Las crónicas de Frankestein: entre el infierno del crimen y el purgatorio de la conciencia
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Las crónicas de Frankestein (inglaterra, 2015) / Creadores: Benjamin Ross y Barry Langford / Elenco: Sean Bean, Richie Campbell, Vanessa Kirby, Tom Ward, Ryan Sampson, Eloise Smyth / Disponible en Netflix/ Nuestra opinión: muy buena
Ambientada en la Londres de 1827, unos años después de la publicación de la obra maldita de Mary Shelley, Las crónicas de Frankenstein comienza con la aparición de un abominable cuerpo flotando en el Támesis, armado con retazos de niños desmembrados. Luego del macabro descubrimiento, sir Robert Peel (Tom Ward), defensor de la flamante ley de anatomía -que permitía la disección de cadáveres humanos para el avance de la ciencia- intentará descubrir quién quiere desacreditar a la medicina moderna.
El encargado de la investigación será John Marlott (inmejorable Sean Bean, de Game of Thrones), policía fluvial y excombatiente de la batalla de Waterloo, quien navega las profundas aguas de su propia redención. Enfermo de sífilis, sumergido en la culpa y guiado por los avatares de la escritora, será quien deba seguir la pista de los ladrones de cuerpos y descubrir la verdad detrás de los misteriosos resucitadores.
Estrenada en 2015 y con la primera temporada completa disponible en Netflix -la segunda se verá desde el miércoles, por A&E-, la serie recupera el imaginario del siglo XIX definido en las tensiones entre una ciencia que desafía los horizontes de lo entonces posible, y las creencias y valores que han definido la vida humana a lo largo de la Historia. Es entre el infierno y el purgatorio donde los creadores de la serie, Benjamin Ross y Barry Langford, sitúan a sus criaturas, escapando de los límites de la razón para aventurarse en aquello que solo puede explorarse con temeridad y coraje. El Frankenstein del título no solo asoma en el libro que lee con avidez Marlott mientras agudiza su pesquisa, sino que anima toda la atmósfera de esa Inglaterra previctoriana, cautivada por los enigmas que la Ilustración todavía no había podido explicar.
Las crónicas de Frankenstein no solo atiende a la esencia de la ciencia ficción literaria, y los logros y pecados de querer superar a Dios, sino que concibe la puesta en escena como deudora del arte de aquellos años, preñada de un romanticismo embriagante que asoma en esas oscuras calles citadinas. Los exteriores llenos de carruajes y siluetas que se avistan en la penumbra podrían rastrearse en la obra pictórica del paisajista J. M. W. Turner o en los grabados de William Blake, personaje que aparece fugazmente en uno de los primeros episodios. Anclada en una estructura tradicional como la investigación policial, la narrativa se aventura en el territorio de la leyenda, el mismo en el que habita la gloriosa e inolvidable criatura de Mary Shelley.
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