Más allá de la palabra
La programación extranjera del FIBA puso el acento en el cruce del teatro con la danza, los medios audiovisuales e, incluso, la ópera
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Fueron 18 días de intensa actividad. El 10º Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) incluyó un abanico muy amplio de propuestas internacionales y nacionales que resultó imposible de abarcar. Si bien en las últimas ediciones los proyectos que llegan del exterior acercan pocas novedades a los espectadores y creadores argentinos (se extraña la potencia de muchos de los espectáculos de los primeros FIBA), permiten por lo menos observar y analizar procesos creativos de diferentes ciudades del mundo y hasta confrontarlos con muchos de los que se desarrollan en el país. En una charla informal con el director artístico del festival, Darío Lopérfido, él expresaba su interés por traer a Buenos Aires espectáculos que aquí no podían verse. "No tiene sentido agregaba mostrar experiencias similares a las que se hacen acá." En buena medida, la selección internacional completó ese concepto.
Esta ciudad tiene una producción teatral muy grande, variada y siempre actualizada. El décimo FIBA mostró casi exclusivamente experiencias de cruce entre el teatro, la danza, los medios audiovisuales, la performance y hasta la ópera. Sólo las expresiones latinoamericanas dieron cuenta de experiencias más tradicionales, aunque no faltaron ciertas innovaciones en algunas de ellas.
A flor de piel, del francés Christophe Berthonneau, fue la propuesta que abrió el Festival en Parque Sarmiento. Apoyándose en un complejo entramado de medios tecnológicos creó una singular experiencia, aunque poco potente, con algunos valores teatrales: el hombre y su entorno en un marco sembrado de efectos tecnológicos y fuegos artificiales.
Brickman, Brando y el estallido de la burbuja, de la española Agrupación Señor Serrano, resultó una travesura escénica con algunas sorpresas. La performance combina relato, video, sonido e instalación. Creativos artistas dieron forma a un proyecto que sorprende más por la utilización de diferentes elementos a la hora de la construcción escénica. También de España llegó la compañía de la bailarina y coreógrafa Sol Picó con Nosotras, mujeres. Un trabajo de teatro, danza y música en vivo que mostró a bailarinas de distintas culturas haciendo eje en la condición femenina contemporánea. Una débil dramaturgia limitó las capacidades artísticas de creadoras, sin duda, muy intensas. Aun así el espectáculo demostró su fuerza.
La destacada coreógrafa argentina, radicada en Alemania, Constanza Macras volvió al FIBA, esta vez con El pasado, una experiencia que busca rescatar hechos conmovedores de la vida de sus artistas y, a la vez, trasladarlos al espacio a través del movimiento. También aquí se observó una construcción dramatúrgica endeble, aunque los bailarines de la compañía poseen un talento extraordinario y logran conmover al espectador con unas coreografías de fuerte potencia. Otro argentino, pero esta vez establecido en Francia, Rodrigo García, que en 2001 había desconcertado bastante al público local con Conocer gente, comer mierda, dio muestra ahora de una creación más integral. También lo suyo es cruzar relatos, imágenes, sonidos. García compuso un friso perturbador sobre la vida del hombre contemporáneo.
El actor francés Arthur Nauzyciel realizó una lectura del poema de Allen Ginsberg, Kaddish. Un texto sumamente provocador que en la voz de este intérprete no logró derribar la distancia entre el escenario y la platea. De Australia llegó la compañía Back to Back Theatre formada por actores con y sin discapacidades. Mostraron Ghanesa versus el Tercer Reich, un proyecto complejo que mostró dos historias en paralelo: una ficcional y la otra real. Si bien es muy conmovedor el mundo que pintan, la ficción es creativa; la realidad, intrincada. Deja una pregunta: ¿cuánto de manipulación hay en la figura de ese director que trabaja con actores diferentes a la hora de crear?
Los dos pilares más fuertes del festival, según el criterio curatorial y que se refleja en el catálogo de la muestra, fueron los holandeses de Toneelgroep Amsterdan y los belgas de Needcompany. La primera, bajo la dirección de Ivo van Hove, presentó Noche de estreno. Basada en el film de John Cassavetes del mismo nombre, el proyecto conjuga el teatro y el cine. La historia es potente al igual que sus intérpretes. Van Hove demuestra una profunda creatividad a la hora de hacer del espacio escénico un lugar de juego muy inquietante. Aunque el desarrollo de la experiencia se extiende demasiado en el tiempo, lo que lleva al público a perder interés.
Los dos espectáculos que presentó Jan Lauwers -La habitación de Isabella y El poeta ciego fueron verdaderas muestras de un teatro contemporáneo exquisito. Lauwers también trabaja mezclando relatos, música e imágenes. Crea escenas de una magnífica calidad visual. Posee potentes intérpretes y una capacidad muy interesante de permitirle al espectador ingresar a verdaderos campos de ensoñación. Es un gran provocador de los sentidos.
El final fue sorprendente. Los espectadores que colmaron la sala del Teatro Colón aplaudieron con mucho fervor la versión de Macbeth de Verdi, que trajo la compañía sudafricana Third World Bunfight. El original está reducido y su síntesis es muy buena. La historia se traslada a una conflictiva zona africana de la que hasta los propios cantantes han debido emigrar a causa de diferentes guerras. Allí no sólo las tiranías parecen ser moneda corriente, sino también algunas empresas multinacionales que hacen estragos aprovechándose de las riquezas del lugar. Una creación sumamente intensa dirigida por Brett Bailey en la que la ópera se cruzó con el teatro y de una manera muy equilibrada.
Sólo tres proyectos mostraron aspectos de la producción escénica latinoamericana. Cuba estuvo representada por Antigonón. Un continente épico, de Rogelio Orizondo y dirección de Carlos Díaz. Una experiencia compleja en su construcción, pero muy dura a la hora de dar cuenta de la realidad actual que padecen los habitantes de la isla. Una patria que, en escena, aparece como una prostituta, vestida de rojo y con una valija en la mano. Un discurso polémico y sumamente político que resultó más provocador desde lo ideológico.
Basada en hechos reales, La cautiva, de Luis Aberto León, presentado por la compañía Teatro La Plaza de Perú, resultó un trabajo documental que también generó más conmoción por los hechos relatados que por su puesta en escena. Y Castigo, la creación del chileno Cristian Plana, sorprendió por el entramado de bellas imágenes a la hora de construir un relato, casi sin palabras, a partir de un tema muy delicado como es el castigo a un menor por parte de su padre.
El 10º FIBA tuvo un público muy particular. No sólo acompañó la muestra con interés, sino que, además, aplaudió calurosamente cada propuesta con un entusiasmo pocas veces visto en los últimos años en Buenos Aires. Aun con las observaciones señaladas en cada espectáculo, el festival dio cuenta de una producción artística internacional dispar, pero representativa de cada país. También es cierto que la expectativa de muchos espectadores y creadores locales siempre está puesta en tomar contacto con producciones que dejen huellas más inquietantes o provocadoras.
Las cifras del encuentro
55.000
espectadores
18
días
14
obras internacionales
26
obras nacionales