Los múltiples rostros de Brad Pitt
Muy lejos del galán que fue en los 90, el actor se ha volcado a una galería de personajes oscuros a las órdenes de grandes directores y a una distinguida carrera como productor
En Corazones de hierro, Brad Pitt interpreta al sargento Don Wardaddy Collier, líder de un equipo que avanza en territorio alemán con un tanque Sherman M4A3E8 llamado "Fury" (como el título original de la película, que llegará el jueves a los cines locales), en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.
El director es David Ayer, guionista de las recomendables U-571: la batalla del Atlántico y Día de entrenamiento, y director de la también recomendable En la mira. En uno de esos momentos que demuestran que el realizador en cuestión no sólo es hábil y dispone de potencia para contar atrocidades bélicas con detalles impactantes y adrenalínicos, sino que, además, puede crear tensión en un departamento, Pitt muestra su carácter dual desde el físico. En un plano se saca la camisa -sucia, ya que la película está hecha principalmente de mugre, sangre, tiros, barro y cadáveres- y se ven sus músculos trabajados, su lado "bonito", un rostro y un físico privilegiados que explotó sobre todo en los años 90, desde el papel secundario con el que logró finalmente llamar la atención de espectadores e industria: su cowboy viajero de Thelma & Louise. Después vendrían roles como los de Nada es para siempre, Entrevista con el vampiro, Leyendas de pasión, Siete años en el Tíbet y ¿Conoces a Joe Black? Luego de mostrarlo de frente, la cámara lo toma de espaldas y ahí vemos una piel quemada, llena de cicatrices.
En unos segundos y un par de planos, la película entrega una muestra concentrada no sólo del personaje, sino además de la imagen de Pitt, actor con una carrera que es de una amplitud notoria, por momentos extrema, y que esos roles de chico lindo de los 90 los fue combinando, cada vez con mayor frecuencia, con personajes dotados de perfiles oscuros, enfermos, extremos, hasta dementes. Su temprana Kalifornia puede ligarse así con Pecados capitales, y trazar una línea que une 12 monos, El club de la pelea y llega hasta el matón que compuso en la reciente Mátalos suavemente.
A los 30 años, Pitt ya era una superestrella, por lo que tuvo tiempo y poder para probar papeles y directores con los que quería trabajar. Quiso trabajar con Guy Ritchie después de ver Juegos, trampas y dos armas humeantes y así llegó a su vistoso papel en Snatch, cerdos y diamantes. Quizás uno como espectador no comparta su fascinación ante la película de Ritchie, y considere que las películas con Pitt no son siempre las mejores de las carreras de los grandes directores con los que ha trabajado (ver aparte), pero su currículum es muy vistoso y variado. Y es probable que los grandes aciertos de su carrera hayan provenido de roles que surgieron de ese ánimo de hacer películas improbables. Dos de esos personajes en los últimos años han sido el del manager de béisbol Billy Beane en Moneyball, de Bennett Miller, y el teniente Aldo Raine en Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino. Uno de esos personajes era reflexivo, el otro visceral; uno de aspecto civilizado, el otro de aspecto simiesco; uno que escuchaba, pensaba, especulaba y decidía, otro que explotaba de furia. Dos actuaciones memorables y cruciales.
Actor con variantes
Esa dualidad -o, mejor dicho, multiplicidad- característica de la carrera del actor también puede ser puesta en perspectiva al pensar en sus roles como militar en la Segunda Guerra Mundial, en los que pelea contra los nazis con decisión y casi con fruición, tanto en Bastardos sin gloria como en la inminente Corazones de hierro (título pretendidamente poético no del todo ajustado a la sequedad directa del "Furia" original). Raine, el de la película de Tarantino, es justiciero pero sardónico y sanguinario, y mata con ese sadismo que pocos como este director han logrado integrar a sus relatos sin deteriorarlos. El sargento Wardaddy de Corazones de hierro es más atormentado y también más responsable. Pelea con decisión y hasta las últimas consecuencias, y puede ser cruel, pero hay algo de trágico y no de cómico (como en la película de Tarantino) en su personaje.
Pitt posee esas alternativas -y por supuesto una tercera, la cool, explotada al máximo en la trilogía La gran estafa- y hasta se ha expuesto a los riesgos de la variante biempensante con su extemporáneo papel en Doce años de esclavitud, que él produjo, en la que su personaje hacía anacrónicas y rimbombantes declaraciones políticas (parece Bono de U2 trasladado a las plantaciones de esclavos del siglo XIX).
La risa de Brad Pitt es contagiosa, aunque quizá la emplee menos de lo deseable: no ha hecho demasiadas comedias en su carrera (ojalá aceptara más trabajos en miniatura cómica como la voz del krill en Happy Feet 2). Sus aciertos vienen a veces de zonas impensadas, como en el caso de Guerra Mundial Z, una película que con el tiempo se revalorizará, y que ofrece una actuación por parte de Pitt que demuestra -una vez más- que sabe moverse en terrenos extraños. Quizá por esa búsqueda, por esas inquietudes actorales, pudo ponerse al servicio de la fantasía guerrera de Tarantino o de este crudo relato bélico de Ayer. En sus momentos de mayor brillo, incluso da la sensación de que tiene mucho más para dar como actor: su intento de camuflar con italiano su inglés mandibular en Bastardos sin gloria demuestra lo mucho que puede dar como comediante (no es el caso de su rol en Quémese después de leerse, de los Coen, basado en la distancia frente al personaje).
Vistas una contra la otra, su carrera es menos sólida que la de su compañero de Entrevista con el vampiro Tom Cruise (galán, productor y estrella desde mucho antes, aunque es apenas un año mayor). Pero Pitt, con sus cambios y sus movimientos a veces violentos, demuestra que todavía puede sorprender y, sobre todo, obtener más reconocimientos.
Este año lo veremos dirigido por Angelina Jolie en su tercera película como realizadora, By the Sea (la segunda, Inquebrantable, se estrenará el 29 en la Argentina). Tendremos oportunidad de evaluar si esta nueva excentricidad de ser dirigido por su esposa -no son tantos los casos en la historia del cine, que sí abunda en colaboraciones entre matrimonios conformados por director y actriz- da nuevos frutos para su exitosísima carrera.
Una presencia magnética
Como actor y productor, algunos de sus más recordados proyectos en la pantalla grande
El club de la pelea (1999). Uno de sus más logrados proyectos "raros", dirigido por David Fincher
Los infiltrados (2006). Su primer film como productor premiado con el Oscar, junto a Martin Scorsese
Bastardos sin gloria (2009). Incursionó en la guerra con Tarantino, en el que reincidirá con Corazones de hierro
Moneyball (2011). Centrado en el béisbol, el film le permitió crear un personaje cerebral, alejado de su perfil
12 años de esclavitud (2013). Produjo y se reservó un rol en la película de Steve McQueen, la última ganadora del Oscar
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