Allegro. Las vestimentas de las cantantes
Cuestión de género. En algunas escasas óperas hay personajes con presencia escénica que no cantan. Uno de ellos es Boleslao Lazinski. En Fedora, de Umberto Giordano, Lazinski, un virtuoso del piano, ofrece un recital en la mansión de Fedora. Mientras toca un nocturno, la dueña de casa y Loris Ipanov discuten acaloradamente. En una puesta que se hizo en el Metropolitan Opera House, en 1996, Jean-Yves Thibaudet fue el pianista en cuestión. Descripto en el libreto como "un dandi lisztiano de pelo rubio", el gran músico francés daba exactamente con el physique du rôle. Su atuendo en el escenario implicó unas llamativas medias rojas. Desde entonces, como una cábala, pero además como una manifiesta oposición a que el vestuario de los varones en el mundo de la música clásica fuera exclusivamente en blanco y negro, optó por pasear su arte y su figura luciendo siempre medias rojas. La referencia de Thibaudet se ajusta estrictamente a la verdad. En tanto los músicos y cantantes varones van siempre ataviados con ropas blancas y negras, las mujeres, como princesas, reinas o hadas, visten ropas de gala, de mil variantes en sus diseños y amplitudes y, como es sabido, resplandeciendo con cualquiera de los infinitos colores que ofrece el arco iris. Una cantante inglesa llamada Ursula Greville, que murió casi centenaria en 1991, arriesgó una justificación para estos usos. Greville, sobre quien el gran compositor Peter Warlock escribió una procaz y grosera quintilla, muy suelta de cuerpo y sin ninguna aclaración que confirmara su extraña teoría, afirmó: "El vestido de la cantante es de gran valor y utilidad para que consiga transmitir con claridad el significado de sus canciones". Lástima no tener grabaciones de Greville para poder cotejar esa pregonada correspondencia de textos y vestimentas.
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