"Los caballos acompañan en la aventura y el dolor"
Sus tesoros son Swetty, de 16 años, cuarto de milla, Alazán (“bello e inteligente”); Morita, una petisa de 22, a la que por sus picardías le dicen Mamá Cora, y el sabio de la pequeña tropilla, Corralito, de 30 años, criollo, con una capacidad peculiar: “Es el despertador de chicos con trastornos neurológicos, dormidos farmacológicamente, y de chicos autistas, encerrados en su propio mundo”, explica la doctora Graciela Bazzi cuando presenta a sus tres colaboradores o facilitadores terapéuticos, como le gusta llamarlos.
Bazzi es médica, egresada de la Universidad de Buenos Aires; asesora en el área de medicina del Centro de Terapias Asistidas con Animales, de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la UBA, y creadora de la Fundación Establo Terapéutico.
“Siempre me gustó la investigación, soy inconformista y eso me llevó a especializarme en homeopatía en la Asociación Médica Homeopática Argentina, y en acupuntura, en la Sociedad Argentina de Acupuntura. Pero me faltaba conectar mi pasión por la medicina con un viejo amor: el campo, los caballos, la naturaleza. La síntesis fue el descubrimiento de la equinoterapia, un método para rehabilitar y reeducar utilizando el caballo como facilitador terapéutico, cuyo origen se pierde en el tiempo.”
–¿Recuerda algún antecedente?
–Se han encontrado testimonios de terapeutas hititas de 1600 años a.C. Pero sin ir tan lejos, Galeno, médico de Marco Aurelio, recomendaba al emperador –que era bastante lento para tomar decisiones– practicar la equitación porque el movimiento del caballo agilizaba la mente. Y el poeta Johann Wolfgang von Goethe, que cabalgó diariamente hasta los 55 años y vivió hasta los 83, recomendaba la equitación para mantenerse creativo y saludable. Incluso el sillón de su mesa de trabajo tenía forma de montura. Uno de los primeros centros de equinoterapia fue creado en la Universidad de Oxford en 1917, para rehabilitar a personas mutiladas en la Primera Guerra Mundial.
–¿Cuándo aprendió a montar?
–Oscar, mi padre, era jugador de pato y, según cuenta, comenzó a subirme a la silla cuando era un bebe. Pero de eso no me acuerdo; en realidad, mi primera imagen es de los 4 años, en 1959, cuando todavía se vivían los vestigios de la gran epidemia de parálisis infantil de comienzos de los años 50. Justamente, me montaron en un caballo que utilizaban para rehabilitar a los chicos con parálisis. A partir de entonces, los caballos estuvieron acompañándome siempre, llevándome a la aventura; rescatándome del dolor, de las tristezas, de la desesperanza, en especial durante la enfermedad de mi madre (cáncer), y más cercano en el tiempo, luego de un accidente donde me fracturé la cadera. Tuvieron que realizar un reemplazo total de cadera y ellos me ayudaron a aprender a caminar nuevamente.
–¿Como se elige un caballo terapeuta?
–No importa la raza ni el sexo, lo fundamental es que sean muy mansos. Es importante que tengan diferentes características en las alzadas y en el tamaño de los cuerpos, ya que cada paciente tiene necesidades particulares. Nuestros caballos coterapeutas tienen 8 años de experiencia y entrenamiento.
–¿Algún recuerdo?
–Un domingo llegó un chiquito de 8 años con un cuadro de hidrocefalia (el líquido cefalorraquídeo no drena y entonces la cabeza se llena de agua y aumenta el tamaño) y cuadriparesia, falta de movilidad en los cuatro miembros. Le habían administrado remedios anticonvulsivantes y estaba dormido. No hubo forma de despertarlo; entonces, lo pusimos envuelto en una manta debajo de un árbol. En determinado momento Corralito se acercó al niño, lo olió y sorpresivamente el chico se despertó. Por unos instantes se juntaron el enorme testuz del caballo y la cabecita del nene; parecía que conversaban en secreto. El diálogo duró poco, el niño volvió a dormirse y el caballo se alejó despacio como si tuviera miedo de despertarlo. Volviendo la cabeza, de tanto en tanto, para observarlo. Y recuerdo otro...
–¿Qué pasó?
–Trajeron una nena de 3 años con síndrome de Rett. Era autista, una de las características de ese mal, y en esos casos el gran problema es hacer salir al chico de su mundo. Corralito estuvo acariciándola con su hocico hasta que ella levantó la cabeza y lo miró. Entonces, el caballo le resopló en el rostro y la nena emergió de su encierro mental. ¿No es fantástico?
–¿Cómo es el tratamiento?
–El niño se va acercando al caballo, hasta que le pierde el miedo. Le da de comer, lo cepilla, toma conciencia de que es un ser vivo, y eso es movilizador. Después sube al animal y su cuerpo, al acompañar los movimientos del andar, incorpora experiencias sanadoras. Imagine a un chico que vive en una silla de ruedas y que de pronto empieza a ver el mundo desde una altura de casi dos metros. Además, el tratamiento se hace en un espacio abierto, con aromas distintos, sol, aire, pájaros. Para los que quieran profundizar el tema tenemos un sitio, www.establoterapeutico.org
–¿Por qué a Morita la llaman Mama Cora?
–Morita es simpática, pero de muy pocas pulgas. Es algo así como la ecónoma del equipo; cuando ve que el forraje se está acabando espanta a mordiscones a sus compañeros para que quede siempre una reserva. Corralito, que es un goloso, es el que más sufre las advertencias de Mamá Cora. A veces pensamos que Morita es como Napoleón, que compensaba su poca estatura con un carácter muy fuerte.