un instante en el aire como si alguna energía tuviera que depositarse sobre ellos para continuar con la tarea. Por otra parte, y esto sí debe ser tenido en cuenta como un panegírico, todo esto Lang Lang lo puede realizar porque posee una técnica descomunal y un temperamento indestructible.
Más allá de las cuestiones de exterioridad agregadas y de una destreza asombrosa que le permite encarar todo lo que toque con autoridad, Lang Lang es capaz de demostrar un lirismo de altísimo vuelo y una indudable capacidad para expresar ideas. Si su objetivo tuviera que ver más con la idiosincrasia de las obras que interpreta sería un artista aún de mayor dimensión. Pero cuando la musicalidad pareciera instalarse, afloran acentuaciones exageradas, contracantos injustificados, excesos sonoros o susurros apenas perceptibles y torbellinos de notas en un tempo increíble pero que, inevitablemente y, en sentido contrario, hacen dejar de lado elementos que deberían tener otro tipo de presencia. En Las estaciones, de Chaikovsky, emergieron, en sus doce piezas, todas las facetas de Lang Lang, las más admirables y las más grandilocuentes (e innecesarias). En el Concierto italiano, de Bach, afloraron toda clase de caprichos y una aproximación general un tanto dura, si no festiva, que conllevó, incluso, la marcación aparatosa del pulso de la música con su pie derecho como si fuera una polca de Johann Strauss.
En la segunda parte, Lang Lang tocó los cuatro Scherzi de Chopin de modo muy convincente. Con su fenomenal dominio total del teclado dejó un tanto de lado sus antojos y no abusó de sus manierismos. Abrumador en los pasajes de velocidad, pero particularmente sensible en los momentos de lirismo y poesía, desde el punto de vista estrictamente musical, lo mejor vino con ese Chopin. Pero con las piezas fuera de programa todo volvió a la normalidad y retrocedieron los raptos de encanto expresivo para darle primacía al retorno de los despliegues escénicos y pianísticos de altísimo impacto. Una a una pasaron una versión salvaje y violenta de la "Danza del fuego", de Manuel de Falla; una canción china, y la Danza cubana, de Ernesto Lecuona, ofrecida como si fuera una toccata de Prokofiev. Sí, por supuesto, el público, embelesado e hipnotizado por el "espectáculo Lang Lang", le tributó una ovación interminable. Como deportista que hubiera obtenido una medalla de oro en los Juegos Olímpicos, el pianista arrojó un ramo a la platea, se agachó para firmar autógrafos en el borde del escenario y hasta regaló el pañuelo con el cual secaba la transpiración de su rostro. Ámelo o prescinda de él, Lang Lang es único.