Ultima página/ A boca de jarro. Luis Gaeta: “También fui Santa Claus”
Por Luis Aubele
Le encanta mostrar su última obra maestra: el cuarto tipo cabaña alpina que le construyó a su hija mayor, en la parte superior de la casa. Es que Luis Gaeta, además de barítono de renombre universal, es arquitecto y sorprende con habilidades escondidas, como tallas en madera y propuestas para modificar un espacio. “Soy un buen ebanista y tallar en madera me permite distenderme, pero el polvo hace que mis obras terminen en agotadores conciertos de estornudos, por eso no lo hago con tanta frecuencia”, ríe.
Está haciendo Rigoletto, de Giuseppe Verdi, en el homenaje al escenógrafo Saulo Benavente (1916-1982) que se desarrolla en el Teatro Colón, con la escenografía y el vestuario que el artista hizo para la versión de 1967. Gaeta suele comentar que escuchó ópera desde que tuvo uso de razón. En su casa, el arte era algo cotidiano, y la música, una parte de la vida familiar, pero había distintas actitudes: “Mi madre era una cantante lírica uruguaya, y mi padre, un médico. Cuando dije que me gustaría dedicarme al canto él me recordó que tarde o temprano iba a tener que vivir de algo: No podés estar toda la vida pasando el gorrito, tenés que estudiar algo que paralelamente te permita vivir. Como yo me descomponía si veía una gota de sangre, no podía ser médico; entonces, estudié arquitectura”.
–¿Qué fue lo primero que hizo?
–Teatro; cuando tenía unos ocho años comencé a aprender actuación en una escuela que funcionaba en la Casa del Teatro. Era un buen actor infantil, pero tenía dos inconvenientes: me angustiaba el período previo al estreno de una pieza; aprender el texto, los ensayos, las indicaciones del director. Me acuerdo de que con un espectáculo en el que yo hacía de Santa Claus ¡no pude dormir durante un mes! Pero una vez que salía al escenario me serenaba, me gustaba recitar mi papel, era brillante ¡Disfrutaba!
–¿Y el otro problema?
–El otro problema era el olor del mastic, el cemento que se usa para pegar barbas y bigotes. No lo podía tolerar, me picaba, me dolía la cabeza. Además, no me podía rascar, me habían advertido que un actor debe permanecer impasible aunque le estén caminando arañas venenosas por todo el cuerpo. Pero si yo hacía de Santa Claus, de alguna manera tenía que sostenerme la barba, entonces tenía que aguantar. Cómo sería que en cuanto pude me dejé crecer la barba, ¡uso barba desde la adolescencia! Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que saber actuar tenía ventajas.
–¿Por ejemplo?
–Iba al Colegio San José, y durante el secundario era un desastre en literatura. En cuanto el profesor me miraba empezaba a temblar y se daba cuenta de que no sabía nada; siempre me iba a examen. Pero mi profesor tenía una debilidad: le gustaba escribir teatro y un día quiso poner en escena una de sus obras y no encontraba a nadie que supiese actuar como para ser el protagonista. No le quedó otro remedio que recurrir a mí. Fue un éxito y desde ese día pasé a ser su alumno más querido, con buenas notas, elogios. Esto me sirvió mucho para mi carrera de cantante lírico.
–¿Por qué?
–Un cantante lírico es algo más que un cantor, es también un actor dramático que actúa en un escenario. Recuerdo que hace años actuaba en una obra de Puccini y tenía que cantar algo muy dramático a lo que el autor, un romántico, le había dado un tono suave y melodioso. Esto produjo un conflicto entre el director musical y el régisseur. Si yo gritaba la letra al borde del llanto, veía los movimientos de cabeza y la sonrisa de aprobación del régie. Pero la alegría no duraba mucho, porque en cuanto me volvía enfrentaba el rostro sombrío y las amenazas que el director musical me hacía con la batuta. Preocupado, recurrí al consejo de uno de los viejos maestros del Colón, que me dijo claramente que siempre había que ser fiel al sentido musical.
–¿Y Rigoletto?
–La primera versión que escuché de Rigoletto fue la del barítono Leonard Warren. Me gustó mucho, pero era muy chico y no sabía muy bien por qué.
–¿Un personaje que le gustaría hacer?
–Me hubiese encantado hacer el Yago de Otelo. Yago también es complejo, es resentido, pero porque ha sufrido. Hice varios malos en mi vida; entre otros, Scarpia, de Tosca, de Giacomo Puccini. Pero Scarpia no es interesante, es lineal, su maldad es esquemática, es malo y a otra cosa. En cambio, la perversidad de Yago tiene fisuras y uno piensa que si las cosas hubieran sucedido de otra manera sería un personaje distinto.
–¿Algo que quedó en el tiempo?
–Ser marino. Todos los veranos hago windsurf en la playa de Solanas, en Uruguay, un deporte que recomiendo y que crea una gran sensación de libertad, pero mis sueños volaban más lejos. Quería ser marino, pero marino en serio.
–¿De un velero bergantín?
–¡Sí! Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela..., como decía Espronceda en La canción del pirata... En realidad, todavía no perdí las esperanzas (vuelve a reír).
Rigoletto
“Con los años me di cuenta de que Rigoletto era un personaje complejo, tremendamente humano, a ratos querible y a ratos irritante, como todos los grandes personajes de la literatura; Hamlet, por ejemplo. Son personajes que trascienden las épocas. Plantean temas que siempre conmueven, el amor filial, la venganza, etcétera. Recuerdo una versión que pasaba en el Bronx neoyorquino, donde Rigoletto era un barman.”
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