La despedida de RS al creador de la legendaria guitarra eléctrica.
Hace siete u ocho décadas, cuando los ídolos de la guitarra se llamaban Lonnie Johnson o Django Reinhardt, era necesario hacer un gran silencio para escuchar sus destrezas. La guitarra se prestaba para exhibiciones de virtuosismo pero no de volumen y ello dificultaba su presencia, por ejemplo, dentro de una banda de jazz. A sabiendas de esas limitaciones, los mismos músicos empezaron a idear posibles soluciones, con ayuda de la tecnología que se conocía entonces.
Cuenta la leyenda que por esa época, el joven Les Paul hizo una apuesta con sus amigos: desarrollaría una guitarra que se oyera más que las otras, incluso por encima de una banda completa, sin necesitar una caja de resonancia. El desenlace ya lo conocemos, pero por estos días vale la pena imaginarse la cara de asombro de los incrédulos que tuvieron que aceptar la derrota: Les Paul apareció con la primera guitarra eléctrica de cuerpo sólido. ¿El secreto? Un mástil que contiene las seis cuerdas y al que se acoplan unos diminutos micrófonos. Todo está ahí, en el brazo. El resto es puro adorno.
Con ese invento que cambió el porvenir de la música, Les Paul se presentaba todos los lunes por la noche en un club de Nueva York llamado Iridium. Situado en la famosa avenida Broadway con calle 51, el local nunca daba abasto porque llegaba gente de todo el mundo para ver y oír al inventor de la clásica guitarra eléctrica. El show semanal duró desde 1995 hasta junio pasado, cuando el viejo guitarrista tuvo que retirar su nombre de la marquesina e irse a descansar. Tenía 94 años recién cumplidos.
¿Cómo era el show de Les Paul los lunes en el Iridium? Primero aparecía sobre el escenario el grupo base: un pianista, un guitarrista acompañante y una atractiva contrabajista que sería la receptora de los piropos y las bromas durante el show. Los músicos comenzaban a tocar un blues y una voz en off pedía que recibiéramos con un gran aplauso a la leyenda viviente de la guitarra eléctrica, el señor Les Paul. Aparecía entonces el hombre caminando despacio, saludando sonriente, iba hasta el micrófono, conectaba su guitarra y daba comienzo a la magia.
El espectáculo duraba unos 90 minutos, pero no todo era música. Les Paul rememoraba anécdotas, contestaba preguntas del público y hacía chistes. Algunos de esos chistes, los más insinuantes, iban dirigidos a la contrabajista, pero los soltaba con tanto estilo que era la diferencia viviente entre un viejo verde y un jubilado sexy. Alguna vez confesó algo que no aparece en las entradas enciclopédicas. Cuando alguien entre el público le pidió que tocara "How high the moon" (que él había grabado en 1951), se permitió recordar que aquella vez grabó primero el final y luego el comienzo, siendo uno de los primeros discos en la historia que recurrió a trucos de edición y posproducción.
Porque además era un inventor nato. "El Thomas Alva Edison de la música", empezaron a llamarlo hace poco. Y lo cierto es que en su show aprovechaba para mostrar cada una de sus invenciones, algunas más afortunadas que otras. Se inventó un pedal al que llamaba "el Lespaulverizador", que le permitía manejar el nivel de eco para cada nota que tocara. Con otro pedal podía pregrabar y reproducir fragmentos rítmicos sobre el escenario: ¡este hombre se adelantó a los loops de la música electrónica! Y cada una de esas invenciones iba apareciendo, siempre con más modestia de la merecida, entre remembranzas y bromas.
No se puede decir que en vivo, en esos últimos años, sonaba igual a sus proverbiales discos. La artritis había hecho lo suyo y Les Paul había perdido la rapidez que lo caracterizaba. Pero, en cambio, mantuvo hasta el final la precisión: cada nota aparecía espaciada pero en el lugar correcto, construyendo de a poco un standard de jazz, o la melodía de una juventud perdida. A eso iba la gente de todo el mundo los lunes en la noche en el Iridium, a apreciar un sabio artesano de melodías.