Televisión. Las dos caras del escándalo
Por Verónica Bonacchi
Parece que no alcanza una cámara fija, un fiscal inquisidor que escarbe profundo durante cuatro horas y media en las zonas más débiles del hombre más poderoso de la Tierra, y la humillación ante la teleplatea ávida de todo el mundo, para hacer tambalear al presidente de los Estados Unidos.
Si las primeras encuestas que realizaron los canales no se equivocan, los norteamericanos, hartos de tanto romance mediatizado del presidente y la pasante, decidieron prestarle el ojo, pero no al corazón, a los escandalosos detalles de la telenovela del Salón Oval.
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Los dueños de las grandes cadenas televisivas no deben haberlo dudado ni un segundo. Una cosa es un video "de contenido sexual explícito" protagonizado por el hombre más poderoso del planeta. Y otra, el mensaje pronunciado por el mismo hombre en la 53» sesión de las Naciones Unidas, en vivo y en directo, para instar al resto del mundo a unirse en la lucha contra el terrorismo. La emisión del video, habrán pensado ellos, rápidos a la hora de sumar rating, sobra para escribir una página de la historia de la pantalla chica. Al menos, muchos aseguran que se convertirá en el último gran escándalo televisivo del siglo XX. Aunque más no sea como el día en que un presidente dio al planeta entero un discurso inconveniente para menores. Y eso aunque el hombre apareciera sólo, en medio de un decorado digno de los programas baratos de cable, y gesto de manejar con calma sus entuertos extramatrimoniales. La segunda, habrán calculado también, ni siquiera servirá para despabilar a los norteamericanos recién madrugados. Entre el discurso político y la supuesta declaración de contenidos eróticos, la televisión no titubeó: el cóctel de sexo, poder y dinero promete una buena repercusión. En Hollywood, la Casa Blanca o cualquier telenovela.
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Los cálculos de la TV no salieron tan bien parados como Clinton: según la agencia AFP, las grandes cadenas de los Estados Unidos perdieron millones de dólares con la transmisión. Y al presidente, después de la emisión del video condicionado, no le fue nada mal. No apareció ni tan molesto ni tan desencajado como se prometía desde la oficina del fiscal Kenneth Starr, cuando tuvo que dar detalles del "ámbito más misterioso de la vida humana". Clinton diluyó el mal trago de las preguntas inquisidoras con una lata de Coca diet, y hasta se mostró como el amante ideal. "Mónica es una buena chica. Me despedaza el corazón verla involucrada en esta historia", dijo el buen mandatario, antes de agradecerle al fiscal Starr haberle dado inmunidad a la joven becaria. Y, además, Wall Street cerró en alza, los miembros de las Naciones Unidas lo ovacionaron de pie y el 66 por ciento de los norteamericanos decidió respaldar al presidente, de acuerdo con los primeros sondeos que realizaron la CNN y la empresa Gallup.
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Puede que la TV sepa de grandes cócteles explosivos. Puede que la mezcla de sexo, poder y dinero (el índice Down Jones aparecía sobreimpreso en la pantalla para agregar en letras lo que no se decía desde los labios) sea el material inflamable de cualquier buena historia que quiera trepar el rating. Y que incluso aquellos ciudadanos respetuosos de la intimidad presidencial hayan caído en la tentación de seguir ese testimonio digno de un vestuario de caballeros. Pero parece que no alcanza con intentar reducir a Clinton a la categoría de porno star para que el público ponga en la misma sintonía su intención de voto y el canal.
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